La MS-13 mató a su hermana, pero ese fue solo el comienzo de su dolor

Kelsey Cuevas lleva una camiseta en honor a su hermana, Kayla Maria Cuevas, fallecida en 2016, en Brentwood, Nueva York, el 3 de agosto de 2024. (Sarah Blesener/The New York Times)
Kelsey Cuevas lleva una camiseta en honor a su hermana, Kayla Maria Cuevas, fallecida en 2016, en Brentwood, Nueva York, el 3 de agosto de 2024. (Sarah Blesener/The New York Times)

El ciclo de violencia, represalias e intentos de justicia paralizó Long Island, Nueva York, durante años.

El 14 de septiembre de 2016, el cadáver de Kayla Cuevas fue encontrado, apaleado hasta la muerte y abandonado por miembros de la MS-13, junto a una casa en el número 6 de Ray Court, en Brentwood.

Dos años después exactamente, su madre, Evelyn Rodríguez, que se había convertido en una reconocida activista antipandillas, fue atropellada en Ray Court por la hija del propietario de esa casa. A decir de los fiscales, Annmarie Drago, la hija, se había cansado de las incesantes conmemoraciones cerca de la propiedad.

El proceso contra Drago siguió un camino enrevesado de casi seis años de condenas, anulaciones y nuevos juicios, mientras la atención se desvanecía y la familia de Rodríguez se desmoronaba. Parece que el caso llegará a su fin el martes en un tribunal del condado de Suffolk, y es probable que Drago, de 63 años, no reciba más pena de cárcel que la semana que ya cumplió.

Para Kelsey Cuevas, de 26 años, hermana de Kayla y única sobreviviente de una estrecha tríada de mujeres, ha sido un calvario tortuoso con un final injusto.

Ha luchado por rehacer su vida mientras cría a dos niños pequeños que crecerán sin su tía ni su abuela. Vive en Long Island, pero se niega a decir dónde, por temor a que la pandilla vaya por ella. Algunos días, aún toma el teléfono para llamar a su madre, olvidando que ya no está.

Kelsey Cuevas en Brentwood, en Long Island, Nueva York, el 3 de agosto de 2024. “¿Cuándo podré sentarme aquí y pasar mi duelo en paz?”, pregunta sobre la muerte de su hermana y su madre, y la sentencia de la conductora que mató a su madre. (Sarah Blesener/The New York Times)
Kelsey Cuevas en Brentwood, en Long Island, Nueva York, el 3 de agosto de 2024. “¿Cuándo podré sentarme aquí y pasar mi duelo en paz?”, pregunta sobre la muerte de su hermana y su madre, y la sentencia de la conductora que mató a su madre. (Sarah Blesener/The New York Times)

“Como me diagnosticaron trastorno de estrés postraumático, siento que hay una parte de mí que no tiene contención”, dijo una mañana reciente, dando una larga calada a un cigarrillo de marihuana mientras hablaba.

La muerte de Rodríguez dejó a Cuevas con la inquietante sensación de que su madre murió luchando por la justicia, pero que será algo que a ella misma se le negará.

“¿Cuándo acabará esto?”, dijo Cuevas. “¿Cuándo podré sentarme aquí y pasar mi duelo en paz?”.

‘La misión de una madre’

Brentwood, una población predominantemente hispana del condado de Suffolk, a unos 72 kilómetros al este de Manhattan, era un punto caliente de la MS-13, una pandilla transnacional fundada a finales de la década de 1980 por inmigrantes salvadoreños en California. En el momento de la muerte de Kayla Cuevas, en septiembre de 2016, la violencia se había apoderado de la ciudad, incluyendo una serie de horribles asesinatos de adolescentes.

Kayla, de 16 años, se había peleado con miembros de la pandilla en la escuela y en las redes sociales, según la fiscalía. Tras desaparecer, ella y una amiga, Nisa Mickens, de 15 años, fueron descubiertas junto a la modesta casa color azul pizarra de Ray Court. Las chicas habían sido golpeadas hasta la muerte con bates de béisbol y machetes.

Rodríguez, de 50 años, uso toda la fuerza de su dolor maternal para actuar. Mañana tras mañana, tocaba las puertas en busca de respuestas sobre la muerte de Kayla. Acosó al Departamento de Policía del condado de Suffolk.

“Era la misión de una madre”, afirmó Barbara Medina, activista contra las pandillas. “Ni siquiera creo que llorara la muerte de su hija. Creo que estaba muy concentrada en encontrar justicia”.

Rodríguez acudió a funcionarios locales y federales y, finalmente, al entonces presidente Donald Trump, que había aprovechado el caso de Kayla en la ofensiva de su gobierno contra la inmigración ilegal. Se reunió con Trump durante una visita a Long Island y asistió como invitada al discurso del Estado de la Unión de 2018.

