Juan Carlos Harriott (h.): esa última entrevista, ese hombre del que el mundo debería tener más ejemplares

La sonrisa típica de un hombre que jamás se peleaba en la cancha ni fuera de ella: Juan Carlos Harriott (h.), el caballero sobre quien nunca se escuchó una objeción.
La sonrisa típica de un hombre que jamás se peleaba en la cancha ni fuera de ella: Juan Carlos Harriott (h.), el caballero sobre quien nunca se escuchó una objeción.

El auto daba la vuelta en la rotondita de entrada a su preciosa casa, en su campo, La Felisa, para salir rumbo a Pigüé. Se iba el invitado. Y el anfitrión, pese a cierta dificultad para caminar, hizo el esfuerzo de salir y despedirlo. Se quedó mirándolo, siguiendo con la vista su trayectoria. Como con ganas de continuar conversando. Había sido una hora de charla con grabador, y algo más off the record. La había pasado bien Juancarlitos. Parecía que quería compartir más, pero no se podía. “Venite cuando quieras”, invitó a volver, cuando el periodista pudiera. Intención no faltó, pero no hubo chance. Era el 1 de marzo de este año. Seguramente se trató de su última entrevista.

Era lindo escuchar de él, con detalles simpáticos, recuerdos con su ceceo y su voz de gaucho, que restringía a su apellido, y su rubia palidez, ese apodo “Inglés”. Nada más. No había cosa más argentina que Juan Carlos Harriott (h.), que ni siquiera dominaba la lengua de Shakespeare.

Juan Carlos Harriott (h.) en La Felisa, su campo, de Coronel Suárez, el 1 de marzo de este año, día de su última entrevista con LA NACION.
Juan Carlos Harriott (h.) en La Felisa, su campo, de Coronel Suárez, el 1 de marzo de este año, día de su última entrevista con LA NACION. - Créditos: @Xavier Prieto Astigarraga

La memoria nunca fue una virtud suya, y menos a los 86 años, pero leer sobre él completaba su historia semiolvidada. Su historia emocionante, de prohombre del polo. “Cuánto sabés, ¿eh?”, comentó, con una leve sonrisa. Como tanta persona de buen corazón, Juancarlitos era engañable... Pero escuchar eso de parte de un prócer no deja de ser movilizador. Era corto de palabra, así que cada una suya valía doble.

Escuchar un desfile declarativo de polistas importantes hablar sobre Harriott para la compilación que elaboró LA NACION fue oír repetidos elogios polísticos, pero también otros no deportivos a la par. Quizás incluso más numerosos. Lo grande que hay que ser para que, pese a estar abarrotado de éxitos, a uno lo recuerden por cómo fue persona. En una de las fotos de Harriott que tomaron protagonismo en estos días, de fondo aparece una prolija repisa, bien grande, de todo lo alto de la pared, cubierta de trofeos. Más que cubierta: casi abarrotada. Hay muchos estantes, y aun así se apiñan las copas. Copas deportivas. Pero si fueran copas axiológicas, humanas, la biblioteca de lauros quedaría aun más chica.

La casa de Juancarlitos era grande, pero ya casi no tenía espacio para los trofeos; y eso que no estaban las copas que merecía su calidad humana...
La casa de Juancarlitos era grande, pero ya casi no tenía espacio para los trofeos; y eso que no estaban las copas que merecía su calidad humana...

Uno solo entre tantos galardones, sin embargo, reconoció su calidad humana. Se lo dieron en Francia, en 1984, por el fair play. Poco para alguien de quien nunca alguien escuchó una pelea, siquiera una discusión fuerte en la cancha. Tal vez ahí está esa genética británica desmentida por el acento: algo de sangre fría, algo de gentleman. Mucho de gentleman.

Lo más “soberbio” que alguna vez escucharon de su boca estos oídos, a lo largo de tres largas charlas, fue un comentario a la pasada, sin énfasis, que venía a cuento de otra cosa, de una descripción técnica de su Coronel Suárez: “Para el taqueo no era ningún chambón”, dijo sobre sí, con su simpleza y su lenguaje de otro tiempo.

Con su camioneta al borde de una cancha, la forma en que miraba los partidos en su glorificado Coronel Suárez Polo Club.
Con su camioneta al borde de una cancha, la forma en que miraba los partidos en su glorificado Coronel Suárez Polo Club.

El polo, el mundo, necesitan de más Juancarlitos. Del Juancarlitos de fuera de la cancha.