Las notas finales de la ‘voz de Dios’

Esperanza Spalding en Río de Janeiro, el 17 de julio de 2024. (Larissa Zaidan/The New York Times).
Esperanza Spalding en Río de Janeiro, el 17 de julio de 2024. (Larissa Zaidan/The New York Times).

RÍO DE JANEIRO — En 1955, Milton Nascimento tenía 13 años y aprendía a cantar, pero también, para su desgracia, llegaba a la pubertad.


“Cuando empecé a escuchar que mi voz se hacía más grave, dije: ‘Ya no quiero cantar’”, recordó en una entrevista la semana pasada Nascimento, una de las figuras musicales más importantes de Brasil. “Porque los hombres no tienen corazón”.


Relató que estaba llorando cuando un canturrear suave y conmovedor se escuchó en la radio. Era Ray Charles cantando “Stella by Starlight”. “Después de que escuché eso, pensé: ‘Ahora sí puedo cantar’”.

En el transcurso de las siguientes seis décadas, floreció una de las voces más destacadas de la música, una fuerza etérea que abarcaba varias octavas con emoción y brío, pasando sin esfuerzo de un barítono aterciopelado a un falsete celestial.

El sonido singular de Nascimento, así como su ascenso a las notas más altas, ayudó a influir en una generación de artistas. En una entrevista, Paul Simon se refirió a su voz como “magia de seda”. Philip Bailey, cantante de Earth, Wind & Fire, la comparó con “una hermosa playa brasileña”. Sting la describió como “la verdad en la belleza”.

En Brasil, donde la voz de Nascimento guiaba himnos y baladas emotivas que todos cantaban a coro, la nación decidió bautizarla con una metáfora aún más imponente: “La voz de Dios”.

Ahora, esa voz ha cambiado una vez más. La próxima semana, Nascimento lanzará el que, según dice, podría ser su último álbum, “Milton + Esperanza”, una colaboración cálida, casi de ensueño, con la música de jazz estadounidense Esperanza Spalding tras 15 años de amistad entre ambos. Spalding se encargó de los arreglos musicales y la producción del álbum, además de tocar el bajo en todas las pistas, y ambos cantan juntos en casi todas las canciones. Esto incluye un dueto nostálgico en portugués entre Nascimento y Simon, la primera canción que Nascimento ha compuesto y lanzado en años.

No es una gran sorpresa que, a sus 81 años, la voz de Nascimento no sea la misma. Ahora es más callada, menos estable y, a veces, le cuesta alcanzar ciertas notas a las que antes llegaba con suma facilidad. Pero aún tiene una calidez innegable. Está curtida, gastada, y brinda una presencia reconfortante a todo el álbum, como la mano de un abuelo que sostiene la tuya.

“Tiene una esencia especial y se transmite en la música”, describió Spalding, de 39 años, envuelta en un chal mientras charlábamos en una panadería en un ventoso día de invierno en Brasil. “Pero eso es lo que irradia todo el tiempo. Cuando ve telenovelas, yo pienso: ‘Ah sí, tú escribiste esa canción’”.

“Es un misterio y es hermoso”, agregó.

Spalding tenía razón. Unos días después, sentado en su sillón frente al televisor en el que ve horas y horas de telenovelas brasileñas todos los días, vestido con un conjunto deportivo y Crocs, Nascimento emitía un aura gentil e inconfundible. Esbozó una ligera sonrisa, elogió a todas las personas que mencionó y, a lo largo de dos horas, divagó de una historia a otra, con pocas conexiones lógicas.


Recordó colaboraciones con los grandes del jazz Wayne Shorter, Herbie Hancock y Pat Metheny; contó cuando conoció a Paul McCartney el año pasado (había una foto enmarcada de ambos colgada a su lado); puso una canción que escribió sobre su madre (“ella me enseñó lo que es amar”); y describió varios posibles encuentros con extraterrestres (en uno de ellos, vio lo que cree que fue un ovni entrando a un túnel en Río).

La conversación siguió el flujo de conciencia de Nascimento. Su voz era suave, sus respuestas breves, la memoria a menudo le fallaba. Frente a él había un organizador de pastillas; detrás de él, cinco Grammys. En el exterior, trabajadores construían un nuevo patio. Acababa de mudarse ahí con su hijo. Nascimento ya no camina bien y su domicilio anterior tenía cinco tramos de escaleras.

“Veo imágenes de antes de la pandemia y parece que pasaron veinte años”, comentó el hijo adoptivo de Nascimento, Augusto, de 31 años, que gestiona los asuntos de su padre. “Mi agonía no es ver esto como su último trabajo, mi agonía es que no sé cuántos años me quedan con él”.

‘Una gran síntesis’

Nacido en Río de Janeiro en 1942, Nascimento quedó huérfano a los 2 años cuando su madre, que era empleada doméstica, murió de tuberculosis. La hija de la empleadora de su madre lo adoptó y juntos se mudaron al estado brasileño de Minas Gerais, conocido por su queso y su gente bondadosa.

Nascimento —quien se hace llamar “Bituca”, un apodo de la infancia que se debe a su expresión de puchero— creció en una casa llena de música. Su madre estudió música y su padre trabajaba en una estación de radio. Pronto aprendió a tocar la armónica, el acordeón y la guitarra.

Para cuando era veinteañero, ya se había ganado una reputación en los círculos de músicos, y cuando tocó tres canciones originales en una competencia musical televisada en 1967, el público —y sus contrincantes— se quedaron pasmados.

“Fue algo espiritual”, narró el guitarrista brasileño Guinga, quien también se presentó en el evento. “Hoy en día, siento lo mismo, 57 años después. Se volvió famoso de la noche a la mañana”.

