Maradona, Tyson y Spreen: ¿cómo será el deporte del futuro?
La escena sucedió semanas atrás en un hospital porteño. El niño de once años, dañado por una vida difícil, no podía ser tocado. Ni siquiera respondía las preguntas. El especialista convocado por los médicos advirtió al entrar a la sala que el pibe tenía pantalones de fútbol. “¿Maradona o Messi?”, le preguntó. El pibe levantó la vista. Lo miró a los ojos y respondió: “Maradona”. Al especialista, futbolero y de casi setenta años, lo sorprendió que un niño de once años, casi todos ellos, imantados por Leo, eligiera en cambio a Diego, de cuya muerte se cumplirán cuatro años el martes próximo. El especialista abrió los brazos de modo natural. Se emocionó porque ambos, médico y paciente, casi sesenta años de diferencia entre ellos, compartían ídolo. El niño que no hablaba, y al que ni siquiera se podía tocar, se dejó abrazar fácil. Los colegas dentro de la sala no podían creer lo que estaban viendo.
¿Para qué sirve el deporte, en este caso el fútbol, y en este caso Diego, si no es justamente para regalarnos emociones, vínculos, recuerdos, ilusiones, inclusive dolores, que nos acompañen en la vida? ¿Qué recordarán del deporte los futuros adultos? ¿Y sus hijos? ¿Lo recordarán con la pelea farsa del millonario charlatán de YouTube Jake Paul, 27 años, contra el casi sesentón y dañado Mike Tyson? Es el circo que Netflix promocionó para crecer en el negocio de las transmisiones en vivo. Su informe (incomprobable) de que la pelea del viernes registró 65 millones de transmisiones simultáneas chocó con los problemas para atender la demanda. Hubo más de un millón de quejas en cincuenta países. Pero chocó con algo más grave: la pelea fue un soberano aburrimiento. ¿Qué morbo habrá tentado a tantos millones a anotarse para ver un espectáculo que prometía ser el fiasco que finalmente fue? Las 72.000 personas que colmaron el estadio en Arlington pagaron boletos de hasta cinco mil dólares, por no citar al bufete neoyorquino que pagó dos millones de dólares por una suite que le permitió seguir mejor que nadie el estropicio.
Los gurús del marketing justifican todo. Afirman que mientras los ratings de TV caen, el deporte sigue siendo el único que siempre mejora sus registros y que por eso Netflix y Amazon comenzarán a interesarse cada vez más por espectáculos en vivo para atraer nuevas audiencias. Y que Paul vs. Tyson fue entonces algo “mucho más grande que el boxeo”. Fue una “hoja de ruta” de lo que viene. Pobres de nosotros. Ark Borkowski, un relacionista que trabajó con decenas de celebridades, afirmó que “la raíz” de la pelea “es absolutamente” la de World Wrestling Entertainment (WWE), deporte y entretenimiento, la lucha libre de Estados Unidos que hizo campaña furiosa por Donald Trump y a la que el presidente electo agradeció asistiendo el sábado último a un show de la UFC en el Madison Square Garden, en el que bailó (o algo parecido) su clásico al ritmo de Village People, mientras la multitud gritaba “¡U-S-A, U-S-A!”. La velada tuvo menos deporte que la pelea de Tyson y los boletos treparon a los 7800 dólares.
Tyson, el campeón mundial que sí supo ser un deportista en serio cuando noqueaba como “Iron Mike”, tuvo al menos un rapto rupturista. Una niña influencer de catorce años le agradeció en nombre de una generación que lo veía por primera vez en el ring y le preguntó sobre su “legado”. El ex campeón cambió “legado” por “ego”, dijo que morirá “pronto” y que será sólo “polvo” y que, entonces, su “legado” importará “un carajo”. “Bueno, muchas gracias por compartir eso. Es algo que nunca había escuchado”, atinó a decir la niña, que en las redes sociales se autodenomina “Jazzy’s World TV”. El Nuevo Periodismo.
¿Hasta dónde avanzará en este contexto el fútbol? Si FIFA marca la pauta habrá que prepararse. Gianni Infantino decidió a dedo que Inter Miami, primero en el campeonato regular pero eliminado en los octavos de final de la MLS, represente a Estados Unidos en el próximo Mundial de Clubes. Inter no será el campeón, pero tiene a Messi. FIFA, sabemos, designó tres sedes (Estados Unidos, México y Canadá) para el Mundial 2026. Y elevó el cupo de 32 a 48 selecciones. El Mundial 2030 tendrá seis países sede. Y el de 2034 fue asignado por decreto a Arabia Saudita (Qatar al menos fue votado). Por mucho menos, Joseph Blatter casi terminó preso.
Aquí, nuevo cambio en plena marcha: eliminamos descensos y tendremos treinta equipos en la próxima temporada. Sufrimos arbitrajes bajo sospecha y apuestas (mal global). Todo cambia. Y cada vez más rápido. Antes, se creía que los gobiernos (al menos supuestamente) debían controlar la avidez del rico. Ahora gobiernan los ricos. El potrero era antes lo más parecido a la felicidad. Ahora, Disney y Kun Agüero mediante, es un torneo de tiempos de Juegos del hambre. La opinión era un derecho de minorías. Ahora es de los influencers. Y allí está Spreen, el streamer de 24 años al que Riestra (una SAE, Sociedad Anónima Encubierta, diría el colega Walter Vargas) se animó a incluir en su partido contra el líder del campeonato (Vélez). Streamers, influencers, youtubers, lo que sea, hasta diseñan hoy políticas de gobierno. El fútbol es más digno: Iván Raúl Buharejuk –así se llama Spreen– duró apenas 78 segundos. Y no tocó una sola pelota.