En la primavera siguiente a la muerte de Kayla, los miembros de la organización criminal implicados en su asesinato fueron detenidos en una redada federal. En todo Brentwood, las acciones de la MS-13 estaba empezando a disminuir, en parte gracias al activismo de Rodríguez, señaló Peter King, exmiembro republicano del Congreso que ayudó a facilitar una reunión con Trump.

“Ella fue definitivamente la heroína de ese movimiento”, aseguró.

La acera frente al número 6 de Ray Court se había convertido en el lugar de frecuentes conmemoraciones; la calle estaba llena de peluches y velas parpadeantes, así como grandes grupos de deudos que tomaban bebidas alcohólicas. Una y otra vez había objetos esparcidos fuera de la casa. Una y otra vez, Drago los limpiaba.

La madre de Drago se había cansado de las reuniones y se había mudado, dejando que su hija arreglara la casa y la vendiera, según sus abogados.

Una muerte en un día soleado

Hacía un sol radiante el 14 de septiembre de 2018, segundo aniversario de la muerte de Kayla.

Para cuando Rodríguez y su pareja, Freddy Cuevas, llegaron al 6 de Ray Court a eso de las cuatro de la tarde, el monumento conmemorativo que había colocado horas antes ya no estaba; Drago lo había quitado. La gran corona de flores. Los globos. Incluso el tablón de fotos de Kayla, con su esbelto rostro sonriente vestida con su uniforme del Junior ROTC.

Drago salía de la entrada con los recuerdos en su Nissan Rogue blanco. Un equipo de noticias local captó los momentos de pesadilla que siguieron.

Rodríguez rondaba al lado de la ventanilla del conductor, señalando furiosamente y exigiendo que le devolvieran los objetos. Dio un paso rápido y Drago pisó el acelerador. Entonces empezaron los gritos. El pie de Rodríguez había quedado prensado en el neumático delantero del auto de Drago, lo que la hizo caer a la acera, luego, Drago la atropelló, dijeron los fiscales. Rodríguez tenía el cráneo fracturado.

A kilómetros de distancia, Kelsey Cuevas se dirigía a comprar velas para la vigilia cuando se percató de que un torrente de autos de policía circulaba a toda velocidad por la autopista. Ray Court estaba acordonado. Diez minutos después de que Cuevas llegara al hospital, Rodríguez fue declarada muerta.

En noviembre de 2018, Timothy D. Sini, entonces fiscal de distrito del condado de Suffolk, acusó a Drago de homicidio por negligencia criminal, el nivel más bajo de delito grave, que conlleva una pena máxima de cuatro años.

En febrero de 2020, Drago fue juzgada en una sala repleta de residentes de Brentwood. El video del accidente mortal se reprodujo una y otra vez. Cuevas, que estaba embarazada, se negó a abandonar la sala durante días, incluso cuando empezaron sus contracciones. Dio a luz días después.

El jurado condenó a Drago, y en marzo de 2021 fue sentenciada a nueve meses tras las rejas. Una semana después, fue puesta en libertad bajo fianza a la espera de su apelación. El juez alegó su falta de antecedentes penales y un trastorno de estrés postraumático relacionado con su trabajo como enfermera en un pabellón psiquiátrico.

El recurso rindió frutos 16 meses después: un tribunal superior anuló la condena de Drago y ordenó un nuevo juicio con el argumento de que un fiscal había hecho comentarios inapropiados e inflamado las emociones del jurado durante los alegatos finales. El tribunal dictaminó que el fiscal había hecho afirmaciones sobre la conducta de Drago que iban más allá de los cargos.

Cuando Drago volvió a los tribunales en 2023 para ser juzgada ante un nuevo juez y jurado, su abogado, Matthew Hereth, describió la muerte de Rodríguez en los alegatos finales como un “trágico accidente, nada más”.

Esta vez, el jurado condenó a Drago por un delito menor de hurto por llevarse objetos del monumento. Pero no llegaron a un acuerdo sobre el cargo de homicidio, lo que obligó al juez a declarar nulo el juicio por esa acusación y dejó a Cuevas, a su familia y a Drago en un limbo insoportable.

Sin oportunidad de vivir el luto

Una mañana de julio, Cuevas miraba por la ventanilla de su auto. Metido en el techo de fieltro había un billete de 20 dólares en el que alguien había garabateado a bolígrafo el nombre de “Kayla”, una señal que ella interpretó como buena suerte.

Cuevas tenía 18 años cuando murió su hermana, y después creció muy deprisa, criando a dos hijos mientras se enfrentaba a la disolución de su familia.

Los juicios la han obligado a revivir —y volver a ver— la muerte de su madre con agonizante detalle. “Siento que aún no he llorado a mi madre”, dijo.

La casa de Ray Court permanece tranquila, aunque ahora está pintada de beige, y el camino de entrada está lleno de autos desconocidos. A veces, cuando está en Brentwood, Cuevas pasa por ahí y los recuerdos la invaden.

“Hay días en los que siento como si todo volviera a suceder”, dice en voz baja. “Por eso es tan difícil”.

c.2024 The New York Times Company