El nuevo desafío de Estados Unidos en Afganistán: qué hacer con el gobierno talibán
Incluso mientras Estados Unidos finaliza su salida de Afganistán, enfrenta un dilema tan desgarrador como cualquier otro durante los 20 años de guerra: cómo lidiar con el nuevo gobierno talibán.
La incógnita ya se hace presente en el debate sobre el grado de cooperación contra un enemigo común, la rama del Estado Islámico de la Provincia de Jorasán, conocida como EI-J.
Y otra disyuntiva: si liberar 9400 millones de dólares en reservas monetarias del gobierno afgano que están congeladas en Estados Unidos. Entregar a los talibanes miles de millones de dólares significaría financiar la maquinaria de su gobierno ultraconservador. Pero es casi seguro que retener el dinero garantizaría una repentina crisis monetaria y el cese de las importaciones, incluidos los alimentos y el combustible, lo cual mataría de hambre a los civiles afganos que Estados Unidos había prometido proteger.
Esto es solo el comienzo. Washington y los talibanes pueden pasar años, incluso décadas, oscilando entre la cooperación y el conflicto, el compromiso y la competencia, mientras gestionan una relación en la que ninguno puede tolerarse del todo ni vivir sin el otro.
En casa, el presidente Joe Biden ya enfrenta una respuesta negativa en relación con Afganistán, que quizá se intensifique si se considera que permite el dominio de los talibanes. Pero es posible que descubra que para asegurar incluso los objetivos más modestos de Estados Unidos en Afganistán sea necesario tolerar al grupo que ahora lo controla.
Su gobierno tuvo una muestra de esta nueva realidad la semana pasada, cuando las fuerzas estadounidenses que evacuaban Kabul dependieron del apoyo de combatientes talibanes para ayudar a asegurar el aeropuerto de la ciudad.
“A ellos les interesa que podamos irnos a tiempo”, declaró Biden cuando se le preguntó sobre los riesgos, y las posibles humillaciones, de aceptar el control parcial de los talibanes sobre el acceso a la evacuación.
Y agregó, en una frase que puede que haya definido la relación: “No es una cuestión de confianza, es una cuestión de intereses compartidos”.
Enemigos mutuos
Si Estados Unidos, ahora sin soldados ni aliados en Afganistán, desea contener al EI-J, necesitará inteligencia y fuerzas aliadas en el lugar.
Y los talibanes, que todavía están luchando para consolidar el control sobre los muchos rincones remotos del país, tal vez necesiten que la fuerza aérea estadounidense los ayude a derrotar al grupo.
Esa combinación fue crítica para golpear al Estado Islámico en Irak, según afirmaciones de los funcionarios que trabajaron en la campaña. Washington y los talibanes ya están poniendo a prueba una coordinación silenciosa, en su mayoría tácita.
En última instancia, puede ser cuestión de si Washington prefiere un Afganistán dividido por la guerra civil (las mismas condiciones que produjeron a los talibanes y ahora al EI-J) o uno unificado bajo el control talibán que puede o no moderarse en el poder.
Un baile diplomático
Los talibanes, desesperados por obtener apoyo extranjero, han hecho énfasis en el deseo de crear vínculos con Washington.
Cuanto más tiempo se tarde Estados Unidos en reconocer, de manera formal o informal, al gobierno talibán, mayor incentivo tendrán para buscar la aprobación estadounidense. Pero si Washington espera demasiado, otros poderes podrían adelantarse y llenar el vacío diplomático.
Irán y China, que colindan con Afganistán, están dando señales de que podrían aceptar al gobierno talibán a cambio de promesas relacionadas sobre todo con el terrorismo. Ambos están ansiosos por evitar un colapso económico o la vuelta a la guerra en sus fronteras. Y, en particular, desean evitar que Estados Unidos vuelva a tener influencia en el país.
“El gobierno chino querrá extender el reconocimiento al gobierno talibán, quizá después o al mismo tiempo que lo haga Pakistán, pero antes de que lo haga cualquier país occidental”, escribió Amanda Hsiao, analista de China para el International Crisis Group, en un reciente informe político.
Irán ya comenzó a usar el término “Emirato Islámico”, el nombre con el que los talibanes prefieren llamar a su gobierno. Las misiones iraníes siguen abiertas.
Muchos afganos temen que el reconocimiento estadounidense, incluso indirecto, pueda tomarse como un cheque en blanco para que el grupo gobierne como le plazca.
A pesar de ello, algunos de los que se oponían de manera rotunda tanto a los talibanes como a la retirada estadounidense han instado a la participación internacional.
“Todos los que tienen interés en la estabilidad de Afganistán deben unirse”, escribió Saad Mohseni, un empresario afgano-australiano que está detrás de gran parte del sector de los medios de comunicación del país, en un ensayo del Financial Times.
En lugar de debilitar al gobierno talibán, instó el empresario, las potencias extranjeras, incluido Estados Unidos, “deben aprovechar esta necesidad de reconocimiento y convencer a los talibanes de que adopten una postura más conciliadora”.
Es probable que ni el compromiso ni la hostilidad transformen la naturaleza subyacente del grupo. Y aun cuando el compromiso funcione, puede ser lento y frustrante, con muchas rupturas y retrocesos en un camino de acercamiento que podría tardar décadas en recorrerse.
La otra catástrofe que se avecina
Tal vez el único escenario tan grave como la toma del poder de los talibanes es uno que es casi seguro que ocurra sin la intervención de Estados Unidos: el colapso económico, que puede llegar a la hambruna.
Afganistán importa gran parte de sus alimentos y combustible y la mayor parte de su electricidad. Como tiene un gran déficit comercial, paga las importaciones en gran medida a través de la ayuda exterior, que supone casi la mitad de la economía del país y que ahora se ha suspendido.
El país tiene suficientes reservas de divisas para financiar unos 18 meses de importaciones. O las tenía, hasta que Estados Unidos congeló las cuentas.
En consecuencia, Afganistán podría quedarse pronto sin alimentos y combustible, y no tendrá cómo reponerlos.
“Las hambrunas agudas suelen ser el resultado de la escasez de alimentos y desencadenan una lucha por las necesidades, la especulación y las subidas de precios de los alimentos, que matan a los más pobres”, escribió la semana pasada Adam Tooze, un economista de la Universidad de Columbia. “Esos son los elementos que ya podemos ver en acción en Afganistán”.
Costos políticos
Cuesta imaginar un mensaje más difícil de vender en Washington que ofrecer ayuda diplomática y miles de millones de dólares al grupo que en su día albergó a Al Qaeda, prohibió el acceso de las mujeres a la vida pública y organizó ejecuciones públicas.
Los republicanos ya están aprovechando el caos de la retirada para criticar a Biden por ser blando con los adversarios en el extranjero.
Biden también podría enfrentarse a la presión de los exiliados afganos, algunos de los cuales ya viven en Estados Unidos. Las diásporas, como las de Vietnam o Cuba, tienden a adoptar una actitud de hostilidad hacia los gobiernos de los que huyeron.
El gobierno, que está tratando de llevar a cabo una ambiciosa agenda interna en un Congreso muy dividido, puede no querer desviar más capital político hacia un país que considera periférico.
Aun así, Biden parece regodearse en su rechazo a la presión política sobre Afganistán. Ya sea que opte por privilegiar la rivalidad geopolítica, el bienestar humanitario o la lucha contra el terrorismo en Afganistán, es posible que tenga que volver a hacerlo.
© 2021 The New York Times Company