Homenaje a 11 años de la tragedia de Once: “Abracé a mis dos hijos y les conté por qué su papá no llegaba a casa”
“Ese día, como todos los días, él tenía que tomar el tren para ir a trabajar, pero llegaba tarde. Entonces un amigo lo llevó en auto a la estación. Para tomar el tren, él corrió por el andén y alguien le tomó la mano para que pudiera subir antes de que el transporte arrancara”, recuerda Eliza Ojeda, tía de Carlos Garbuio, un hombre de 32 años que murió aquel 22 de febrero de 2012.
Su compañero lo estaba viendo cuando subió a uno de los últimos vagones, y vio cómo alguien le tomaba la mano. Así que siempre tuvieron la seguridad de que estaba en el tren. “Supimos enseguida que algo le había pasado”, contó ahora a LA NACION.
En ese entonces, Carlos estaba iniciando una convivencia con una chica que tenía una hija. Según contó su tía, él era muy feliz formando aquella familia que recién empezaba a dar sus primeros pasos. “Estaba en etapa de prueba, porque estaba dos días en la casa de mi hermana y dos días con la pareja. Iba y venía, estaba en una etapa de definición, pero era muy feliz”, recordó.
“Él escribía arriba del tren. Dejó escritos muy lindos y emotivos. Nos dejó bastante, nos dejó mucho. Lo que más rescatamos es que nos mantuvo y nos mantiene unidos durante todos estos años”, sostuvo Eliza.
Eran las 8.32 de la mañana. Una sirena sonó y se escuchó en toda la estación de Once, donde familiares y amigos de las víctimas realizaron un acto con el objetivo de “mantener viva la memoria” y trabajar para que no vuelva a ocurrir un hecho fatal como el que ocurrió hace 11 años.
La ceremonia se realizó en mismo lugar donde el 22 de febrero de 2012, a esa misma hora, una formación que arribaba a la plataforma número 2, detuvo su marcha y embistió contra los paragolpes de contención, provocando la muerte de 51 personas y dejando 800 heridos.
La estación de Once se sentía distinta hoy. En realidad no toda la estación, sino el andén número 1. Allí un grupo de familiares uniformados con una remera que rezaba “Justicia para las víctimas de la Tragedia de Once” llevaron a cabo el homenaje que contó con tres ejes claves.
Una vez más Paolo, el padre de Lucas Menghini Rey, un joven de 20 años que fue la última víctima mortal en ser hallada, casi 60 horas después del impacto, dijo: “Encendemos la sirena para despertar a la memoria. El camino judicial no marcó un final, sino que fue un paso más en un largo camino que creemos que nunca va a acabar. Siempre vamos a estar presentes para señalar las cosas que son importantes para que nadie más tenga que atravesar lo que pasó con nosotros”.
En primer lugar, los familiares pidieron por la confirmación de la pena al exministro de Planificación Federal, Julio De Vido. En segundo lugar, en el documento solicitaron que vuelva a tratarse el pedido de “un proyecto de ley de resarcimiento a los familiares directos de las víctimas y los heridos”. El mismo fue presentado, pero quedó estancado en medio de los debates parlamentarios.
En el tercer punto, los familiares y amigos de víctimas de la tragedia de Once informaron distintas situaciones que se están dando en las líneas de transporte de pasajeros y de carga en el país. Esto lo pudieron realizar gracias a los informes de los trabajadores ferroviarios y del balance anual que estos hacen cada fin de año. De esta manera, alertaron a que la situación del trasporte público sigue siendo insegura.
El memorial de los corazones era el paisaje que se podía ver detrás de tíos, amigos, madres, padres, sobrinos, nietos que se reúnen todos los años para honrar la memoria de los fallecidos. El rango de edad de los presentes era amplio: había desde nenes chiquitos, hasta adolescentes, jóvenes, adultos y personas mayores.
Hay algo que une a todas estas personas y es el pedido de justicia y que gritan hace 11 años. Con carteles que llevaban las imágenes de sus seres queridos y la palabra “Justicia”, los familiares vivieron un acto repleto de emociones.
Una madre lloraba de manera desconsolada mientras se cubría de los flashes con un cartel que rogaba: “Justicia”. Tres nenes estuvieron sentados en el piso del andén y se sostuvieron las manos a modo de consuelo durante una hora y media. La más chica no podía evitar que sus lágrimas cayeran al piso de la estación: su papá murió en aquel tren, cuando ella tenía apenas dos años.
“Ese día él iba a trabajar. Era analista de sistemas y trabajaba en una empresa. Se tomó el tren, aquel fatídico tren, el que no debería haber tomado nunca”, se lamentó Silvia Attardo, una mujer de 55 años que perdió a su marido, Claudio Belforte, de 43 años, en la tragedia y madre de esos chicos que estuvieron durante todo el homenaje con las manos entrelazadas.
“Yo tenía la tele prendida, estaba viendo el noticiero, así que vi la tragedia por la televisión. Lo empecé a llamar a sus tres teléfonos. Uno que solo lo sabíamos la familia, otro personal y otro de la empresa”, recordó.
Pero Claudio no atendía y nunca atendió. “Esperé a mi cuñada hasta las diez de la mañana; ella es trabajadora social del Hospital Paroissien. Salimos a recorrer los hospitales como todos los familiares, hicimos una larga búsqueda”, detalló a LA NACION. Y entre lágrimas aseguró: “Ese día lo llevo marcado a fuego lamentablemente”.
La mujer sostuvo que siempre da el presente en los homenajes: “Los primeros años a ellos nos los traía porque eran chiquitos. Martina tenía dos años y medio cuando falleció mi marido y Juan Ignacio tenía ocho años. Mi sobrina también era muy chiquita, tenía 3 años y medio, así que al principio venía sola, con mi cuñada o con amigos”.
