‘La edad de la idiotez’: Prosa honesta, desenfadada, brillante, sabia, sobrada de “sonido y de furia”

De la misma manera que existieron una Edad de Piedra o del Hierro o del Bronce, y así lo estudiamos en la escuela, Daniel Fernández propone un calificación para la época actual: La edad de la idiotez, y así titula uno de sus libros más recientes (Silueta). Dividido en dos partes, La amnesia y La perplejidad, la entrega sigue un estilo que intentó popularizarse hace unas décadas y que al parecer no funcionó, el formato bifronte, dos portadas, dos caras, como el dios romano. En Cuba, que yo recuerde, a finales de la década del 60 del siglo pasado, se publicaron varios textos en ese estilo, uno de ellos con Rashōmon de Akutagawa por un lado y por el otro El sol poniente de Osamu Dazai (dos obras maestras, la primera llevada al cine por Kurosawa). La diferencia o la novedad en este caso, es que es un solo autor.

portada
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Dice Fernández en una especie de nota introductoria: “Son dos novelas y un ensayo. El protagonista de una novela escribe la otra y ambos se atormentan con el deterioro del lenguaje y escriben cada uno por su parte un ensayo sobre este naufragio de las palabras”. Parece una explicación sencilla, pero no lo es. El propio autor se encarga en el mismo texto de desmentirse cuando aclara, con otras palabras, que la opinión de un autor sobre su obra no es más válida que la de cualquiera de sus lectores, lo que viene a significar que no debemos hacer demasiado caso a un autor que trata de explicar u orientar sobre lo que escribe. Para mí, como lector, la presunta trilogía no es más que una novela o un ensayo-novela, que las partes tengan diferentes nombres o que dos estén de cabeza y el ensayo diseminado a todo lo largo y ancho, es irrelevante. Lo verdaderamente importante, al menos para mí, es que Daniel Fernández ha conseguido un libro objeto exquisitamente delirante. Y como consecuencia, una original, excelente, novela.

Y también un texto muy divertido. Las partes en que el narrador, o los narradores, la emprenden contra textos de escritores famosos o de moda, desmenuzándolos, ejemplificando las redundancias, los presuntos gerundios mal puestos y hasta insólitos disparates, es para alquilar balcones. Se respira la cólera del narrador, un auténtico cazador de gerundios, y la frustración por el deterioro, al parecer irremediable, del lenguaje, ya que si los grandes autores escriben así, qué se puede esperar de los que comienzan que los tienen a ellos como maestros, como modelos.

A mí me parece ese título, La edad de la idiotez, un retrato exacto de la enrarecida época en que estamos viviendo. Hace poco fui a cenar a un restaurante de moda y al entrar me sobrecogió el abrumador silencio reinante en el salón. Nadie hablaba con nadie. Todos los comensales, solitarios, parejas, familias enteras, niños de diferentes edades, todos, repito, sin excepción, tenían clavados los ojos en sus dispositivos electrónicos. Lo primero que me pregunté fue que si había estallado la Tercera Guerra Mundial y yo no me había enterado, pero enseguida me di cuenta de que no, que no era más que un reflejo, de nuestro tiempo, un retrato en vivo de la edad de la idiotez.

Portada
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La amnesia es una especie de diario, que comienza a las 6 de la mañana y termina precisamente a la misma hora del siguiente día, toda una jornada de lúcidas elucubraciones, donde el narrador describe su día a día, mezcla de vivencias, sueños, recuerdos y experiencias casi todas dolorosas, poco estimulantes. La perplejidad, dividida en veintitrés capítulos, más o menos cortos, mantiene conexiones con la anterior y está escrita con mucha frustración, mucho cansancio, mucha desesperación, dolor, pero sobre todo con justificada cólera. Es una especie de crónica de una infancia marcada por el maltrato físico y emocional. “Y si por casualidad alguien descubre alguna vez estos textos de falsos diarios, queda advertido que nunca esto fue escrito para ser leído, sino para ser olvidado”.

Todo escrito en una prosa fresca, diáfana, sin parches ni ataduras, donde el autor dice lo que quiere decir, como lo quiere decir y sin preocuparse de cómo suena. Prosa honesta, desenfadada, brillante, sabia, sobrada de “sonido y de furia”.

Apostillando La redundancia, para terminar y de paso incordiar un poquito, que siempre es saludable, en la página 83 de La amnesia, el narrador escribe kimbombó por quimbombó. Quimbombó con K no lo recoge la Real Academia Española, ni tampoco ninguno de los textos consultados incluyendo el Diccionario Botánico de Roig. “Cosas veredes, amigo Sancho”.

Daniel Fernández es narrador y periodista. Estudio licenciatura en Literatura Hispanoamericana y Cubana en la Universidad de La Habana. Pertenece a la llamada Generación del Mariel. Ha publicado Sakuntala la Mala contra la Tétrica Mofeta (2009), Novelas sencillas (2010) y el Libro rojo de Sakuntala la Mala (2018), entre otros.