El último día en el infierno

El último día en el infierno


Los vecinos de la calle Seymour, en West Side, Cleveland, saben que tras la apariencia anodina de un hombre puede ocultarse un monstruo. Lo descubrieron el 6 de mayo pasado, cuando Amanda Berry escapó de su encierro de una década. El horror sufrido por esta joven junto a Gina DeJesus y Michelle Knight conmocionó a millones de estadounidenses, que tal vez nunca se habían preguntado “¿quién es mi vecino?”.

La liberación casual de las tres mujeres, secuestradas por Ariel Castro cuando eran adolescentes, también ha despertado cuestionamientos sobre la actuación de la policía en barrios pobres. Las autoridades habían visitado la casa en dos ocasiones, sin embargo no habían dado seguimiento a las alertas de algunos vecinos.
El caso, más que agudizar la paranoia en torno a la retención forzosa de niños y adolescentes, tan común en Estados Unidos desde los años 70, debería estimular un cambio en las relaciones entre personas que viven a escasos metros. Estudios recientes han revelado que la mayoría de los norteamericanos conoce el auto o el nombre de la mascota, pero no recuerda el nombre de su vecino.
La huida
Charles Ramsey es un héroe en West Side. En la tarde del 6 de mayo vio apenas la mano de Berry, que pedía ayuda a través de la puerta del número 2207 de la calle Seymour. Conocía bien a Alex Castro. Habían asado costillas en el barbecue, habían escuchado salsa juntos. Nada especial, un tipo afable que no despertaba la menor sospecha, describió después a la prensa.


Pero cuando esta chica blanca, Amanda Berry, se lanzó a sus brazos y le pidió que llamara al 911, comprendió que algo andaba muy mal en aquella casa. Ramsey no recordaba bien el nombre de la joven desaparecida. Pensaba que había muerto quizás. Y luego escuchó a la chica confirmar la noticia en el teléfono: “Soy Amanda Berry… Fui secuestrada y he estado desaparecida por 10 años. Estoy aquí, soy libre.”

La policía encontró también a Gina DeJesus, secuestrada cuando tenía 14 años, y Michelle Knight, perdida desde el año 2002. Junto a Berry, su hija de seis años, concebida en una de las violaciones que soportó durante el cautiverio. Las tres habían sobrevivido a largos años de agresiones físicas y sexuales a manos de Castro, que las mantenía encerradas bajo amenaza de muerte si intentaban escapar.
Los testimonios posteriores de algunos vecinos han puesto en tela de juicio el desempeño de la policía en esa zona de bajos ingresos de Cleveland. Elise Cintron contó a The Guardian que su nieta había llamado a los agentes luego de ver cómo una mujer desnuda se arrastraba en el patio de la casa de Castro. A pesar de la extraña observación, no se inició una pesquisa en el lugar.

En sus declaraciones ante el tribunal, Castro sugirió que el FBI no había investigado bien las desapariciones, lo cual le permitió mantener a las tres cautivas. El secuestrador de Cleveland tenía antecedentes por haber secuestrado en varias ocasiones a sus propias hijas, en represalia contra su exesposa, Grimilda Figueroa. La mujer había huido de la casa en 1996 por repetidos maltratos. En 1993 él había sido detenido por un episodio de violencia doméstica, por el cual no fue inculpado finalmente.

Las víctimas

Knight creyó la promesa de Castro cuando este le ofreció una mascota en 2002. Al entrar en la casa, el secuestrador la golpeó y la colgó durante 24 horas con una extensión eléctrica. Durante sus más de 10 años de cautiverio pudo resistir gracias a la esperanza de ver a su hijo, según confesó al psicólogo Phil McGraw, presentador de un famoso programa de televisión en Estados Unidos.

Ella había perdido la custodia del pequeño antes de ser encerrada por Castro. La Red de Adopciones de Cleveland iniciará el proceso de reunificación del menor con su madre, aunque no ha trascendido si él ya ha sido entregado a otra familia.

Knight ha rechazado un reencuentro con su madre Bárbara pues la considera culpable de esta separación. Según la joven, su progenitora también la había recluido en su casa para obtener los beneficios de la seguridad social. Después del secuestro, la familia dijo a la policía que Knight había huido porque había perdido la custodia de su hijo y no hizo otras gestiones para encontrarla.    

