Opinión: Las marionetas de Putin cobran vida

TODO PARECE INDICAR QUE LA ESTRATEGIA DEL KREMLIN PARA MANTENER LA FACHADA DE DEMOCRACIA SE VINO ABAJO.

El presidente Vladimir Putin siempre ha sido un experto en el uso de marionetas; es decir, políticos afines al régimen que, a instancias del Kremlin o con su bendición, se hacen pasar por candidatos de la oposición, pero nunca se adentran en un terreno verdaderamente desafiante. Este sistema existe desde hace mucho tiempo, al menos desde la primera reelección de Putin en 2004, y siempre ha funcionado a la perfección: mantiene la fachada de la democracia de imitación rusa. Pero en el periodo previo a las elecciones presidenciales de marzo, el acuerdo parece haberse roto. Las marionetas de Putin han empezado a cobrar vida.

Hacía apenas un mes, muchos electores rusos nunca habían oído hablar de Boris Nadezhdin. Hoy, tras una candidatura que ha cautivado a toda la nación, es el segundo político más popular del país. Antes de su repentino ascenso a la fama, lo más destacable de la biografía de Nadezhdin era que trabajó con Sergei Kiriyenko y fue miembro de su grupo parlamentario liberal. Kiriyenko, que fue primer ministro durante menos de un año en 1998, renunció a la política liberal para convertirse en una figura clave del gobierno de Putin. Como jefe de gabinete adjunto del presidente, ahora es responsable de las campañas electorales del país. Él es quien decide quién puede participar en ellas.

En esa función, Kiriyenko ha recurrido a marionetas políticas en varias ocasiones. Por ejemplo, en 2018, le dio a Ksenia Sobchak, una conocida periodista e hija de un exalcalde de San Petersburgo que había sido jefe de Putin, la oportunidad de postularse a la presidencia. Algunos amigos, entre los que me encontraba yo, desaconsejaron a Sobchak que aceptara la oferta, obviamente sospechosa, pero ella accedió. Alegó que era importante participar en debates y abordar temas tabúes en la televisión estatal. Al final, Sobchak obtuvo menos del dos por ciento de los votos. Era evidente que ese era el plan de Kiriyenko. El resultado buscaba humillar a la clase media liberal y prooccidental que Sobchak representaba, para demostrar que sus votos no importaban y que podían ser ignorados.

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Este año, Nadezhdin, de 60 años, parecía destinado a desempeñar un papel similar. Al igual que Sobchak, es bien conocido para las audiencias de televisión. En años recientes, ha aparecido con regularidad en programas televisivos de debates, donde funge como un liberal pro-Occidente. En estos escenarios artificiales, era una de las pocas personas que criticaba a Putin y a la Rusia contemporánea. Pero, por supuesto, siempre era derrotado de forma convincente por propagandistas más numerosos y elocuentes. Por sinceras que fueran sus convicciones, Nadezhdin participó en la farsa.

Nadezhdin declaró de manera pública que no había hablado de su candidatura con su viejo amigo Kiriyenko. Pero cuesta trabajo creerle. Según fuentes cercanas al Kremlin, que hablaron bajo condición de anonimato para tratar asuntos delicados, el propio Kiriyenko dio luz verde a todo el asunto. Se consideró que Nadezhdin era una persona bajo control, que no suponía ninguna amenaza y que quizá obtendría el mismo mísero porcentaje de votos, lo que señalaría una vez más la insignificancia de los oponentes de Putin. Todos saldrían ganando.

Pero la campaña no salió conforme al plan. Después de que Nadezhdin se declaró el único candidato antiguerra en la contienda, y dijo que la invasión a Ucrania por parte de Putin era “un error fatal”, decenas de miles de personas hicieron fila en todas las ciudades rusas del país para suscribir su apoyo (un candidato presidencial necesita 100.000 firmas para registrar su candidatura). Las filas para apoyar a Nadezhdin fueron una sensación. En la atmósfera draconiana de la Rusia en guerra, se convirtieron en la única manera de protestar contra la guerra sin violar la ley.

Sin duda, Nadezhdin quedó impresionado con su inmensa popularidad. Parece haber decidido que era mucho más que una marioneta del Kremlin; podía permitirse ser un político independiente. “Las dictaduras no duran para siempre. Ni tampoco los dictadores”, escribió Nadezhdin el día que llevó las urnas llenas de firmas a la comisión electoral central. Nunca antes se había atrevido a llamar dictador a Putin. Para el Kremlin, fue demasiado. La semana pasada, alegando supuestas irregularidades en su documentación, las autoridades lo excluyeron de la contienda.

La inesperada transformación de Nadezhdin de juguete del Kremlin a héroe de la ciudadanía recordó a muchos a Yevgueni Prigozhin, líder del grupo Wagner que murió el año pasado. Él también parecía ser la marioneta de Putin. Al principio de la guerra, el presidente le ordenó que criticara a los líderes militares para evitar que se hicieran demasiado poderosos y populares. Pero Prigozhin, en diatribas de video que llamaron mucho la atención, se excedió. Comenzó a creer que era el hombre más popular del país e intentó amotinarse. Las cosas no acabaron bien para él.

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Pero la lección para el Kremlin fue de advertencia. En un campo político tan inactivo, donde solo reina Putin, cualquiera que parezca ofrecer una alternativa clara se convierte de inmediato en una superestrella. A pesar de que Nadezhdin se retiró de la contienda, dista de ser el último candidato que puede asustar al Kremlin en esta campaña. El verdadero líder de la oposición rusa, el encarcelado Alexéi Navalni, pidió a los votantes que apoyaran a cualquier candidato que no fuera Putin. Hipotéticamente, esto significa que cualquier marioneta que acabe en la boleta electoral podría suponer un peligro.

Por ahora, hay tres candidatos registrados que representan a partidos parlamentarios: uno del Partido Comunista, otro del Partido Liberal-Demócrata, de extrema derecha, y otro del Nuevo Partido Popular, un partido que, aunque está totalmente controlado por el Kremlin, es moderado y está orientado a los negocios. Este partido sin duda será el siguiente en recibir el apoyo de los manifestantes. Su candidato, Vladislav Davankov, tiene 39 años y es relativamente joven. En enero, Davankov incluso trató de posicionarse como liberal apoyando los esfuerzos de Nadezhdin por entrar en las elecciones.

En teoría, Davankov no debería suponer una amenaza real. Es socio de Yuri Kovalchuk, el mejor amigo de Putin, y una marioneta experimentada. Hace cinco meses se presentó como candidato a la alcaldía de Moscú, casi sin hacer campaña y solo obtuvo el cinco por ciento de los votos. Pero si todos los que se oponen al gobierno de Putin, incluidos los que viven en el exilio, empiezan a hacer campaña por él, podría convertirse en el candidato antibelicista incluso en contra de su voluntad. En ese caso, el Kremlin tendría que enfrentarse a otro de sus inventos fallidos.

Un fallo de este tipo podría tener consecuencias inesperadas. Según una fuente cercana al gobierno que pidió no ser mencionada para poder revelar información confidencial, los burócratas que rodean a Kiriyenko ya empezaron a analizar un posible cambio en la Constitución que podría evitarle a Putin los rigores de la reelección. La propaganda rusa lleva mucho tiempo intentando demostrar que la democracia occidental es destructiva y caótica. Puede que el Kremlin piense que ha llegado el momento de abandonarla por completo.

Este artículo apareció originalmente en The New York Times.

c.2024 The New York Times Company