El mexicano que rechazó a la mujer más bella del mundo

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Por Héctor Osorio Lugo

“Oye: ¿por qué no te casas conmigo?, al fin que tú no estás casado con nadie”. “No, no me chingues, María. Yo estoy contento de ser el señor Leduc, ¿por qué voy a ser el señor Félix? Tú tienes que casarte con alguien como Stalin. Fuera de ese cabrón, a todos los que se metan contigo te los chingas”.

Así fue un diálogo entre la actriz María Félix y el periodista Renato Leduc. Seguramente éste aludía no solo al carácter dominante de María, sino a que Jorge Negrete murió estando casado con ella, y ‘El Flaco’ Agustín Lara adelgazó aún más, si esto fuera posible, durante su relación con la diva.

…Es una anécdota conocidísima, que nos muestra al Leduc cercano a los famosos. En realidad todas las experiencias notables de su vida son muy divulgadas, pero no está mal que se vuelvan a comentar para que las generaciones que no saben quién fue, conozcan a alguien que, manteniendo sus ganas de decir las cosas como las veía, supo ser siempre él sin guardar ninguna solemnidad.

Todo sin olvidar que en esa petición de mano la peticionaria fue quien llegó a ser llamada la mujer más bella del mundo.

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(Foto: MXCity.mx)

Con Villa y la revolución

Muy joven anduvo Renato en la revolución como telegrafista de la División del Norte, el grupo de combate que dirigió el legendario Pancho Villa. Ahí conoció también a John Reed que hizo la crónica, célebre, de aquellas batallas (otro Leduc, Paul, llevaría al cine la obra de Reed).

En esas andaba nuestro escritor cuando sobrevino lo que nos cuenta José Luis Martínez S. -gracias a quien conocemos tantos hechos puntuales, menores y mayores, de la vida de Leduc-: el telegrafista leía “Así hablaba Zaratustra” (¡!) cuando al verlo un mando curioso de la División le lanzó la pregunta “¿Quién fue Zaratustra?”; “uno que así hablaba”, respondió conciso, para poder continuar con su libro.

Con los surrealistas

Octavio Paz es considerado fundador del surrealismo pues estuvo junto a Breton, Peret, Dalí, cuando se cocinaba el movimiento, pero nuestro personaje también estuvo, y convivió con todo el grupo que siguió ese camino. Una ruta que Renato Leduc no continuaría en su producción artística.

Era aquello una convivencia febril en el París de la guerra, poseídos de la idea de consagrar el derecho a expresar su imaginación sin límites. Entre los contertulios se encontraba Picasso, amigo de Leonora Carrington.

… Y con la surrealista

Una mujer que escapó de un manicomio en España quiso salir de Europa y de la persecución en su contra vía el matrimonio con nuestro autor. Ella había sido pareja de Max Ernst, otro surrealista creador plástico: fue Leonora Carrington, de quien Paz haría una sutil descripción; es, dijo el nobel, “un poema que camina, que sonríe”.

Resulta que Ernst fue hecho prisionero, lo que la desquició al grado de que sus padres la internaran en España en un hospital psiquiátrico (otra versión atribuye esto a la represión paterna por su fuerte empeño –ya desde entonces- por gozar como mujer de los mismos derechos que el hombre). Por otra parte, ella misma corría el peligro de ser detenida, pues, además, fue una militante antifascista. Así que, una vez libre del internamiento, convino con Leduc que aprovechando sus ventajas diplomáticas la trajera al nuevo mundo.

El enlace concluiría un año después, ya en México.

Pese a las aparentemente inequívocas características del matrimonio, Leonora definió a Renato –quién sabe qué tan verazmente- como el amor de su vida.

