El Séder trata de la familia, la comida y la libertad. Y ahora, también trata de la guerra

En algunas cenas de la Pascua judía se alteraron los rituales tradicionales, como la reconsideración de lo que debía haber en los platos del Séder. (Elizabeth D. Herman/The New York Times)
En algunas cenas de la Pascua judía se alteraron los rituales tradicionales, como la reconsideración de lo que debía haber en los platos del Séder. (Elizabeth D. Herman/The New York Times)

En las cenas de Pascua judía, muchas familias abordaron el tema de la guerra en Gaza. En algunos casos, diferentes generaciones se enfrentaron y surgieron tensiones. “Ese es el estilo judío”, dijo uno de los anfitriones.

El lunes por la noche, Bonnie Rosenfeld reunió a 38 personas en su casa de Rockaway, Nueva Jersey. Lleva años organizando Séders (las cenas que se celebran durante la Pascua judía o Pésaj), pero ninguna como esta. Quería encarar lo ineludible desde el principio.

Así que, mientras encendían velas para marcar el comienzo de la festividad, recitaron también una serie de oraciones alusivas a la guerra de Gaza: por los rehenes israelíes que quedan, por la paz, por los horrores que se están produciendo, dijo, en ambos bandos.

Fue, a sus ojos, un reconocimiento de lo obvio:

“Esta noche es diferente”, dijo Rosenfeld, invocando las cuatro preguntas que tradicionalmente se recitan en la festividad. “Este Séder es diferente”.

Ese sentimiento resonó en todo Estados Unidos esta semana, cuando familias y grupos de amigos se reunieron para el comienzo de la Pascua judía en medio del complicado remolino de emociones y encendidos debates políticos suscitados por la guerra de un mes entre Israel y Hamás.

Para muchos, la festividad se ha tornado solemne. Y sus rituales familiares, este año, han parecido cualquier cosa menos rutinarios.

Algunas sillas de comensales se dejaron vacías en recuerdo simbólico de los rehenes. Se recortaron las listas de invitados para evitar la discordia interpersonal. Las viejas historias y oraciones cobraron un nuevo significado. Se modificaron los rituales tradicionales para adaptarlos a las circunstancias del momento. Se cruzaron espadas entre generaciones.

“Al principio me sentí preocupada, sentía que era un momento difícil para celebrar un Séder”, afirmó la rabina Susan Goldberg, de Nefesh, una comunidad espiritual judía inclusiva de la zona este de Los Ángeles.

Sin embargo, se dio cuenta de que la mesa del Séder era el lugar perfecto para el tipo de diálogo que se necesitaba con tanta urgencia.

“El Séder es tan directo”, dijo. “Cuando hablamos de libertad y cautiverio, ¿cómo no pensar en los rehenes?”. Y añadió: “Luego decimos: ‘Que vengan a comer todos los que tengan hambre’, y ¿cómo no pensar en la gente de Gaza que se muere de hambre?”.

Pero el diálogo puede ser complicado, y muchos de los que celebraron la festividad esta semana se esforzaron por sortear las inevitables tensiones del momento.

Sydney Shaiman, de 26 años, se dio cuenta de que sus padres estaban estresados durante el fin de semana por el Séder que iban a organizar para 15 personas en su casa de Manhattan. Les preocupaba que los debates políticos pudieran ofender a los invitados. Al mismo tiempo, pensaban que ignorar las vívidas conexiones entre los temas comunes del Pésaj —liberación, libertad y opresión— y los acontecimientos actuales dejaría el Séder vacío de contenido.

A última hora de la noche del domingo, en un esfuerzo por disminuir la tensión antes incluso de que se materializara, su padre envió un correo electrónico a sus invitados en el que subrayaba “la importancia de acudir al Séder con la mente abierta y la voluntad de participar en conversaciones y opiniones que pueden diferir de las propias”.

El esfuerzo, al final, fue un éxito relativo: Shaiman dijo que tuvo la sensación de que los invitados caminaban sobre cáscaras de huevo.

Algunos asistentes al Séder optaron por encontrar consuelo en las costumbres y la cadencia ritual de la festividad y evadir, brevemente, un tema que, de otro modo, habría sido ineludible.

Lindsay Gold, de 43 años, quien viajó desde Miami para estar con parientes en Los Ángeles, dijo que el Séder de su familia transcurrió sin mención alguna de la guerra.

