Documentos sugieren que el prejuicio y los errores humanos influyeron en el fracaso del FBI en torno a la insurrección del 6 de enero

Partidarios del expresidente Donald Trump atacan el Capitolio en Washington, el 6 de enero de 2021. (Jason Andrew/The New York Times).
Partidarios del expresidente Donald Trump atacan el Capitolio en Washington, el 6 de enero de 2021. (Jason Andrew/The New York Times).

WASHINGTON — Días antes del fin de la contienda presidencial de 2020, un equipo de analistas del Buró Federal de Investigaciones (FBI, por su sigla en inglés) trató de evaluar los peores resultados posibles de una elección controvertida.

Pero de todos los escenarios que imaginaron, aquel que nunca concibieron fue el que ocurrió al final: una turba violenta se movilizó para apoyar al expresidente Donald Trump.

El trabajo del equipo, que nunca se ha dado a conocer, es solo el ejemplo más reciente de cómo el FBI no logró pronosticar —ni prevenir— el caos que se desató en el Capitolio el 6 de enero de 2021. El análisis y otros documentos nuevos sugieren que, al parecer, los agentes del buró, cegados por un enfoque limitado en infractores conocidos como “lobos solitarios” y una creencia errónea de que la amenaza de la extrema izquierda era igual de importante que la de la extrema derecha, no previeron ni se prepararon adecuadamente para el ataque.

El comité de la Cámara de Representantes a cargo de investigar el ataque del 6 de enero hizo mención, mas no exploró a fondo, la serie de equivocaciones que cometió el FBI en las semanas previas al 6 de enero y estas podrían abarcar una mezcla de obstáculos legales, sesgos institucionales y simples errores humanos.

El análisis realizado por el FBI, un ejercicio que a menudo se conoce como la “célula roja”, se incluyó en la investigación de comité de la Cámara Baja, que examinó las fallas estructurales en el buró y el Departamento de Seguridad Nacional. El comité no publicó un informe sobre esos hallazgos, pero The New York Times revisó un documento provisional que contiene conclusiones preliminares.

El suceso no se debió a un error aislado. Los agentes ignoraron las señales de advertencia a plena vista en las redes sociales y se valieron de fuentes confidenciales que sabían muy poco o que no alertaron al respecto. Aun así, hasta la fecha, los agentes del buró le restan importancia al hecho de que no previnieron el peor ataque al Capitolio desde la guerra anglo-estadounidense de 1812.

“Si todo el mundo sabía y el público tenía claro que iban a atacar el Congreso, no sé por qué nadie nos lo dijo”, declaró Jennifer L. Moore, entonces alta funcionaria de inteligencia en la oficina de Washington del FBI, ante los investigadores del Congreso. “¿Por qué ninguna fuente me dijo eso?”.

Otras agencias, como el Departamento de Seguridad Nacional, el Servicio Secreto y, en particular, la Policía del Capitolio, también tuvieron gran influencia en el análisis de inteligencia y la protección del Capitolio antes de la insurrección del 6 de enero, y ninguna logró garantizar la seguridad de los congresistas. Pero el FBI tuvo un papel singular, dado su alcance investigativo y misión de prevenir actos de terrorismo.

Ahora, el FBI está realizando una revisión interna de lo que ocurrió el 6 de enero para evaluar lo que describe como lecciones aprendidas y “mejorar la comunicación, así como la recolección, el análisis y la divulgación de información”. El inspector general del Departamento de Justicia también está analizando la preparación y la respuesta del buró.

Los investigadores del Congreso que examinaron la respuesta del FBI nunca recibieron del buró muchos de los documentos clave que solicitaron. El buró proporcionó unos 2000 documentos en total; en contraste, el Servicio Secreto ofreció más de un millón de comunicaciones electrónicas.

Además, el FBI solo realizó dos entrevistas transcritas con altos funcionarios del buró: una con Moore y otra con David Bowdich, el exsubdirector del FBI. Los miembros del comité también sostuvieron una docena de reuniones informativas, incluso con Steven Jensen, quien estuvo a cargo de las operaciones de terrorismo nacional del buró el 6 de enero.

Sin embargo, los investigadores del comité lograron obtener correos electrónicos que ilustraban la creencia del buró de que Washington no enfrentaba ninguna amenaza creíble antes del 6 de enero. Esos correos electrónicos se redactaron incluso mientras los agentes rastreaban sospechosos de terrorismo interno que planeaban viajar a la ciudad para el mitin de “Stop the Steal” (Paren el robo) de Trump y abrieron docenas de casos nuevos relacionados con la agitación en torno a las elecciones.