Gina DeJesus era la mejor amiga de una de las hijas de Castro. El criminal prefería cubrir su rostro cuando la violaba, para no recordar este hecho y sus relaciones con la familia de la secuestrada. Los familiares de la muchacha reconocen que le costará mucho recuperarse, pues pasó su adolescencia prisionera en la casa de la calle Seymour. “Emocionalmente no está aquí”, dijo un amigo al diario británico The Daily Mail.
No obstante, ella y Amanda Berry han comenzado a trabajar en un libro con la periodista Mary Jordan, del Washington Post. Castro no solo torturó a las tres jóvenes, sino también a la madre de Berry. En uno de los interrogatorios confesó que había llamado por teléfono a Louwana Miller y le contó que su hija era ahora su esposa. Miller murió de pancreatitis en 2006, pero personas cercanas a la mujer afirman que su padecimiento se agravó por la tristeza.

Radiografía de un monstruo

“Yo no soy un monstruo, soy una persona normal”, afirmó Castro en el tribunal en agosto, antes de ser condenado a cadena perpetua y más 1.000 años de prisión. El secuestrador atribuyó su conducta a una adicción hacia la pornografía, que lo impulsaba a cometer esos actos sin sentir culpa alguna.
Sus vecinos pensaban igual, antes del 6 de mayo. “Él era un buen tipo, uno los que pasaba a saludar”, relató Juan Pérez a una televisora local. Según este hombre, que creció a dos casas del número 2207 de la calle Seymour, Castro era especialmente amable con los niños del barrio. “No creo que tuviera ninguna mala intención con los chicos del vecindario”, afirmó Pérez, avergonzado por no haber descubierto las señales del horror.

Castro se construyó con perturbadora meticulosidad un personaje de gente común y corriente. Chófer de autobús escolar durante 22 años, músico en una banda… Cuando el barrio de mayoría puertorriqueña lamentó la desaparición de Gina DeJesus en 2004, ayudó a la familia de la muchacha a repartir volantes. En 2012 asistió a una vigilia en recordación de la joven y trató de reconfortar a la madre de su víctima.
Los psicólogos consideran que los secuestradores como Castro se alimentan de la sensación de poder sobre sus presas. La policía encontró cuerdas, cadenas, candados y habitaciones aseguradas como calabozos, que demuestran el dominio físico ejercido sobre Berry, Knight y DeJesus. Según otros reportes, el secuestrador de Cleveland también practicaba la tortura psicológica. Una técnica frecuente era fingir una salida y dejar solas a las muchachas, para luego golpearlas si trataban de huir.

Castro podría haber degenerado a partir de episodios de violencia sexual sufridos en su infancia, según reportes de una televisora local. De confirmarse esta teoría, su comportamiento encajaría en las hipótesis más comunes entre los psicólogos que han estudiado casos similares. Su testimonio, en cambio, jamás lo conoceremos, pues murió asfixiado el 3 de septiembre en su celda. Aún se desconoce si trató de suicidarse o perdió el control sobre una de sus perversiones eróticas.

Como parte del acuerdo para evitar la pena de muerte, la casa de Castro fue demolida el 7 de agosto, en presencia de Michelle Knight. Un tío de Gina DeJesus maniobró la grúa para dar el primer golpe a la residencia maldita.

Un drama cotidiano

Cada 40 segundos un niño se pierde o es secuestrado en Estados Unidos. Solo uno de cada 10.000 de los casos reportados a la policía termina con la muerte de la víctima. La abrumadora mayoría reaparece o es devuelto en breve tiempo. Cerca de la mitad de los culpables son miembros de la familia, muchas veces padres o madres envueltos en disputas por la custodia de sus hijos. La cuarta parte de los secuestros ocurre a manos de extraños.

Según Paula Fass, profesora de la Universidad de California en Berkeley y especialista en Historia de la Infancia en Estados Unidos, el miedo a los secuestros de niños se disparó en el país desde finales de los años 70 y la década de 1980, avivado por la liberación sexual de esa época y la creciente participación de las mujeres en el mercado de trabajo.

La cobertura extraordinaria de los medios sobre las desapariciones de niños y la expresión de estos temores en la cultura popular, han convertido esos hechos y el miedo a los siempre peligrosos extraños en una obsesión nacional, afirma la académica.

Sin embargo, las estadísticas ofrecen un panorama menos aterrador. Además, dramas como los vividos por Amanda Berry, Gina DeJesus y Michelle Knight distan de ser una exclusividad estadounidense.

En 2009 la austríaca Elisabeth Fritzl confesó a la policía su odisea de 24 años, vividos en el sótano de su casa, donde su padre Josef la había encerrado. Elisabeth padeció maltratos y violaciones de su progenitor. Fruto del incesto nacieron siete hijos. Josef alegó en su defensa que solo había querido proteger a su hija de los peligros del mundo exterior.