¿Qué se siente someterse a una prueba de dopaje? Les preguntamos a 3 corredores olímpicos

Emily Mackay, de Estados Unidos, mientras da zancada durante una eliminatoria de 1500 metros femeninos en el Stade de France durante los Juegos Olímpicos de París, el 6 de agosto de 2024. (James Hill/The New York Times).
Emily Mackay, de Estados Unidos, mientras da zancada durante una eliminatoria de 1500 metros femeninos en el Stade de France durante los Juegos Olímpicos de París, el 6 de agosto de 2024. (James Hill/The New York Times).

SAINT-DENIS, Francia — Visitantes nocturnos armados con jeringas y viales. Aplicaciones que rastrean tu ubicación. Llamadas telefónicas de números misteriosos.

¿Te has preguntado alguna vez qué implican los controles antidopaje para los atletas olímpicos de pista y campo? Tomemos como muestra las experiencias de tres corredores —la irlandesa Ciara Mageean, la estadounidense Emily Mackay y el australiano Olli Hoare— que se han acostumbrado a una de las partes más peculiares de la profesión que tienen en común.

“Nadie habrá orinado tanto en botellas en la mesa de su propia cocina como los atletas”, comentó Mageean.

Ciara Mageean, Irlanda

A estas alturas de su carrera, Mageean está familiarizada a un nivel íntimo con los diversos protocolos de pruebas de dopaje y la gran cantidad de inconvenientes menores que crean.

Por ejemplo, los deportistas deben dar su “paradero” por medio de una aplicación de teléfono inteligente a autoridades como la Agencia Mundial Antidopaje o, en el caso de los estadounidenses, la Agencia Antidopaje de Estados Unidos (USADA, por su sigla en inglés), para que se les puedan realizar pruebas sin previo aviso cuando no están compitiendo. Esto incluye un plazo de una hora al día en el que deben indicar su ubicación exacta en caso de que un extraño tenga que presentarse para extraerles sangre o (lo que es más incómodo) permanecer ahí mientras orinan en un recipiente.

“Estoy tan acostumbrada a que alguien me vea orinar en un vaso”, comentó. “Tienen que ver físicamente cómo sale de tu cuerpo. A mis amigos les parece divertidísimo”.

Mageean, de 32 años, quien compite para Irlanda, pero vive y entrena en Manchester, Inglaterra, se ha acostumbrado a que aparezcan en su casa invitados sin previo aviso antes del amanecer, lo cual considera una molestia necesaria. La actual campeona de Europa de 1500 metros femeninos señaló que no entendía por qué algunos atletas eran cortantes con los examinadores. “Nos prestan un servicio para mantener limpio nuestro deporte”. afirmó “Y son buena gente”.

Mageean solía pensar que los examinadores aparecían a propósito cuando visitaba a sus padres en Irlanda del Norte porque su madre les preparaba el desayuno. También le tocó un día temprano por la mañana en que llegaron a la escalera de entrada de la casa de su novio. ¿El problema? Era el día de un funeral familiar.

“Creo que si hubiera escrito ‘Hoy tengo un funeral’, quizá no habrían venido”, comentó Mageean.

Emily Mackay, Estados Unidos

Los atletas de élite temen el día en que aparezca un examinador de dopaje y no estén donde dijeron que iban a estar. Eso puede contar como una prueba incumplida. Con tres en un periodo de doce meses, enfrentan una suspensión.

A finales de mayo, unas semanas antes de las pruebas olímpicas de Estados Unidos, Mackay llegó a Oregón a una competencia y de inmediato recibió una llamada angustiante de una compañera de entrenamiento que se había quedado en el campamento de altura de su equipo en Flagstaff, Arizona. “Espero que te haya ido bien en tu viaje, pero siento tener que decirte esto”, le dijo la otra corredora. “La USADA apareció después de que te fuiste”.

Por lo que sabía, Mackay, de 26 años, mencionó que había actualizado toda la información en su aplicación de la USADA y el examinador no la había buscado en Flagstaff durante su periodo de “paradero” de una hora. En otras palabras, Mackay no había hecho nada malo. Sin embargo, como era relativamente nueva en las pruebas de dopaje, estaba, en sus palabras, “desquiciada”.

“Estaba llorando en mi habitación de hotel”, comentó, y agregó: “Me sentí muy culpable y terrible. Sentí que había metido la pata hasta el fondo”.

Al final no fue sancionada por ningún acto indebido, pero la experiencia la sacudió lo suficiente como para que, cuando un par de semanas después regresó a su casa en la zona de Boston y una examinadora la llamó para informarle de que estaba en su apartamento, Mackay se sintió extasiada.

“¡Sí! ¡Aquí estoy! Llego a mi casa en 15 minutos”. Mackay recuerda haberle dicho.

Su hiperconciencia de los examinadores no ha afectado su rendimiento: es la tercera mujer estadounidense más rápida de la historia. No obstante, le sigue preocupando su teléfono.

“Este es el problema”, comentó. “Ahora contesto a todas las llamadas basura que no quiero contestar porque tengo miedo de que sea la USADA: ‘Ay, tengo que contestar’. Y casi siempre es un teleoperador”.

Olli Hoare, Australia

Hoare, de 27 años, se ha hecho amigo de personas que desconocen las peculiaridades de su trabajo y a veces le hacen preguntas punzantes: ¿Estás en libertad condicional? ¿Tienes problemas de drogadicción?

No, Hoare les responde. Solo corre para ganarse la vida.

“Tuve novias a las que despertaron los examinadores y se asustaron”, mencionó Hoare. “Y yo intenté explicarles que es algo normal. Y mientras ellas se preparaban para ir a trabajar, yo me quedaba ahí con una aguja en el brazo mientras me sacaban sangre y orinaba en un vaso”.

Hoare, otrora campeón de la NCAA en la Universidad de Wisconsin que vive y entrena en Boulder, Colorado, reconoció que tuvo que acostumbrarse al proceso. Nadie, ni siquiera algunos de los examinadores, admitirá que esto tiene algo de normal.

Hoare recordó que le sacó sangre una mujer que, según comentó, lo más seguro es que fuera nueva, porque parecía un poco nerviosa. “No sacó suficiente sangre, así que tuvo que buscar otra vena y me desmayé”, relató Hoare.

En otras ocasiones, los examinadores se presentaron en su apartamento a altas horas de la noche, cuando estaba jugando videojuegos con sus amigos. “Y había un hombre y una mujer sentados a la mesa esperando a que orinara”, recordó Hoare. “Es una situación extraña para algunas personas, pero es muy necesaria”.

c.2024 The New York Times Company