Elisabetta Sirani, la gran pintora boloñesa del Barroco

'Alegoría de la pintura', de Elisabetta Sirani, probablemente un autorretrato. <a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Allegory_of_Painting_SiraniFXD.jpg" rel="nofollow noopener" target="_blank" data-ylk="slk:Wikimedia Commons;elm:context_link;itc:0;sec:content-canvas" class="link ">Wikimedia Commons</a>
'Alegoría de la pintura', de Elisabetta Sirani, probablemente un autorretrato. Wikimedia Commons

Bolonia tiene el privilegio de ser la ciudad donde se fundó la primera universidad de Europa. Además, puede estar orgullosa de haber ofrecido grandes nombres de artistas a la historia del arte: los Carracci, Guido Reni o Domenico Zampieri, más conocido como Domenichino.

Así mismo, en la Vía Urbana nº7, una placa conmemora el nacimiento de Elisabetta Sirani el 8 de enero de 1638. Se dedicó a la pintura desde muy joven y, gracias a su extraordinario talento, alcanzó el éxito y el reconocimiento en su corta vida. Hoy cuenta con más de 200 obras atribuidas.

Precedida por el éxito de otra extraordinaria pintora boloñesa, Lavinia Fontana (1552-1614), Elisabetta Sirani supo ganarse la fama entre sus contemporáneos con su destreza y virtuosismo. Cardenales, duques y duquesas, senadores y aristócratas se contaban entre sus clientes.

Influencias juveniles

El gran pintor del momento era el también boloñés Guido Reni (de quien el Museo del Prado ofreció una interesante exposición el año pasado). Aunque se ha escrito sobre la influencia de este en la obra de Elisabetta, nunca fue su discípula: cuando el artista murió, en 1642, ella contaba solamente con cuatro años. Sí que lo fue su padre, Giovanni Andrea Sirani, uno de los mejores alumnos y colaboradores de Reni. Este incluso acabó algunos de sus cuadros tras su fallecimiento y también le sucedió como maestro.

Sabemos detalles de la vida de Elisabetta Sirani gracias a varias fuentes contemporáneas: en prosa, en poesía (se le dedicaron varias), en cartas y en material diverso de archivo. Nos cuentan lo buena pintora y dibujante que era, la admiración que despertaba y las visitas importantes que se recibían en su casa. Entre estas se encontraban la condesa de Brunswick, el Cardenal Leopoldo de Medici –uno de sus mecenas más destacados– y el conde Carlo Cesare Malvasia, canónigo de la catedral de San Pedro de Bolonia, crítico de arte y coleccionista.

Perfil de Elisabetta, junto al de su padre, en el libro de Malvasia, _Felsina pittrice : vite de pittori bolognesi_.

Fue este último, unos veinte años mayor que ella y muy amigo de Giovanni Andrea, el que vio el talento de la joven y convenció al padre que la cogiera como pupila. De hecho, cuando murió la pintora, Malvasia incluyó su biografía en Felsina Pittrice, vida de los pintores boloñeses, una obra, publicada en 1678, que recogía las trayectorias de los más importantes artistas de Bolonia.

La educación de la pintora debió de incluir la lectura de la Biblia, la mitología, la historia de Grecia y Roma y la iconografía de santos, conocimientos de gran relevancia para su profesión que tenía accesibles en la biblioteca de su padre. También recibió clases de música y tocaba el arpa. En su lista de pinturas, que ella misma confeccionó, hay tres entradas como regalos “a mi maestro de música”.

Elisabetta, maestra y pintora

Su padre quedó pronto afectado por gota, así que no pudo seguir pintando y se dedicó al mercado del arte. Elisabetta le sucedió en el taller y como maestra de sus hermanas Bárbara y Ana. Dirigió así la primera escuela de pintura para mujeres fuera de un convento en Europa y llegó a tener doce alumnas, entre ellas artistas desatacadas como Ginevra Cantofoli o Veronica Franchi.

