El misterio de AMLO en Acapulco: sin fotos, sin gente, sin contacto

Andrés Manuel López Obrador (AMLO), presidente de México | FOTO ARCHIVO: ROGELIO MORALES /CUARTOSCURO.COM
Andrés Manuel López Obrador (AMLO), presidente de México | FOTO ARCHIVO: ROGELIO MORALES /CUARTOSCURO.COM

Hace dos semanas, 24 de octubre, el huracán Otis se acercaba a las costas de Guerrero. Esa noche creció hasta llegar a la categoría cinco, la de mayor furia. Destruyó Acapulco, terminó con hoteles, hospitales, restaurantes, miles de viviendas, se perdieron vidas humanas, cuyo número real difícilmente conoceremos, árboles y palmeras fueron vencidos por el viento; a la devastación le siguió el saqueo y la rapiña, en busca de alimentos unos, tras un botín otros. Por tres días la ciudad no tuvo orden ni ley.

Al día siguiente Otis continuó su obra, logró que López Obrador se interesara en conocer la destrucción que había dejado en Acapulco y otros municipios. El tema estaba en todos los medios, fotografías en periódicos de todo el país. Imágenes en televisión y redes sociales. Testimonios de sobrevivientes, reportes iniciales sobre la devastación y entonces el presidente decidió que tenía que ir a Acapulco y lo hizo por carretera, de la peor manera imaginable porque ya se sabía que había derrumbes, árboles caídos, fracturas en los caminos, ríos desbordados.

Fue una aventura en la que López Obrador estuvo acompañado por tres secretarios de su gabinete de seguridad, Rosa Isela Rodríguez, Seguridad Ciudadana, Luis Cresencio Sandoval, Defensa Nacional y José Rafael Ojeda, Marina. Su travesía quedó documentada y divulgada en todos los medios de la nación. Un vehículo militar que lo llevaba quedó atascado en el lodo, el presidente caminando por la carretera dañada, sorteando charcos, brincando árboles hasta ser rescatado por un ciudadano en su camioneta “estaquitas”. Lo condujo a Acapulco para una reunión “urgente”. Esa noche regresó a la CDMX para continuar con el interminable discurso de la mañanera. Las imágenes de ese periplo son históricas. El ejemplo de lo que no debe hacer el jefe del Ejecutivo.

El presidente Andrés Manuel López Obrador atrapado en un vehículo del Ejército Mexicano en su intento por llegar por carretera a la zona devastada de Acapulco tras el paso del huracán Otis | Foto:  RODRIGO OROPEZA/AFP via Getty Images
El presidente Andrés Manuel López Obrador atrapado en un vehículo del Ejército Mexicano en su intento por llegar por carretera a la zona devastada de Acapulco tras el paso del huracán Otis | Foto: RODRIGO OROPEZA/AFP via Getty Images

El presidente comentó en su mañanera que ha visitado Acapulco en tres ocasiones, después del paso del huracán Otis. “Lo digo porque los adversarios, politiqueros, han sostenido que no he ido a Acapulco y fui desde el primer día y recorrí, todo y hablé con la gente y me di cuenta de todos los daños y de lo que había que hacerse para llevar a cabo el plan de reconstrucción”.

Aunque López Obrador afirma que después del paso de Otis ha ido en tres ocasiones a Acapulco, contrario a su práctica e inclinación mediática, no se han divulgado fotografías ni videos que documenten esas visitas, excepto la primera que fue accidentada. Da la impresión de que es su creencia que quienes lo escuchan deben creer en sus dichos.

En catástrofes anteriores el presidente en turno se ha trasladado a los sitios que sufrieron los embates de la naturaleza, sean huracanes o terremotos. La no presencia de López Obrador en Acapulco fue criticada en diferentes medios.

Se informó que se había trasladado a Acapulco y sobrevolado en helicóptero la zona devastada por el huracán Otis. Sostuvo una reunión en ese lugar con su gabinete, en la zona naval, pero no se divulgaron imágenes de esa reunión ni de su “contacto” con los damnificados.

El estilo personal de gobernar de López Obrador tiene en la mañanera un instrumento de divulgación de propaganda, dice que es información. Sirve para persuadir y su fundamento es la credibilidad que se otorga al discurso. Implica que si él lo dice es verdad y debemos creerlo. Aunque sabemos que no todo lo que se dice en propaganda es verdad. Por ello es que, para dar crédito a la palabra, se le debe reforzar con una imagen. En política palabra e imagen son unidad.

Parece extraño que no haya fotografías de López Obrador en sus visitas dos y tres a Acapulco, porque le gusta estar rodeado de gente, esa que dice haber visitado, que perdió todo, que tiene hambre, sed y está en el riesgo de que la basura acumulada desate una epidemia. No está retratado en la zona de desastre. Lo que vemos en los reportes informativos de los medios es la desesperación de la gente, su reclamo de apoyos para sobrevivir y el reproche porque el presidente no los ha ido a ver.

Han pasado dos semanas, la infraestructura de la zona hotelera está en recuperación. Luz, agua, y alimentos, son insuficientes. Muchos tienen hambre y coraje por los pocos apoyos del gobierno. Cuando un medio interroga a los damnificados sobre su experiencia, el relato incluye, con frecuencia, insultos al gobierno, al presidente y le dicen que en las elecciones de 2024 estará la oportunidad de su desquite.

Las visitas de López Obrador a Acapulco son de “pisa y corre” no hay imágenes que muestren que hubiera visitado las colonias afectadas. Ahí donde está la gente enojada. La que agrede con la palabra, que reclama y se siente abandonada. Con ellos no quiere la foto. Debe cuidar la “investidura presidencial”.

La promesa de López Obrador, otra promesa, es que no habrá limites financieros para reconstruir Acapulco. El Programa de Egresos de la Federación, desde la Cámara de Diputados, dice lo contrario, no le asigna recursos específicos. La experiencia indica que las promesas sin dinero no se vuelven realidad.

El presidente mediático, que gasta miles de millones de pesos en su imagen, hoy nos debe una fotografía con los pobres de Acapulco. Es necesaria para que le demos crédito a su palabra.

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