El ser humano que estamos construyendo con la tecnología, visto desde la filosofía
Blade Runner. Un mundo feliz. Cyberpunk 2077. Black Mirror. Las referencias en torno a la sobrecarga tecnológica han sido una fuente inagotable de distopías grises y sin destino tanto en la literatura, las películas como en los videojuegos. Pero el ser humano que estamos construyendo con los avances de hoy es, en realidad, el mismo que también se vio profundamente afectado por el uso del hierro o la imprenta hace siglos. Los problemas que atraviesa sí, son algo distintos.
Es indudable que el internet de las cosas (IoT, por su sigla en inglés) nos constituye de una manera distinta. Es a partir de esta idea, el filósofo argentino Esteban Ierardo, licenciado en Filosofía (Universidad de Buenos Aires), pensó en cómo nos estamos conformando en tanto que humanos: la web de hoy, los algoritmos y las automatizaciones, las redes sociales, la fragmentación de la atención y el mundo digitalizado que nos atraviesa. Todo eso en función de nuestras relaciones interpersonales.
¿Nos olvidamos alguna vez el teléfono en casa y nos sentimos desesperados? “El móvil ya es parte de su nuestro ser corpóreo y psíquico”, sentencia el filósofo. Una idea tan perturbadora como rica para pensar qué estamos haciendo de nosotros mismos.
Tomando la idea de que vivimos en una sociedad atravesada por las pantallas y que el mundo que antes llamábamos virtual ya no es tan virtual sino mucho más real -si es que ese binomio sigue en pie- Lerardo analizó estos problemas en una entrevista con Yahoo Noticias. Y, sobre todo, cómo influyen en nuestra vida cotidiana y nuestros vínculos sociales.
─¿De qué manera la tecnología actual nos va dando una forma distinta a la que teníamos antes?
─Pienso que la tecnología siempre modeló o le dio una forma determinada a la vida. La tecnología del hierro y de la imprenta en su momento modificaron profundamente la cultura. Hoy, específicamente, la tecnología digital nos convierte cada vez más en seres dependientes de una realidad que se ajusta y contrae a la forma de una pantalla. Primero fue la pantalla estática del televisor hogareño o de las primeras computadoras fijas; ahora, las pantallas móviles. La vida tiende a ser engullida por la mediación massmediática y digital como sustituto de la vida física. La condiciones de buceadores cotidianos de la información y la imagen en la realidad electrónica de la pantalla tiende a devaluar la existencia anclada en las interacciones más directas y corporales.
─Tu nuevo trabajo se llama Mundo Virtual. ¿Qué impacto tienen los algoritmos en nuestra vida cotidiana?
─Los algoritmos son una secuencia de pasos por el que actúa un programa o una máquina, o la prestación de un servicio online. En la era pre-digital este tipo de organización matemática-algorítmica no existía. Es consecuencia del nuevo orden tecno-global-digital capitalista. Esto supone un cambio o ampliación en los agentes que construyen poder: antes lo eran las instituciones, los estados, las empresas, los ejércitos, ahora lo son también quienes escriben y perfeccionan el lenguaje algorítmico sin el cual hoy el mundo, condicionado a la acción de las computadoras, se detendría.
─Hablas de la nomofobia, el phubbing y la excesiva tendencia a mostrarse en redes, sobre todo en la vida privada. ¿Cómo estas tres ideas nos construyen como seres humanos?
─La nomofobia es la ansiedad explosiva e inmanejable que nos asalta al advertir que hemos olvidado nuestro celular en casa y que debemos afrontar la jornada sin su acompañamiento. Esto denota, a mi entender, que el móvil ya es parte de su nuestro ser corpóreo y psíquico; sin ese dispositivo tenemos una autopercepción de incompletud. Un ejemplo de tecnodependencia naturalizada en lo cotidiano; el phubbing es estar en una reunión, en la cercanía de un prójimo y preferir concentrarse en los mensajes y propuestas que emanan del atractivo del celular. La conectividad digital en contraste con la desconexión con la persona al lado. Otro síntoma de distorsión de los vínculos por el excesivo apego a lo que es sólo un instrumento de comunicación y no un medio de realización.
─¿De qué manera se ve afectada nuestra capacidad de hacer foco y prestar atención por la constante interrupción de las notificaciones de celulares y redes sociales?
