La macrogranja de úteros artificiales que imagina un mundo sin embarazadas
Es una tendencia mundial incontestable, por lo menos en países occidentales con democracias asentadas: las mujeres tienen cada vez menos hijos. Ya sea por la mejora en el acceso a métodos anticonceptivos, a educación, a mayores oportunidades laborales, la caída en las tasas de fertilidad es una realidad. Solo en México, de acuerdo con las Proyecciones de la Población (2016-2050), esta tasa, que establece el número promedio de hijos que dará a luz una mujer, se sitúo para 2022 en 2,01 y se espera que caiga hasta 1,88 en 2030.
El envejecimiento poblacional sumado al incremento de la esperanza de vida plantea problemas para los Estados si no se alcanzan los niveles necesarios para asegurar el reemplazo generacional. ¿Quién pagará los impuestos, por ejemplo? ¿Y las jubilaciones? ¿Cómo se asegurará el cuidado de los ancianos?
Los gobiernos trabajan desde hace años para tratar de compensar la inversión de la pirámide de edad (más personas mayores que jóvenes) con diversas medidas, desde promover la inmigración, hasta facilitar y extender la baja por paternidad o dar incentivos económicos a parejas por tener hijos. Pero el futuro próximo podría pasar por una solución muy distinta y, valga el calificativo, espeluznante. O eso es lo que propone Hashem Al-Ghaili, un divulgador, director de cine y biotecnólogo molecular, como él mismo se define, nacido en Yemen, que plantea un mundo distópico sin embarazadas.
El proyecto se llama EctoLife, una macrogranja de embriones en el que los bebés se desarrollarán dentro de cápsulas de crecimiento, a imitación de los úteros femeninos. Consta de 75 laboratorios independientes, cada uno con unas 400 cápsulas transparentes, donde se podrán incubar al año 30.000 bebés de forma controlada, sustituyendo así el proceso de gestación biológico.
Los embriones estarán vigilados las 24 horas del día a través de sensores que registrarán sus constantes vitales y cualquier información relativa a su crecimiento y necesidades inmediatas. La ingesta del bebé estará asegurada gracias a un biorreactor que bombeará nutrientes y oxígeno a través de un conducto a imagen y semejanza de un cordón umbilical. Otro asegurará que los residuos que genera el embrión salgan de la cápsula.
Los padres podrán monitorear el crecimiento de su bebé a través de una aplicación en el celular que también permitirá hablarle a través de la cápsula por medio de unos altavoces internos. EctoLife no solo sustituirá el proceso biológico del embarazo, sino que permitirá a los padres crear un bebé “a la carta” gracias a la tecnología de edición genética. Así, se podrá elegir características como la altura, el color de los ojos, el color de la piel, la fuerza, la inteligencia... Hablamos, por lo tanto, de eugenesia, que supone aplicar las leyes biológicas al perfeccionamiento de la especie humana, cuyas connotaciones éticas son objeto de debate en universidades y centros de pensamiento de todo el mundo. Sin ir más lejos, este fue uno de las grandes preocupaciones del nazimo, que adelantó programas de esterilización forzosa para la “mejora de la raza” al amparo de un darwinismo patológico.
Es importante subrayar que nada de esto es real. EctoLife es solo un concepto ficticio surgido de la mente y creatividad fílmica de Ghali, según él, “inspirado en los avances tecnológicos y genéticos de los últimos años que me permiten imaginar el futuro”.
Por el momento, llevar a buen término un embarazo completo fuera del útero materno es una idea más próxima a la ciencia ficción que a cualquier futuro próximo. Por lo menos en humanos. La ciencia sí trabaja en replicar fases de la gestación en animales desde hace unos años. En 2017, investigadores del Hospital de Filadelfia (Estados Unidos) lograron que corderos prematuros siguieran desarrollándose y nacer gracias a un útero artificial. Resultados muy esperanzadores que pueden encarrilar futuras investigaciones para garantizar la supervivencia de bebés humanos que nacen extremadamente prematuros.
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Ahora bien, de acuerdo con la comunidad científica, soñar con una empresa que permita “cultivar” niños genéticamente diseñados es científicamente imposible, además de éticamente impensable. Todavía no contamos con la tecnología ni el conocimiento suficientes para replicar la complejidad de un embarazo ni desarrollar úteros artificiales que permitan incubar embriones humanos en todas las fases, desde la concepción hasta el nacimiento.
La legislación internacional vigente tampoco permite la experimentación humana como la concibe Ghali. Y como mucho antes que él, en 1932, ya imaginó Aldoux Huxley en su novela Un mundo feliz, donde un sistema de reproducción artificial se aseguraba de que cada individuo ocupara la posición para la que había sido creado desde el nacimiento gracias a la ingeniería genética…