Silvia contó que el momento más duro fue comunicarle la noticia a sus hijos y a sus suegros. “Solo la que es madre siente y sabe que es el peor dolor que el ser humano pueda atravesar”, expresó.
Y contó que a sus hijos les dijo la verdad desde un principio, a pesar de su corta edad. “Me acuerdo que él empezó a preguntar; qué era lo que pasaba, por qué papa no volvía. Los abracé a los dos y les conté, les expliqué por qué su papá no llegaba a casa”.
Con la voz quebrada de angustia, la mano de su hija masajeándole la espalda y su hijo haciendo de custodia, Silvia dijo: “Espero que algún día podamos tener paz. Que nuestros amados puedan descansar, es lo único que espero. Que haya justicia verdadera, que puedan crecer en un país seguro, que puedan salir a trabajar y volver a casa. Que no haya corrupción, que puedan tomarse un tren seguro y viajar seguros”.
“Vos fijate lo que es el destino”
El miércoles 22 de febrero de 2012, María Scidone, de 69 años, pensó que tenía que ir al Hospital Italiano hacerse unos análisis clínicos. Para ella ir a la estación era una alegría porque paseaba por los locales y les compraba regalos a sus sobrinos, contó su hermana Carmen, de 72 años.
“El día anterior ella había cenado en casa y mis hijas le habían planchado el pelo. Me acuerdo de mirarla y pensar que estaba muy linda”, recordó su hermana con una sonrisa, mientras en las manos sostenían un cartel que pide “Justicia por María Scidone”.
“Cuando escuché las noticias por la televisión, dije: ‘Ay, María iba para el centro’ y me pregunté: ‘¿Será el tren que tomaba ella?’, porque ella iba para el centro a eso de las siete y media”. Según relató, fueron unos minutos de su vida en los que quedó “congelada”. “No podía ser el tren que mi hermana había tomado, no podía ser ese”, pensó la mujer en ese entonces.
Sin embargo, las horas pasaron, las horas se hicieron eternas y María no llegaba y nunca llegó. “Ella generalmente a las dos o tres de la tarde estaba en su casa, pero esta vez había caído la noche y ella no había vuelto”, recordó Carmen con los ojos vidriosos.
Ahí comenzó la misma búsqueda que todos los familiares y amigos de las víctimas. Casi un día entero recorriendo hospitales sin parar. “Mi sobrino fue a la morgue y no la reconoció. Imaginate cómo estaría mi pobre hermana. Mi sobrino dijo: ‘La tía no es’, pero sí, era ella”, detalló.
“Al otro día volvió una sobrina de mi hermana que es fiscal y entró otra vez junto a mi sobrino. Era ella lamentablemente”, dijo entre lágrimas.
Días después, las hermanas de María se pusieron a revisar una agenda suya que había quedado en su hogar y descubrieron la mujer se había confundido de fecha. El día que tenía una cita con el médico era un día después de que sucedió el accidente, o sea, el 23 de febrero de 2012. “Vos fijate lo que es el destino”, exclamó Carmen.
“Esta es una historia de sufrimiento, de padecimiento y sigue siendo así. 11 años de lucha. Vengo todos los años, siempre que puedo estoy. Esto nos unió como familia, siempre juntos”, aseguró la señora, que hoy estuvo acompañada de su otra hermana.
De generación a generación
Nicolás Alonso, sobrino de Juan Carlos Alonso, otra de las víctimas, tuvo la palabra en uno de los momentos del homenaje. El joven de 23 años pidió justicia no solo por los fallecidos, sino también para los familiares que hace años reclaman no ser olvidados.
Coqui tenía al rededor de 41 años e iba a uno de sus primeros días de trabajo. En esa época él trabajaba desde la casa, vendía pasajes de micro. Pero días antes había cambiado de trabajo: “Estaba contento, emocionado por la nueva etapa, pero sucedió la tragedia”, contó su sobrino.
“Cuando venía para acá, venía pensando en qué podía decir. De tanto pensar en lo que se repite hace once años, que es ‘Justicia por los muertos y heridos de once’, me di cuenta de que también quiero justicia para mí, porque después de tanto tiempo, porque yo estoy acá, vivo y mi abuela también. Mi abuelo se fue sin saber lo que es la justicia, entonces también es una justicia por nosotros. Por los que estamos, por cada familiar, no solo justicia por los que están muertos”, explicó el chico a LA NACION.
Desde muy pequeño, Nicolás acompañó a su abuelo en cada pedido de justicia por las víctimas. En su caso, por “Coqui”, su tío e hijo de su abuelo, con quien desde el primero día asistieron a todas las convocaciones. “Mi abuelo y yo vinimos a los molinetes y pintamos los corazones, junto a toda esta gente. A partir de ese día empezamos a hacer todo lo que iba surgiendo, desde las fotos para juntar las firmas para empezar el juicio hasta viajes que hicimos y demás para sacar esas fotos y juntar esas firmas”, contó emocionado.
Su abuelo falleció hace unos meses, pero él asegura que seguirá luchando y estando presente. “Mi abuela está en un estado de depresión hace años. Ella no puede salir de ahí, pero se mantiene como puede”, reveló.
Mientras el acto ocurría, los altavoces de la estación seguían dando información sobre los viajes a los pasajeros. La gente subía de los trenes como lo hacen habitualmente. Sin embargo, de aquel lado de la estación el clima era otro y en esta lucha el olvido no le había ganado a los recuerdos.
Los familiares y las personas que pasaron cerca del lugar escucharon los nombres de las 51 víctimas a metros de donde ocurrió el accidente. Cada vez que escuchaban un nombre exclamaban a coro: “Presente”.