Pintó una gran variedad de temáticas: retratos, pintura religiosa (santas, vírgenes, mártires, madonnas), figuras femeninas mitológicas, alegorías y heroínas de la antigüedad clásica.

La influencia de Guido Reni aparece en sus amables composiciones, refinadas y delicadas, especialmente en sus devotas Vírgenes con Niño y sus Sagradas Familias. Algunas de ellas eran obras de pequeño formato, dirigidas a la devoción privada. Destacan asimismo su estilo gráfico y sus aguadas, caracterizados por un uso virtuoso del pincel y de la tinta diluida, con líneas trazadas con piedra negra o roja, así como sus grabados.

El bautismo de Cristo, de 1658, fue su primer gran encargo, para la Iglesia de la Cartuja de Bolonia. El relato del encargo existe gracias a Malvasia, quien cuenta cómo, estando en casa de los Sirani, llegó uno de los padres de la cartuja. Hacía unos años habían encargado a Giovanni Andrea Sirani una pintura sobre la cena en casa del fariseo. En ese momento querían otra para el muro opuesto pero, esta vez, hecha por la joven Elisabetta. Allí mismo, antes de que se fuera el cartujo, la pintora hizo un esbozo de cómo sería la composición del cuadro, con acuarela, de manera muy rápida, bajo el asombro de todos.

Pintura en la que un hombre cubierto con una sábana azul es bautizado rodeado de más gente y de ángeles en el cielo.
El bautismo de Cristo, de Elisabetta Sirani. Wikimedia Commons

Las mujeres de sus retratos

Es interesante ver la manera en la que la pintora retrata a sus heroínas. Nunca están erotizadas, sino que aparecen como luchadoras, virtuosas, fuertes… Mujeres excepcionales que transgreden las convenciones.

Un buen ejemplo es Porcia hiriéndose el muslo, de 1664. El historiador romano Dion Casio contó que Porcia se hizo un corte en la carne para que Bruto, su marido, le confiase el complot contra Julio César. En primer plano de la pintura vemos la acción decidida de Porcia, quien está ricamente ataviada, mientras al fondo unas mujeres, ajenas a lo que está sucediendo, trabajan la lana.

Una mujer con la pierna al aire se hace una herida en el muslo con un cuchillo.
Porcia hiriéndose el muslo, de Elisabetta Sirani. Wikimedia Commons

También podemos distinguir la singularidad de su percepción de las mujeres en su Cleopatra, representada con la perla que diluirá en el vinagre para sorprender a Marco Antonio. Aparece totalmente vestida, sin ningún atisbo de seducción, resaltando simplemente su argucia e inteligencia.

Lo mismo hizo con Timoclea, o Judith, escapando de aquella visión más sensual de las heroínas que encontramos en los pintores masculinos del momento.

Un final repentino

Desgraciadamente, su carrera artística fue breve, unos diez años. Murió cuando tenía 27, con fuertes dolores de estómago. Su padre pidió un examen postmortem, que fue realizado por varios médicos. Algunos vieron claros indicios de envenenamiento, y una criada, Lucía Tolomelli, fue puesta en prisión y juzgada, pero no se pudo probar su culpabilidad. Por presión popular, la desterraron de Bolonia. El juicio está publicado por Antonio Manaresi, uno de los biógrafos de Elisabetta Sirani. Años más tarde, Lucía obtuvo el perdón de los Sirani y el destierro fue revocado.

La ceremonia de su funeral fue digna de una gran artista, con un catafalco con la escultura a tamaño natural de Elisabetta. También se publicó un libro con ochenta poemas dedicados a ella y a su obra, escritos por distintos autores. El destino quiso que fuera enterrada en la misma tumba que Guido Reni, en la capilla de Saulo Guidotti, padrino de la artista, en la basílica de Santo Domenico en Bolonia. Allí descansan juntos, después de haber dedicado sus vidas al arte.

Lápida de Guido Reni y Elisabetta Sirani en la basílica de Santo Domingo.

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation, un sitio de noticias sin fines de lucro dedicado a compartir ideas de expertos académicos.

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Judith Urbano Lorente no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.