El misterio de la posible infidelidad de la reina de Francia a su esposo Luis XIV con un esclavo negro

Cuando se busca en la genealogía de una Casa Real de cualquier parte del planeta puede encontrarse que a lo largo de la historia muchísimos han sido los casos de infidelidades por parte de reyes y reinas, teniendo numerosos amantes e hijos ilegítimos.

Entre todas las crónicas y rumorología que ha surgido respecto a esa vida libertina que algunos miembros de las monarquías más insignes habían llevado, también podemos encontrar algunos relatos que, quizá, se encuentren más cerca de la leyenda urbana que de ser ciertas, pero aun y así cuantiosa es la información que existe al respecto.

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Una de esas historias que habitualmente se explica es la que tuvo lugar en la Corte Francesa de Luis XIV durante la segunda mitad del siglo XVII. De sobras conocidas eran las correrías que el monarca tenía con sus innumerables amantes (con las que tuvo quince hijos bastardos), pero el protagonista no era el rey Sol sino su esposa María Teresa de Austria.

Esta era hija del rey español Felipe IV y, a pesar de casarse locamente enamorada el 9 de junio de 1660 (a la edad de 21 años), fue sumamente desgraciada durante la casi totalidad de su matrimonio. La boda había sido el fruto de un acuerdo de paz entre España y Francia, que después el rey galo incumplió.

El rey Sol se pasaba prácticamente todo el día despachando asuntos de Estado y el poco rato que tenía libre lo utilizaba para perseguir doncellas y recibir la visita de sus diferentes amantes.

Ante la vida apática y aburrida de su esposa, el rey decidió ponerle como paje de compañía a un joven pigmeo que le había regalado su primo-hermano, Francisco de Borbón-Vendôme, duque de Beaufort, que llevó a la Corte Francesa a la vuelta de uno de sus muchos viajes comandando el ejército Real por el Mediterráneo y norte de África en calidad de superintendente general de navegación.

Al joven paje, de corta estatura y piel oscura, lo convirtieron al cristianismo (como era costumbre hacer con los esclavos en aquella época) y se le bautizó con el nombre de ‘Nabo’ (ningún cronista sabe explicar por qué escogió la reina dicho nombre).

Por aquel entonces la reina ya había dado a luz a dos hijos, en 1661 un varón (Luis) que se convertiría en Delfín de Francia (aunque no reinaría) y Ana Isabel fallecida un mes y medio después de nacer en 1662 y la muerte prematura de su pequeña, además del ninguneo que padecía por parte de su esposo, habían hecho que cayera en una depresión.

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Pero la llegada a palacio de Nabo cambió todo y a partir de entonces frecuente era ver en el rostro de María Teresa de Austria alguna sonrisa sacada por el ingenio y simpatía de su sirviente. Se convirtieron en inseparables, viéndoles pasear por los jardines entre risas y divertidas conversaciones.

A inicios de 1664 se anunció que la joven reina (tenía 25 años de edad) había quedado embarazada por tercera vez. Por aquel entonces Luis XIV ya había tenido un hijo ilegítimo con su amante Luisa de La Vallière (dama de compañía de la esposa de su hermano Felipe de Francia) de los cuatro que tendrían juntos.

El 16 de noviembre de 1664 María Teresa de Austria se puso de parto, dando a luz a una niña con poca salud y de aspecto quebradizo, cuya piel era de un tono más oscuro de lo normal. Ahí es cuando empezó toda la rumorología sobre Nabo y su posible paternidad de la recién nacida.

Algunos cronistas cuentan que el color de piel recordaba al del joven pigmeo, otros sin embargo aseguran que era de un color más bien tirando al azulado y que debía tratarse de la cianosis, transmitida por su padre (Luis XIV) y que se trataba de una coloración azulada de la piel a causa de una oxigenación deficiente de la sangre y que el monarca debía haber recibido genéticamente por vía materna de la familia de los Medici (quienes la padecían congénitamente).

La pequeña, que fue bautizada con el nombre de María Ana falleció cuarenta días después de nacer. Casualmente, a partir de entonces también se pierde el rastro del joven Nabo, de quien nunca más se supo y mucho se ha especulado.

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Y ahí es cuando nace otra leyenda urbana, que muchos apuntan como una historia cierta…

Resulta que en la abadía de Moret-sur-Loing figuraba los datos de una monja que pasó toda su vida enclaustrada en el convento y cuyo nombre era Luisa María Teresa (evidentemente en francés: Louise Marie Thérèse), cuya piel era negra y en su fecha de nacimiento figuraba el 16 de noviembre de 1664.

Todo parece indicar que la pequeña María Ana no falleció, sino que fue entregada a las religiosas de la abadía. A cambio, la Casa Real pasaba una generosa pensión económica, además de ser visitado el frecuentemente por varios miembros de la familia real (entre ellos la propia reina María Teresa).

La hipótesis de que fuera la hija (de una relación adúltera) es ampliamente apoyada e incluso en las memorias de la prima hermana del rey, Ana María Luisa de Orleáns, duquesa de Montpensier, aparecen una clara referencia a la posible infidelidad de la reina.

Sea cierto o no, este es uno de tantos misterios y episodios curiosos que la promiscua Corte Francesa ha proporcionado a la historia.

Fuentes de consulta e imágenes: historiasdelahistoria / abc / retratosdelahistoria / Wikimedia commons

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