─Es indudable que el aumento de la invasión de estímulos fragmenta y empobrece nuestra atención. Antes del continuo sonido de los mensajes por Whatsapp pidiendo respuesta en cualquier momento, algunos pensadores advirtieron que la ciudad de masas, fenómeno de la modernidad, suponía una drástica transformación del sujeto.
─¿Cómo sería eso?
─La capacidad de anteponer un ritmo lento o más íntimo de la existencia desaparece en las grandes ciudades que rugen como grandes cajas de resonancia de una sobreabundancia de estimulación sensorial. Esta invasión de estímulos como inhibitoria de la atención sosegada ya antes de la era digital fue pensada por Simmel, Baudelaire o Walter Benjamin por ejemplo.
─¿Cómo impacta esto en nuestra capacidad de entender o estudiar?
─La sobreestimulación además, y por supuesto, conspira contra la capacidad de estudio que busca comprender el sentido de lo leído, porque esta capacidad necesita indispensablemente de la concentración. La dispersión de los estímulos quiebra la energía que hace foco o se concentra en algo.
─En muchos casos se utiliza el binomio real/virtual, que parece tener cada vez menos efectividad para explicar los problemas que nos atraviesan. ¿Cómo piensas estos conceptos?
─Lo virtual no es posible, entiendo, contraponerlo sin más a lo real. No son opuestos. Lo virtual es un modo de construcción o manifestación de la realidad a través de la acción humana. Y lo virtual no es solo lo electrónico digital o informático. Como propongo ya en la introducción de Mundo virtual, la historia es una larga preparación para la familiarización de lo virtual. El arte, la fotografía, el cine ya construyen imágenes virtuales porque lo que muestran, un paisaje, una persona, una ciudad, solo existen en la imagen de forma virtual, como representación visual de lo ausente, y no como realidad primaria o corporal. Y si lo virtual es una forma histórica y tecno-contemporánea de darse la realidad, la pregunta es si la virtualidad será el modo preferente de comunicación y de mediación de la realidad o solo un complemento de la interacción física de las personas entre sí o de la relación de las personas con el mundo exterior de los objetos, el espacio y los animales.
─Has escrito dos libros sobre Black Mirror y la tecnodependencia. ¿Qué cosas de la ficción tienes muy presentes en nuestra realidad cotidiana?
─En realidad los libros Sociedad pantalla y Mundo virtual toman Black mirror solo como un disparador de análisis y termas. Estos libros, y aún más el último, Mundo virtual, son una reflexión ensayística sobre algunos aspectos del mundo contemporáneo. La ficción y sus argumentos son ágiles redes de pesca para abrazar o tomar conciencia de la presencia cultural de diversos temas. Por ejemplo: algunas ficciones imaginadas por Charlie Brooker -el director de la serie- nos invitan a reflexionar sobre la omnipresencia de la sociedad del espectáculo global; o la sustitución de la vida real por su escenificación virtual; el avance de los implantes, como el de un “grano” para potenciar la memoria que a su vez se entronca con el imaginario de una modificación del ser humano por la incorporación de tecnología hacia un hipotético cuerpo posorgánico futuro (algo ceñido aún a la ciencia ficción); o también por las ficciones de la serie se vislumbra otro tema muy actual: la construcción de una meticulosa sociedad de la vigilancia mediante la informática.
─Si tuvieses que ser apocalíptico o integrado respecto de las nuevas tecnologías, ¿qué serías y por qué?
─Es interesante recuperar esa supuesta dicotomía que trazaba Umberto Eco. En realidad no es posible no estar integrado de alguna manera. Lo que ocurre, al menos según mi entender, es que lo decisivo son los modos o niveles de integración, es decir: integración crítica o pasiva e ingenua. El apocalíptico es un integrado velado que escapa de asumirse como tal a través de un discurso de destructividad proyectado al futuro. Actuar en este mundo de hiperconectivad implica algún tipo de integración. Pero integración necesaria no significa sobreadaptación dócil.
En lo personal abogo por un integración crítica, es decir, por reservarse el derecho a poner límites y decir no a la imposición de una sociedad de la tecnocapitalista total que busca aumentar su capacidad de manipulación, y anular lo propio del humano en cuanto a su intuición, sensibilidad y discernimiento crítico y analítico que no pueden ser reemplazados por ninguna inteligencia artificial; es decir no al consumo continuo e innecesario de información o de entretenimiento y objetos que nos persiguen casi instante a instante, como una sombra que reclama lo que nos queda de luz propia.