Egeria: la literatura de viajes tiene nombre de mujer
Cinco mil kilómetros atravesó, en la segunda mitad del siglo IV, la intrépida Egeria. Cruzó así el continente europeo, desde el extremo occidental del imperio romano, concretamente la Gallaecia, hasta Tierra Santa. Y lo hizo con el objetivo de visitar los loca sancta, los lugares sagrados mencionados en las Sagradas Escrituras, particularmente aquellos que habían sido los escenarios de los momentos culminantes de la vida de Cristo.
Un impresionante viaje que relata en sus escritos y que la convierte en el ejemplo más destacado de la literatura de viajes de la Antigüedad tardía.
Lugares sagrados y peregrinaciones
El periplo de Egeria se inscribe en la corriente peregrinatoria hacia los Santos Lugares que se desarrolló en el siglo IV.
Esta costumbre había sido inaugurada por Elena, madre del emperador Constantino el Grande (306-337). En el año 326 descubrió lugares tan importantes para el cristianismo como el Santo Sepulcro en Jerusalén. Inmediatamente, el lugar fue protegido y monumentalizado con un impresionante complejo arquitectónico formado por un edificio circular, que señalaba el lugar de enterramiento de Cristo, la denominada rotonda de la Anástasis y una enorme basílica. En ella, además, se custodiaban y presentaban para veneración de los fieles los restos de la cruz de Cristo, también encontrados por Elena.
Egeria fue, de hecho, testigo de las aglomeraciones que se producían en la basílica. Esto sucedía sobre todo el día de la ceremonia del Lignum Crucis, cuando el madero era expuesto ante los fieles, férreamente custodiado por una auténtica legión de diáconos que se cuidaban de que nadie le arrancase trozos para llevárselos como reliquias –como de hecho ya había sucedido–.
El relato del viaje
Todo esto lo sabemos porque, aunque el peregrinaje de Egeria podría haber pasado desapercibido, no lo ha hecho gracias a que se conserva el texto que ella misma escribió. En él cuenta el recorrido que siguió a través del cursus publicus romano, la red de calzadas que atravesaban el imperio y que permitían un transporte relativamente rápido y seguro.
El texto, el relato más antiguo conservado de una peregrinación cristiana, es conocido con el nombre de Itinerarium Egeriae o también Peregrinatio ad Loca Sancta o Peregrinatio Etheriae. Escrito en forma de cartas, con un lenguaje casi popular que lo aleja de la intención de crear una obra literaria, da cuenta del recorrido que la llevó a visitar lugares tan representativos como Jerusalén, Belén, Hebrón, el Mar de Galilea, el monte Sinaí, Tarso… para finalizar en Constantinopla.
Allí acaba su viaje, agradeciéndole a Dios haberle dado fuerzas para visitar esos lugares santos y pidiéndole fuerzas para regresar a su tierra. Desgraciadamente, en ese momento el Itinerarium se interrumpe, por lo que no sabemos si consiguió regresar. Pero lo cierto es que su manuscrito sí alcanzó Occidente. Además, a juzgar por diferentes testimonios, llegó a ser bastante conocido.
El boom de Egeria
En la segunda mitad del siglo VII, Valerio, un santo eremita del Bierzo, leyó la crónica del viaje de Egeria. Impactado, al acabar escribió un panegírico, conocido como Epistula ad fratres Bergidenses, que envió a los monjes del monasterio de San Pedro de Montes. En él, San Valerio loa a la intrépida peregrina, “dotada de la gracia de Dios y de grandes virtudes”. La presenta, de hecho, como un modelo de comportamiento cristiano para los monjes por su carácter piadoso y fuerte, “más fuerte que todos los hombres del mundo”, afirma.
En el siglo X, parece que el itinerarium de Egeria seguía siendo conocido. El noble gallego Rosendo, posteriormente santo, donó un ejemplar al monasterio que había fundado en Celanova (Ourense). Su difusión en ambientes monásticos también debió de ser importante. Aparece nombrado como Itinerarium Egeriae abbatisse, por ejemplo, en el catálogo de la importantísima biblioteca de San Marcial de Limoges. De la abadía de Montecasino, en Italia, procede, de hecho, el ejemplar más antiguo conservado. Data del siglo XI, y hoy se custodia en la biblioteca de Arezzo con el nombre de Codex Aretinus.
Pero… ¿de dónde salió esta mujer?
Pero ¿quién era Egeria? Tradicionalmente se la ha considerado una monja de un monasterio del noroeste peninsular, sobre todo a partir de la interpretación de su propio texto, en el que se dirige a unas dominaes sorores –señoras y hermanas–. Sin embargo, a finales del siglo IV no se había definido todavía el monacato en el seno de la Iglesia tal y como se entenderá más adelante.
Probablemente se trataba de una mujer muy piadosa perteneciente a una familia de la aristocracia romana, culta e instruida y, por lo tanto, con los conocimientos y recursos materiales para emprender tan impresionante viaje. De hecho, sabemos por su propio relato que viajó en ocasiones con escolta militar romana y que fue recibida con honores no sólo en Jerusalén sino en diferentes puntos de su itinerarium.
Su testimonio resulta del todo fundamental para entender el papel de la mujer en la sociedad de la tardoantigüedad más allá de tópicos que las relegaban a un papel secundario. Pero también es una figura clave para entender la espiritualidad de un cristianismo que, entonces, se consolidaba como religión del Imperio.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation, un sitio de noticias sin fines de lucro dedicado a compartir ideas de expertos académicos.
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Victoriano Nodar Fernández no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.