La búsqueda de empleo con los amigos colocados

Precisamente a su regreso del extranjero, Renato visitó a sus antiguos compañeros de la Escuela de Jurisprudencia, que para entonces ocupaban puestos directivos en instituciones y en la iniciativa privada, buscando empleo; pero el espíritu libre de su excompañero y sus actitudes rebeldes, su no quedarse callado, los hicieron abstenerse. Eso sí, recordaba el escritor, lo invitaban a comer hasta tres veces el mismo día, pero nada de emplearlo. Más allá de la anécdota –nada justificable en un mundo donde había empleo- nos dibuja a las claras todo un caso: la impredecible relación solicitante de empleo-empleador. Por otro lado, Ramón Pimentel dice que, en definitiva, ellos percibían la actitud de Renato Leduc como una reprobación a su oportunismo.

Opiniones -y acciones- ante su obra

Octavio Paz contestó “a mí sí me gustan los tuyos”, cuando Renato le dijo: “Octavio, no me gustan tus poemas”. José Emilio Pacheco dudó en incluirlo en la antología canónica de la poesía mexicana, pero su amigo Carlos Monsiváis no vaciló en darle el título de “nuestro gran poeta popular”. El mismo cronista asentó que el enemigo de la institucionalidad se convirtió, él mismo, en institución.

Pero quien mejor lo define es Salvador Novo, para él nuestro autor es “genial”. Y es que su ingenio fue único y quizá por eso uno de sus poemas, en el que trae a nuestro tiempo a Prometeo, solo que sifilítico, se haya preservado a través de copias clandestinas, con medios que ya no se conocen hoy, y con los que el pueblo le rindió el gran homenaje: hacerse cargo él mismo, el pueblo, de divulgar una obra que había ganado su atención.

Y homenaje fue también el de una lectora sin fama: Javier Aranda narra que Leduc, en el cuarto “de una prostituta (…), de provincia, encontró uno de sus poemas, que no era de los mejores para él, recortado de la página de una revista y enmarcado en un cuadrito azul.”

Apunte final

El desenfado de Renato Leduc nos puede hacer verlo frívolo. Nada más falso. Bajo esa apariencia se hallaba un hombre que perteneció a uno de los más trascendentes grupos periodísticos mexicanos, el de José Pagés Llergo, en cuyas instalaciones nació –tiempo más tarde- la revista “Proceso”. Así que dos escuelas del periodismo de habla española surgieron del mismo tronco, gracias a la generosidad y visión del Jefe Pagés. De aquella generación de maestros surgieron jóvenes de entonces que harían ¡su propia escuela! Y tan diferentes como Zabludovsky y Granados Chapa. Allá, pues, Leduc fue el vocero de obreros y trabajadores que veían en él a un seguro aliado.

Cajón de sastre con curiosidades

-El soneto que trata del tiempo no lleva ese nombre, sino que se publicó como: “Aquí se habla del tiempo perdido que, como dice el dicho, los santos lo lloran”.

-El presidente mexicano Adolfo López Mateos, de quien dijo que se creía muy guapetón –una palabra que en México significa apuesto- fue su amigo, al igual que Miguel Alemán. Al preguntarle a Renato en Venezuela si conocía a Adolfo López Mateos contestó “Ah, sí, es un rotito de la Santa María la Ribera” (ésta es una colonia de la capital mexicana, y rotito se le decía a alguien acicalado, que tenía esmero en el vestir y buenos modales). La definición causó escozor a los periodistas que quisieron compartirla con el mandatario, “¿Qué opina -le preguntaron en la primerísima oportunidad- de que Leduc dice que usted es un rotito de la Santa María la Ribera?” “Renato Leduc –dijo el presidente, trayéndolo a su memoria-: él es un poeta”. En su turno, el autor sentenció “Ahora soy poeta…por decreto presidencial”.

Escribió Renato Leduc

El líder

El líder camina con paso de pato.

No es que sufra callo

ni estrecho el zapato

es que así es su andar

y con él desfila el primero de mayo

y en las noches entra a su dulce hogar.

Al líder le sobra dinero; cuotas

y otras prestaciones del trabajador

le brindan queridas, maricas, madrotas,

vicios de banquero, goces de hambreador.

La vida del líder es sólo un prurito

contumaz y terco de actos-de-adhesión:

de guiar su manada servil y obediente

y escuchar el grito:

”Gracias… gracias… gracias…

Señor Presidente”

traseros en alto, en la procesión.


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