“Creo que fue más pacífico poder centrarse solo en eso”, dijo.

Pero otras familias cambiaron antiguos rituales en reconocimiento de estos tiempos extraordinarios.

En Minneapolis, Ashley Cytron, de 85 años, se sintió embargado por la emoción durante el Séder en casa de su hijo, en el que dos decenas de invitados fueron leyendo alrededor de la mesa los nombres de los rehenes israelíes, uno por uno. A sugerencia de Cytron, también colocaron un cubierto delante de una silla vacía con una rosa roja, un lazo amarillo y un puñado de sal, como en las “mesas de los desaparecidos”, habituales en las reuniones militares.

“No podemos olvidar”, dijo. “Todos nosotros, no podemos olvidar”.

Ben Cooley, de 54 años, director de comunicaciones de IKAR, una comunidad judía progresista con sede en Los Ángeles, organizó esta semana un Séder con unas 15 personas. (Según él, es la única fiesta judía importante “que puedes hacer totalmente con tus propias manos”).

En el pasado, el Séder de su familia era una oportunidad para hablar de sus luchas personales. Tenían una tradición en la que cada uno escribía su propio “Egipto” —algo que sentía que le frenaba— en trozos de papel, y luego los quemaban en un cuenco. Podía ser un trabajo o una relación. Los niños escribían: “Mis tareas escolares”.

Este año, la familia desechó esa actividad y en su lugar leyó un suplemento del Séder que hablaba de la importancia de no evitar las emociones encontradas que muchos judíos sienten: rabia e impulso de venganza por los seres queridos perdidos el 7 de octubre, miedo al antisemitismo, así como horror ante el sufrimiento de cientos de miles de palestinos.

“El gran cambio fue salir de lo personal”, dijo Cooley. “No se trata de nosotros”.

Los debates y, en algunos casos la incomodidad, fueron inevitables en muchos Séders de todo el país.

Aimee Resnick, de 19 años, celebró la festividad en casa de su familia en Centennial, Colorado, y asumió muchas de las tareas de anfitriona porque su madre estaba fuera de la ciudad. Este año, esas tareas incluían intentar arbitrar las conversaciones entre los 25 invitados de su familia, incluidas sus dos abuelas.

“Mi abuela materna es muy pro-israelí”, dijo Resnick, estudiante de la Universidad del Noroeste, cerca de Chicago. “Mi abuela paterna apoya al pueblo palestino”.

En un momento dado, Resnick intentó intervenir.

“Le dije: ‘Abuela, detente’, y ella me contestó: ‘No quiero parar. Esto es importante’”, dijo Resnick. “Así que salí de la habitación”. Y añadió: “Esa es una de las ventajas de ser la anfitriona: puedes quedarte en la cocina”.

Resnick dijo que su grupo omitió algunos pasajes de su Hagadá tradicional que parecían disonantes con las realidades del conflicto. Dijo que durante el Séder percibió discordia entre los invitados más viejos y los más jóvenes, algunos de los cuales participaban en el activismo propalestino.

La división generacional también fue evidente en Fort Lauderdale, Florida, donde Eleanor Levy, de 83 años, organizó una cena de Pascua para una decena de amigos y familiares. Durante décadas, había utilizado las Hagadot suministradas por la empresa cafetera Maxwell House, que se podían adquirir fácilmente en el supermercado. Este año, sacó un libro contemporáneo de oraciones con sugerencias para provocar debates sobre la opresión, la paz y la libertad.

Funcionó. En un momento dado, su nieto de 26 años, Nolan Dahm, tuvo un desacuerdo —“una discusión acalorada”, en sus palabras— con algunos de los invitados octogenarios sobre las protestas en la Universidad de Columbia.

La escena —la pregunta, el argumento, el respeto mutuo— era precisamente lo que ella había querido.

“Para mí, ése es el estilo judío”, dijo Levy, quien al final culminó la conversación trayendo una bandeja de kugel de patata. “Haces preguntas, y si hay algo que no está bien, hablas de ello, aprendes, te instruyes. He vivido lo suficiente para saber que una discusión no cambiará la opinión de todo el mundo. Pero para mí, es una señal de que estamos vivos”.

Jill Cowan, Corina Knoll y Livia Albeck-Ripka colaboraron con reportería desde California.


Andrew Keh
cubre la ciudad de Nueva York y sus alrededores para el Times. Más de Andrew Keh

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