México vs Polonia, un empate que augura un terremoto contra Argentina en Qatar 2022

México fue superior a Polonia pero no lo pudo reflejar en el marcador. (REUTERS/Hannah Mckay)
México fue superior a Polonia pero no lo pudo reflejar en el marcador. (REUTERS/Hannah Mckay)

México despejó casi todas sus dudas en Doha, durante su debut mundialista contra Polonia. El 0-0 final fue el punto de equilibrio entre el pesimismo previo y la frustración final. El Tri, estimulado por una mayoría absoluta en el Estadio 974, no pudo romper el cerco polaco. Las conclusiones son agridulces para el equipo de Gerardo Martino, que recuperó episodios largos y contundentes de sus mejores días, pero que mantiene una sórdida pelea con el gol. Y sin goles no hay alegrías.

Polonia, fiel a su guion, apostó por el juego directo. Lewandowski ejerce como faro a todas horas en este equipo. Sus compañeros, conscientes de las limitaciones generales, se adhieren al manual de fortalezas: competir por arriba y provocar un juego físico. México asumió los roles y se adueñó del papel protagónico: tener el balón y vigilar todos los pasos del nueve, con Edson Álvarez cual pegatina.

El equilibrio lo pusieron Luis Chávez y Héctor Herrera, que ya no es el que fue, y no importa: México no tiene a dos como él. Las bandas tricolores fueron explosión pura. Alexis y Lozano despertaron el furor en cada contacto con el balón. Son descarados y hábiles, las dos alas de un equipo gustoso por atacar los espacios. Vega, conmovido y conmovedor durante los himnos, salió a gritar al mundo su talento. Halló un balón en el área que destempló a Szczęsny, el sobrio portero de la Juventus. No remató bien, pero su presencia fue una garantía de peligro desde el amanecer del partido.

No pasó mucho tiempo para que mexicanos y polacos entraran en una guerra física. Y México supo competir en el juego de riñones. La idea era clara: dominar el juego, pero mostrar los dientes cuando hubiera que hacerlo. Jorge Sánchez fue el punto débil del Tri. El del Ajax hizo gala de la imprecisión que le niega asentarse como un jugador confiable. Con una amonestación obligada (falta táctica), Sánchez se puso en la mira de los polacos como talón de Aquiles. El partido era mexicano, pero había un riesgo explícito en cada balón que se acercaba al área azteca.

Una desatención, recién iniciado el complemento, fue suficiente para desbaratar todo el método de nulificación. Edson Álvarez comprometió un balón que Lewandowski olfateó al instante. El killer entró al área y el miedo poseyó a Héctor Moreno que, presa de la desesperación, sujetó de la camiseta a Lewy. La revisión en el VAR entregó el escenario fatídico de los días más negros: todos sabían que marcarían penal. Así fue.

Y llegó la hora de Guillermo Ochoa. El prólogo no podía ser más trágico. El capitán azteca tenía 31 partidos sin tapar un penal. Enfrente estaba un mito de la época, el ejemplo de centrodelantero ultramoderno. Las reminiscencias fueron inevitables: había que apelar al milagro, a los días de Fortaleza y Moscú. A Ochoa le quedaba una bala en la guantera y todo un país recuperó el aliento. Fue a su izquierda y la epifanía no pudo ser más perfecta. Penal atajado.

Szczęsny tenía una respuesta. Álvarez disparó y el enjundioso Henry Martín desvió. El grito mexicano se ahogó en los puños del guardameta. El momento le pertenecía al elenco verde. Toda la víspera quedó enterrada. No hubo fatalismo capaz de eclipsar esa inercia favorable. México, sin embargo, es un equipo sin pegada y ese fue su martirio. Tata agitó la pizarra para dar entrada a Raúl Jiménez y Carlos Rodríguez. Después echó mano de Antuna. Todo fue en vano.

Guillermo Ochoa atajando el penal a Robert Lewandowski. (Danielle Parhizkaran-USA TODAY Sports)
Guillermo Ochoa atajando el penal a Robert Lewandowski. (Danielle Parhizkaran-USA TODAY Sports)

El empate tiene sabor insípido para México. Fue superior en el partido pero no anotó. Nadie puede decirse preparado para el terremoto que le aguarda al mundo el próximo sábado. México y Argentina jugarán a matar o morir. Es una final sin ser una final. Arabia ya puso el ejemplo, pero Messi y sus amigos están decididos a tomar en serio a todos. No tienen mañana. Y México tampoco, porque si pierde, deberá llegar al último día con la vela prendida.

México volvió a mostrar su mejor cara, la que había escondido durante un largo tiempo. La deficiencia está clara: no hay gol. Sin la ecuación completa, la zozobra no se puede ahuyentar. Pero el libro está abierto en Qatar. El Tri y la Albiceleste, por todo. Una vez más, los viejos enemigos se adueñarán de la atención de un Mundial que ya empieza a ser Mundial.

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