El desesperado intento por salvar el maíz en un pueblo estratégico de Ucrania donde los silos fueron el objetivo de los bombardeos rusos

Misiles rusos destruyeron 18 silos de una compañía y dañó a otros cuatro en la localidad de Arcyz
Elisabetta Piqué

ARCYZ.- “No fue un error, los silos eran el blanco. Poco antes de que llegara el misil, un dron ruso sobrevoló el área para ver dónde iban a tirar. Es evidente que lo hicieron a propósito”.

Yevhen Sereda, manager de la filial de A.Grain -una de las mayores compañías de granos de Ucrania-, no tiene dudas: el bombardeo ruso que devastó el 8 de mayo uno de los 18 silos de su compañía y dañó a otros cuatro, es parte del plan de destrucción, muerte y estrangulamiento económico de Ucrania que persigue Vladimir Putin.

Los silos de la filial de A.Grain destruidos por misiles rusos
Elisabetta Piqué


Los silos de la filial de A.Grain destruidos por misiles rusos (Elisabetta Piqué/Roma, Italia)

“Ese mismo día las bombas rusas destruyeron una planta de energía eléctrica que dejó a todo el pueblo sin luz y a algunos objetivos militares que no puedo decirle”, dice a LA NACION Serhiii Papulanskyi, alcalde de esta localidad que queda a 150 kilómetros al suroeste de Odessa y que se levanta en medio de un paisaje de lo más idílico y pacífico, ahora transformado en escenario de guerra. Hay trincheras cavadas en la tierra y soldados apostados en su entrada, bolsas de arenas en los edificios administrativos, así como decenas de controles donde flamean banderas amarillas y celestes de Ucrania y hombres armados que revisan documentos.

“No puedo hablar de cuestiones militares, pero si bombardean aquí, es por algo. Nadie gasta misiles que son carísimos en medio de la nada, sin motivo. Y es claro que Arcyz está en una posición totalmente estratégica. Si controlás Arcyz controlás Besarabia”, explica el alcalde, mientras muestra a LA NACION un mapa de la zona y aludiendo al antiguo nombre de esta región de Europa del Este.

Serhiii Papulanskyi, alcalde de la localidad Arcyz
Elisabetta Piqué


Serhiii Papulanskyi, alcalde de la localidad Arcyz (Elisabetta Piqué/Roma, Italia)

Estamos, en efecto, en un lugar totalmente estratégico: muy cerca de Moldavia y Rumania -países desde los cuales llegan ahora a Ucrania provisiones de todo tipo y armas- y del litoral suroccidental que se asoma al Mar Negro. Se trata de una costa indispensable para una eventual invasión de Odessa, que queda a 45 kilómetros de la disputada y pequeña Isla de las Serpientes, que se convirtió en el símbolo de la resistencia ucraniana al principio de la invasión. Fue allí que un grupo de guardias fronterizos ucranianos rechazó la orden de rendirse que les llegó del luego hundido buque insignia ruso, Moskva, en un mensaje de radio que dio la vuelta al mundo: “armada militar rusa, andate a la m...”, frase que ahora se encuentra en remeras, posters, estampillas y demás gadgets patrióticos.

Arcyz además queda a 100 kilómetros de Reni, único puerto sobre el río Danubio que, pese al bloqueo del Mar Negro, aún está funcionando para exportar granos, según asegura Sereda.

El alcalde muestra a La Nación un mapa de la zona
Elisabetta Piqué


El alcalde muestra a La Nación un mapa de la zona (Elisabetta Piqué/Roma, Italia)

Fundado en 1816 por colonos alemanes, de casitas bajas, muy verde, pulcro y ordenado y con reminiscencias germánica, el pueblo de Arcyz se está preparando para una ofensiva mucho mayor. “Los misiles del domingo no fueron los primeros, ya habíamos sido atacados al cuarto día de la guerra de Putin, después tuvimos un mes bastante ‘pacífico’ y ahora nos preparamos para más bombas”, dice el alcalde que, como la mayoría de intendentes de Ucrania, con la “operación especial” de Putin que convirtió a todos los habitantes en soldados, se volvió una suerte de comandante en jefe. Aunque su pueblo siempre fue muy importante por la producción de alimentos y por el transporte -por aquí también pasa el ferrocarril-, ahora también fabrica chalecos antibalas. Y tiene a su ejército de civiles de las Fuerzas Territoriales de Defensa (FTD).

“La gente está muy motivada y cuando pregunté quién estaba dispuesto a ir al frente, 41 hombres de una empresa, civiles, me contestaron que sí”, cuenta a LA NACION Dimitro, un ingeniero de 42 años que ahora es uno de los jefes de la FTD de este pueblo y que nos acompaña a dar una vuelta.

