Elecciones en España: un error táctico que dejó al vencedor con gusto a derrota

La noche electoral española deja varias lecciones y una paradoja, ya que, si bien ha sido el ganador en votos, el presidente en funciones, Pedro Sánchez, resultó, también, derrotado en sus objetivos.

Ganó las elecciones, es verdad. Pero no alcanzó ninguno de los objetivos que buscó con la arriesgada maniobra de repetirlas, luego de haber sido ganador en abril pasado.

No reforzó su base. Tiene ahora tres legisladores menos y sus eventuales socios no están mejor. La izquierda radical de Podemos perdió siete diputados y la debutante izquierda moderada de Más País cosechó bastante menos de lo que esperaba: apenas tres legisladores.

Pero lo que menos esperaba el político socialista y lo que lo convierte todo en una maniobra sin sentido es la estrepitosa irrupción de la derecha radical, con Vox, y la notable mejora de la derecha moderada.

Nada de eso entraba en los cálculos del presidente "en funciones" cuando, en septiembre, arriesgó un nuevo llamado a elecciones, convencido de que los votantes le darían "una mayoría más fuerte".

No obtuvo eso y sí, en cambio, un auténtico movimiento telúrico en el mapa político español.

Es demasiado pronto para saber si la irrupción de la derecha radical de Vox como tercera fuerza nacional es más un voto castigo que una tendencia perdurable. Pero el resultado la confirmó como algo mucho más fuerte que un actor circunstancial. Una nueva posición desde la que condicionar el discurso en el Congreso y más allá de él.

"Hay una España que estaba silenciada, denostada e insultada por el llamado progresismo y que ahora tiene fuerza, voz y voto", dijo Santiago Abascal, el líder partidario que vivió una noche de euforia. "Es la gesta más rápida y fulgurante de la política española", celebró ante sus enfervorizados seguidores.

Su capacidad de influencia va mucho más allá, incluso, de la resonancia en el Congreso nacional y pasa a ser decisiva en varias regiones del país.

En Andalucía, un territorio comparable a Portugal, superó al conservador Partido Popular (PP) y quedó como segunda fuerza, por detrás del socialismo. En Murcia directamente encabezó los resultados y se convirtió en el primer partido en Ceuta.

Un auténtico sismo. Tanto por lo brutal de la sacudida como por la rapidez de su desarrollo: hace once meses, Vox no tenía más que algunos concejales, ningún diputado nacional y no era primera fuerza en absolutamente ningún lado.

La corriente estaba allí. Pero si alguien permitió que floreciera fue la fallida estrategia de Sánchez. Y la de sus dos asesores fundamentales: el estratega Iván Redondo y el secretario del PSOE, José Luis Ábalos.

Nervios progresistas

"Hoy el progresismo duerme mucho más nervioso sabiendo que hay una ultraderecha potente", blanqueó el líder de Podemos, Pablo Iglesias.

Al mismo lamento de izquierda se sumó Iñigo Errejón, de Más País. "¿Valió la pena [repetir las elecciones]? Por supuesto que no. Fue la consecuencia de una absoluta irresponsabilidad", reprochó.

Pedro Sánchez fue el ganador de las elecciones. Pero su "tactismo" y su manera de hacer política fueron derrotados. Es quien paga los platos rotos de la noche y queda en una situación más compleja para generar el "gobierno estable" que predica.

Más allá de la celebración por la victoria, había caras de malestar en la sede del PSOE. Llama la atención que no haya habido contrapesos internos que recogieran la advertencia de quienes alertaron contra el riesgo de repetir los comicios.

Esas voces añoraban anoche la posibilidad que se dejó pasar hace seis meses. De haber optado en aquel entonces por formar gobierno junto con los liberales de Ciudadanos hubiese tenido una mayoría cómoda y estable.

Tenía entonces el socialismo 123 legisladores, y Ciudadanos, 57. Juntos sumaban 180 escaños: cuatro por arriba de la mayoría de 176. Ambos salieron perdiendo.

No solo es el desgaste del "progresismo" y el avance de la derecha. Lo otro que complica a Sánchez es el resultado de un Congreso fragmentado en el que le será difícil superar el bloqueo para lograr ser investido como presidente.

Pese a haber ganado ya tres elecciones -las generales de abril, las autonómicas de mayo y las de ayer-, Sánchez no fue votado nunca como presidente del gobierno.

Llegó al poder en junio de 2018 por la inédita vía de una censura parlamentaria con la que desplazó a Mariano Rajoy, su predecesor, del conservador Partido Popular (PP).

Desde entonces busca sin éxito una acuerdo de partidos que le permita llegar a los 176 votos que necesita en el Congreso de 350 para ser ratificado como presidente.

Anoche había varias combinaciones. Con ninguna llegaba a 176. Pero le quedaba la puerta de la segunda vuelta, en la que la investidura se define no por mayoría, sino por superioridad de votos afirmativos sobre negativos.

Ahí lo que cuenta son las abstenciones. Esto es: lograr que aquellas fuerzas que no acompañan al gobierno no voten en contra. Es decir, se buscan "abstenciones".

En ese caso, una de las fuerzas que tienen la llave para Sánchez es el PP, hoy liderado por Pablo Casado. El presidente socialista necesita lograr que se abstengan.

El PP es el partido al que Sánchez, con su moción de censura, desplazó del poder. Algo que el propio partido le recordó anoche.

"Con los resultados de esta noche Sánchez ha perdido su propia moción de censura", se ufanó Pablo Casado, el joven presidente del PP.

Anoche, fuentes del partido de centroderecha descartaban la posibilidad de abstenerse. Habrá que ver si eso se mantiene. Pero el discurso de Casado tenía el picante sabor de una devolución de favores.