En poco tiempo, Nascimento se convirtió en uno de los artistas más importantes e influyentes de Brasil. Era prolífico: lanzó más de 50 álbumes, entre ellos “Clube da Esquina” (El club de la esquina), un disco emotivo de 1972 que grabó con un grupo de amigos músicos y que muchos críticos consideran una obra maestra.

Su sonido era único, pues mezclaba varios géneros brasileños con el jazz, la música clásica, el rock y el folk, lo cual dio como resultado melodías que algunas veces suenan placenteras y otras hechizantes. “Es una gran síntesis de lo mejor de la música brasileña”, afirmó Nelson Motta, productor musical y autor brasileño. “Es un ídolo para los músicos más sofisticados y ambiciosos”.

Nascimento colaboró con Elis Regina, Antônio Carlos Jobim y Chico Buarque en Brasil y con James Taylor, Cat Stevens y Duran Duran en el extranjero, entre muchos otros. Bailey mencionó en una entrevista que él y Maurice White —el otro vocalista de Earth, Wind & Fire— viajaron a Brasil en la década de 1970 para estudiar la música de Nascimento. White se reunió con el gigante brasileño y “regresó embelesado por la experiencia”, relató Bailey. “El siguiente álbum que hicimos fue todo inspirado en la experiencia de Milton Nascimento”.

Spalding escuchó la música de Nascimento por primera vez cuando estudiaba en el Berklee College of Music y un amigo puso el álbum “Native Dancer” (1974) de Wayne Shorter, que inicia con el falsete de Nascimento. “¿Cómo es que este hombre camina en la Tierra y yo no lo sabía?”, recuerda haber pensado. Ahora, Spalding admite que no puede creer que otras personas no hayan escuchado hablar de él. “Es como si dijeran que no conocen a Bach”, señaló.

Spalding, ganadora de cinco Grammys, se refirió a Nascimento como uno de sus mayores referentes. “Incluso con los arcos hermosos y las melodías inesperadas que se escuchan en la samba y en mucha de la música brasileña, los suyos son distintos, y los brasileños lo llevan en la médula, y estoy segura de que afectó su consciencia como sociedad”, sostuvo. “Además, él está por allá, ya sabes, en su casa, relajado, viendo telenovelas. Tiene un gran impacto, pero no intenta tenerlo”.


‘Igual que un maestro pintor’

En 2022, Nascimento emprendió una gira de despedida por Estados Unidos, Europa y Brasil, en la que cantó sentado, con un abrigo multicolor, mientras la banda tocaba a su alrededor. Spalding lo acompañó en el escenario en Nueva York y Boston.

Una noche mientras cenaban, el hijo de Nascimento hizo una sugerencia espontánea: Spalding y Nascimento deberían grabar un álbum juntos. Pero tendrían que hacerlo pronto, ya que la voz de Nascimento estaba en su mejor momento por la gira.

Aunque estaba saturada de compromisos previos, Spalding dijo que sí de inmediato. “Para eso existe la opción de cancelar”, comentó. (Acababa de colaborar en un proyecto de otro de sus héroes: la ópera “Iphigenia” de Shorter).

El año pasado, luego de prepararse en su casa de Portland, Oregón, y en la gira, Spalding viajó a Río de Janeiro seis veces para grabar. Pronto se dio cuenta de que no iba a ser un álbum “de estudio”. Nascimento se sentía más cómodo en su casa, en particular en su habitación con su televisor, así que grabaron entre transmisiones de telenovelas. Pusieron colchones contra las paredes para mejorar el sonido.

Milton Nascimento, a la izquierda, y Esperanza Spalding en Río de Janeiro, el 17 de julio de 2024. (Larissa Zaidan/The New York Times).
Milton Nascimento, a la izquierda, y Esperanza Spalding en Río de Janeiro, el 17 de julio de 2024. (Larissa Zaidan/The New York Times).

Spalding dijo que, aunque la edad de Nascimento restringe su rango vocal, también le ha añadido un toque especial.


“A nivel físico, el cuerpo de las personas mayores no puede hacer lo mismo que hace 30 o 40 años. Pero la musicalidad y el conocimiento de composición, estructura, sonido y timbre se sienten aún más sofisticados y refinados”, aseguró, “aunque no hablen o gesticulen tan rápido como uno espera”.

“Eso también me motivó mucho. Pensé: ‘Vaya, ¿podemos seguir haciendo esto hasta nuestros ochenta y tantos años? ¿Seguir destilando y precisando lo que conocemos, lo que escuchamos?’”.

El mes pasado, Spalding regresó a la casa de Nascimento en Río de Janeiro para tocar algunas canciones del álbum que aparecerán en una próxima edición de la serie de conciertos Tiny Desk de NPR. Convirtieron su sala de estar en un escenario, con flores, alfombras a rayas y varios discos de oro y platino en los muros. Spalding se situó por encima del resto de los músicos con su bajo vertical y con Nascimento frente a ella, ataviado con una gorra estilo kangol y lentes de sol.

En la primera canción, “Outubro”, el verso se intensifica en un crescendo mientras la dupla canta en armonía, ascendiendo poco a poco a notas más altas. En la primera toma, cuando Spalding empezó a escalar por las notas, agitó su mano hacia Nascimento para pedirle que la acompañara, pero él no pudo y alzó su mano en señal de rendición.

Spalding le sonrió afectuosamente y asintió con la cabeza para demostrar su comprensión. La banda empezó a tocar la canción de nuevo.

Unos minutos después, cuando llegó el crescendo otra vez, sus voces subieron al unísono y sostuvieron la nota. Cuando terminó la estrofa y los relevaron los instrumentos, Spalding miró a Nascimento a los ojos y le sonrió con orgullo, como diciéndole: sabía que podías hacerlo.

c.2024 The New York Times Company