Divagaciones electorales

Este año la República tiene dos procesos electorales, Estados de México y Coahuila. En este nuevo capítulo se reiteran vicios, paradigmas, agendas para la discusión, estilos de campañas, “marketing” …, en cada apartido político, en cada candidatura, se presentan “hilados y deshilado” gramaticales en publicidad y propaganda. Los “debates oficiales” son una forma “legal” de campaña, pero “ad hominem”. Sus rondas son aparadores del producto electoral, producto que NO muestra compromiso político, desde luego, el silencio no resuelve el lenguaje, en alguna circunstancia lo hace “performativo”; cada instante de los debates se hace significativo por las denostaciones entre los postulantes al poder público y por la sobre explotación del YO, manifestaciones que solo manchan lo que debiera ser un buen deshilado que muestre la ciencia y arte de la política y de la palabra que muestra una inexistencia de aquello que designa.

El ser del lenguaje de los debates invisibiliza a quien habla para dejar de manifiesto las relaciones que tienen sus palabras con sus ideas y sus emociones con sus propuestas, cuando la ciudadanía entiende esas palabras, cuando acepta su relación con ellas, cuando empatan los significados; pero el habla no está en las palabras, muestran un exterior, un mundo de narrativas que intentan persuadir haciendo significativas conmociones, palabras y cosas. No son anónimas, su pronunciador las proclama con la intención de convencer. Enunciados como: “… cuando usted fue… hizo y permitió…” más una palabra contundente, pegadora, convincente en toda campaña: “corrupción”; las pruebas que exige el Derecho no son ignoradas, solo prevalece el juicio de quien habla. En la réplica una burla del adversario y, un “… están desesperados por que no convencen…, ¡está elección ya la ganamos!, así lo dicen las encuetas…”, con voz casi llorando y a gritos, “… porque así lo quiere el pueblo…”. Perdido el tiempo y, sin salvar la circunstancia, el escuchador que es parte del circuito político no recibe razones por las que debe emitir su voto informado; es entonces el momento que la ideología conmociona y manipula por vía de sobre explotación de las agitaciones.

El verdadero ejercicio de la política no discrimina persona alguna. La confianza opera permitiendo liderazgos para lograr consensos en las soluciones de los problemas colectivos. Empero, la clase política se hace apoderándose de la dispensa de las simpatías. La política debe exorcizarse de los rancios mitos que la costumbre ha formado, debe imaginar y diseñar, construir y apostar, por un nuevo discurso motivado en pedagogía política y fundado en las reglas del juego democrático. Los discursos son, por un lado, una radiografía del tiempo pasado, por otro, son un proyecto de un inexistente futuro y son, además, eje de entendimientos del “ahora”, no son franquicia de la memoria, ni de las narrativas, no son profecía, ni evocación “nanométrica” del “pretérito”. Los discursos se componen de palabras organizadas cuya soberanía no contiene la verdad, tiene el deber de demostrarla.

La fuerza de las palabras estriba en su velo, se detona al desvelarlas, pero padecen abandono y vacío si no se interpretan en su circunstancia. Para remediar esta dialéctica es preciso acudir a la esperanza, sin la esperanza no se logra ni se cultiva la confianza. Entonces, nos damos cuenta de que los debates oficiales son esencialmente un “reality show”, un “streaming”, simplemente. El real debate nace en la cotidianidad, en la confrontación de las ideas y los proyectos que ponen en la mesa de la discusión colectiva los medios de comunicación de antaño y de hogaño, el debate civilizado de las ideas, cada idea es apertura de un debate. El cuerpo electoral valora los significados y los significantes de quienes postulan por el poder público, esta es su responsabilidad, nadie se la puede negar, ni condonar, subsumirlos ha sido un mal gesto político de la propagada ideológica, al grado que la publicidad y propaganda, el producto y su ideología.

En cada discurso el lenguaje administra contenidos que le son previos. La exigencia política social es que se conserve muy cerca de su ser discursivo, es preciso demandarle la pureza de la esperanza a través de los compromisos. La espera, es movilidad dentro del discurso, contiene la resistencia de un movimiento hacia lo que ofrece, sin recompensa, ni descanso. Su cáncer es el olvido, “… luego vendrá piadoso olvido, único amigo fiel que nos perdona; y habrá otra vez en que tú y yo tornaremos a ser como hemos sido, entre todas las otras, dos personas…”, un olvido que no es pasatiempo, ni sueño. La vigilia electoral es clave para la exigencia ciudadana de coherencia y lucidez disruptiva de los discursos. Lo que es el lenguaje, no su intento de decir, la forma en que lo dice, la espera de las virtudes, son el ser mismo del lenguaje político.