El documento preliminar cita dos problemas importantes que, en esencia, cegaron al FBI.

Durante años, el buró ha destacado a los que se conocen como lobos solitarios o individuos que actúan por su cuenta, una amenaza que es sumamente difícil de detectar y prevenir. El año pasado, el director del FBI Christopher Wray testificó ante el Congreso que “la mayor amenaza de terrorismo para nuestra patria son los actores solitarios o las pequeñas agrupaciones de individuos que suelen radicalizarse en línea hasta alcanzar la violencia”.

Ese enfoque particular le impidió a la agencia ver un “movimiento amplio de derecha en pleno desarrollo” y creó un prejuicio cognitivo que mermó su pensamiento crítico, según el documento preliminar.

El análisis no clasificado de la “célula roja”, con fecha del 27 de octubre de 2020, proyectó cuatro posibles situaciones que implicaban a infractores solitarios, pero “ninguna insinuaba un movimiento en masa que podría apoyar a un candidato derrotado”, rezaba el documento preliminar. Y ninguna señalaba en específico a actores como grupos paramilitares o supremacistas blancos, quienes lideraron el ataque al Capitolio.

Ya desde 2019, el fiscal general William Barr y luego Trump querían que el buró se enfocara en los grupos izquierdistas como el movimiento antifascista, pues afirmaban que ellos eran la verdadera amenaza. Esto ocurrió incluso después que hubo una avalancha de tiroteos masivos ese año en lugares como sinagogas y el FBI declarara a los extremistas combatientes con motivaciones racistas como una amenaza de primer nivel.

En 2021, tanto el Departamento de Justicia como el FBI consideraron de prioridad máxima la investigación de extremistas de ultraizquierda, así como organizaciones paramilitares y otros grupos antigobierno. Pero en más de dos décadas, solo había habido un asesinato cuyo responsable era alguien que el buró clasificó como un “extremista violento y anarquista”.

El documento provisional del comité indicaba que esta decisión fue un ejercicio de falsa equivalencia de parte del FBI, que resaltó que, en años recientes, las amenazas letales planteadas por extremistas violentos de la ultraderecha superaban por mucho a las planteadas por la izquierda. Funcionarios del FBI y el Departamento de Justicia habían declarado en repetidas ocasiones que los extremistas supremacistas blancos constituían la principal amenaza de terrorismo nacional, y la más letal.

En una declaración, el FBI comunicó que buscaba combatir todo tipo de amenazas y declaró que seguiría “trabajando para prevenir actos de violencia y mitigar amenazas, sin miedo ni piedad, independientemente de sus motivaciones subyacentes u objetivos sociopolíticos”. Desde 2020-2021, el buró afirmó que observó “un aumento de violencia y actividad delictiva como para incluir ataques letales por parte de extremistas violentos en contra del gobierno o en contra de la autoridad, sobre todo, anarquistas violentos y extremistas violentos militantes”.

Agregó: “Aunque los delincuentes solitarios suponen una amenaza grave y persistente, el FBI mantiene una perspectiva amplia, por lo que recaba información y evalúa inteligencia de manera constante”.

Desde hace mucho, el FBI ha monitoreado a grupos extremistas mediante fuentes confidenciales. Y en los meses sensibles antes del 6 de enero, el buró estaba bien posicionado para saber qué ocurría dentro de organizaciones paramilitares de extrema derecha como los Proud Boys y los Oath Keepers, cuyos líderes más tarde fueron acusados de conspiración sediciosa en relación con el ataque el Capitolio.

Los agentes federales habían logrado reclutar a un informante estelar en los más altos rangos de los Oath Keepers: Greg McWhirter, la mano derecha de la organización en aquel entonces y hombre de confianza de su líder, Stewart Rhodes. El FBI también entabló relaciones con al menos ocho integrantes de los Proud Boys.

Aun así, en la antesala del 6 de enero, ninguno de esos informantes alarmó sobre una insurrección inminente, según abogados relacionados tanto con los Proud Boys como con los Oath Keepers. Incluso después del ataque al Capitolio, los abogados declararon que los informantes les dijeron en repetidas ocasiones a sus contactos del FBI que no sabían nada sobre los planes de iniciar un asalto contra los legisladores el 6 de enero.

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