Dimitro, uno de los jefes de las Fuerzas Terriotoriales de Defensa y Yevhen Sereda, manager de la filial de A.Grain, ante uno de los silos destruido por un misil ruso
Elisabetta Piqué


Dimitro, uno de los jefes de las Fuerzas Terriotoriales de Defensa y Yevhen Sereda, manager de la filial de A.Grain, ante uno de los silos destruido por un misil ruso (Elisabetta Piqué/Roma, Italia)

De abuelos alemanes y barba, Dimitro muestra uno de los checkpoints del pueblo, donde, como en todos, hay una trinchera cavada en la tierra, bloques de cemento, bolsas de arena y cinco soldados de las FTD en uniforme mimetizado y zapatillas, que nos dejan fotografiar solamente de espaldas o cortando la cabeza. Saltan a la vista tres viejas butacas de teatro puestas allí, en medio del campo, como virtual banco para apoyar cosas, entre las cuales, los cascos.

Para despedirse de los periodistas los soldados saludan con el clásico lema nacionalista: “¡Slava Ukraini-Heroyam slava!” (Gloria a Ucrania -Gloria a los Héroes) ¡Slava Natsii-Smert voroham! (Gloria a la nación -Muerte a los enemigos). Y le suman el insulto que hoy está a la orden del día: “¡Putin-Huylo! (Putin es un cabeza de pene).

Es un día de sol, empieza a hacer calor y el viento hace caer, como si se tratara de nieve, las flores blancas de las acacias.

Silos
Elisabetta Piqué


Silos (Elisabetta Piqué/Roma, Italia)

Parece todo muy pacífico, pero aquí la gente está aterrada porque hay ataques todo el tiempo y los objetivos son claramente civiles, de infraestructura esencial, como la estación de electricidad o los silos”, dice Dimitro, que asegura que, a diferencia de Odessa, cuando aquí suenan las sirenas que advierten de ataques antiaéreos, algo muy común, como no hay refugios, la mayoría de la gente intenta protegerse en los sótanos de las casas.

Nosotros psicológicamente estamos preparados para ser bombardeados, pero los habitantes no y hay mucho miedo”, admite el alcalde. “Y, claro, estoy preocupado por el futuro de nuestro pueblo, por el futuro de Ucrania, pero esperamos en la victoria”, agrega este hombre de 35 años, padre de un hijo de 4, también de origen alemán.

Salvar el maíz

En la planta de silos atacada aún se ven hierros retorcidos, fragmentos de chapas y escombros. Pero el bombardeo no ha detenido el trabajo. Se ven camiones que vienen y van y, alrededor del silo arrasado, hay empleados que, con palas y carretillas, intentan salvar el maíz que quedó desperdigado en diversas montañas. “Lo habíamos traído de zonas del noreste, para salvarlo de los ataques, porque pensábamos que acá estaba más seguro”, comenta Yevhen, que subraya que el misil provocó un daño enorme para la infraestructura de la planta.

“Cada silo, que guarda 5000 toneladas de granos, cuesta 15 millones de grivnas (medio millón de dólares), uno fue arrasado y cuatro fueron dañados”, detalla. Por otro lado, seis empleados de la planta -donde trabajan 75 personas- decidieron renunciar por miedo a más ataques. Aunque ya hubo ataques a silos en las regiones de Zaporiyia y Dnipro, en el centro este de Ucrania, exrepública soviética famosa por ser el granero de Europa, el de Arcyz es el primero en esta estratégica zona del suroeste.

Los vecinos de la localidad de Arcyz en la estación de carga para los celulares
Elisabetta Piqué


Los vecinos de la localidad de Arcyz en la estación de carga para los celulares (Elisabetta Piqué/Roma, Italia)

Un área que muchos consideraban pacífica, tanto es así que, en los últimos dos meses y medio de guerra, han llegado hasta aquí 1100 desplazados internos. “Se trata de personas de Kharkiv, de Kherson, de Odessa, de Mykolaiv, de Mariupol, de Donetsz, de Lugansk, que están viviendo en casas y que son los que más sufren a la hora de los bombardeos”, cuenta a LA NACION Oksana Reshnetiuk, al frente de una oficina municipal que ha registrado su llegada. Como todo el pueblo, su oficina está a oscuras, pero, gracias a un generador, ofrece a los vecinos un espacio para recargar sus teléfonos celulares.

Allí Alona, que trabaja en la limpieza y el barrido del pueblo y madre de 7 hijos, está esperando su turno. ¿Tiene miedo? “Sí, claro”, contesta. “El último bombardeo, el 8 de mayo, fue muy fuerte, aterrador y a muchos vecinos incluso les estallaron los vidrios de las ventanas”, cuenta. ¿Pensó en irse a Moldavia? “Sí, claro, pero como tengo un hijo mayor de 18 años, que no puede dejar el país, no pienso irme”.

Alona en el espacio para recargar celulares
Elisabetta Piqué


Alona en el espacio para recargar celulares (Elisabetta Piqué/Roma, Italia)