¿El fútbol está listo para dejar atrás su último tabú?

De adolescente, Collin Martin sintió que debía tomar una decisión. Desde que tenía memoria, su ambición había sido convertirse en futbolista profesional, ganarse la vida haciendo lo que le encantaba. Sin embargo, tenía la sensación de que eso no era compatible con lo que él era. Martin era gay y —hasta donde sabía— no había futbolistas gays.

Llegó a creer que las dos cosas no podían coexistir. Podía jugar fútbol o ser él mismo. Según relató, abordó la elección con una fría racionalidad.

“No me parece que esto sea algo que pueda llevar conmigo mientras persigo mis sueños”, comentó para referirse a su lógica. “Estaba más que preparado para estar en el clóset. Para siempre”. O, al menos, pensó que el tiempo suficiente “para vivir mi sueño”.

En realidad, ese contraste no era tan marcado. En 2018, a los 23 años, y mientras jugaba en el Minnesota United de la Major League Soccer, Martin salió del clóset. Se creía que era el único futbolista profesional abiertamente gay en el mundo en ese momento. Según Martin, a veces, hubo momentos incómodos con sus compañeros de equipo, pero la situación le pareció soportable. Su temor era injustificado. Su sexualidad y su profesión no estaban en conflicto.

Y luego, un par de años más tarde, su “pesadilla” se hizo realidad. Durante un partido crucial de final de temporada con el San Diego Loyal, en el Campeonato de la USL, Martin escuchó cuando un rival le espetó un insulto homofóbico. Martin se lo comunicó al árbitro, pero fue expulsado de inmediato; el árbitro había supuesto que Martin lo había insultado a él.

El escenario posterior fue complicado y confuso y, desde la perspectiva de Martin, insoportable. En las imágenes del partido, el árbitro parece desconcertado, perdido. Los compañeros de Martin lo rodean para explicarle el malentendido. Su entrenador, Landon Donovan, le implora a su homólogo, Rick Schantz, el entrenador del Phoenix Rising, que saque al jugador implicado. Cuando se rehúsa, los jugadores de San Diego se arrodillan y abandonan el campo.

Esa escena es el clímax de “The Last Taboo”, un documental alemán que muestra las experiencias del grupo de jugadores abiertamente gays del fútbol varonil durante el último medio siglo. En comparación con la historia con la que inicia la película —el ostracismo, el abuso y el suicidio de Justin Fashanu, el primer profesional abiertamente gay de Inglaterra—, es difícil no sentirse motivado.

Tal vez Martin sufrió de abuso y Schantz no entendió la gravedad de la situación, pero el jugador tuvo el apoyo de sus compañeros, su entrenador y su club. Todos estuvieron dispuestos a sacrificar un partido —y uno crucial— por un principio. Tan solo eso ilustra que ahora el fútbol es, sin duda, un lugar más acogedor que en la época de Fashanu.

Lo mismo ocurre con la historia de Jakub Jankto, el internacional checo que se declaró gay el año pasado. En las semanas posteriores a su anuncio, en la República Checa hubo una gran preocupación respecto al trato que podía recibir. No tanto de sus compañeros de equipo —que eran “fantásticos”, comentó Jankto—, sino de los aficionados de los equipos contrarios.

En el documental, la angustia se centra en un partido contra el Banik Ostrava, uno de los rivales más acérrimos del club de Jankto en aquel momento, el Sparta de Praga, unas semanas después de su anuncio. Sus choques siempre son tensos, el tipo de ocasiones que justifican la presencia de la policía antidisturbios y de pastores belgas al acecho. Todo el mundo creía que los aficionados del Ostrava iban a bañar a Jankto con insultos homofóbicos; otra vez se vería la reincidencia vergonzosa del fútbol.

Cuando llegó el día del partido, no pasó nada. Jankto entró como suplente. Anunciaron su nombre en el estadio. No hubo abucheos, mofas, ni expresiones coordinadas de homofobia. Entró corriendo al campo. El partido se reanudó. Todos siguieron con sus vidas. “Ya no es un acontecimiento”, como señaló Thomas Hitzlsperger, el exinternacional alemán que salió del clóset después de retirarse.

Es difícil —no importa el medio, pero uno imagina que en particular en una película— captar el significado de un acontecimiento que ya no es un acontecimiento. El desinterés silencioso no constituye un final especialmente cautivador ni emotivo. En muchos sentidos, es un triunfo, la prueba de que se ha ganado una batalla, pero de cierto modo se siente insatisfactorio.

Y, a pesar de todo, es crucial que se cuenten esas historias. En realidad, nadie duda del hecho de que en el fútbol varonil hay muchos más jugadores gays que los pocos que han salido del clóset al público, aunque las evidencias necesarias sean anecdóticas, las matemáticas imprecisas y el tono del debate al respecto sea algo entre el chisme alegre y una caza de brujas descarada.

Es igual de evidente que la mayoría se sigue sintiendo como alguna vez se sintió Martin, como si lo que son y lo que hacen estuvieran bajo una tensión irreconciliable. En un momento de “The Last Taboo”, Matt Morton, jugador y entrenador en las ligas inferiores inglesas, da una lista de todos los jugadores abiertamente homosexuales del fútbol profesional. Tan solo necesita utilizar sus nombres de pila.

Por supuesto que existe la posibilidad de que eso nunca cambie, de que el fútbol nunca cree un entorno tan seguro como para que todos se sientan cómodos siendo quienes son.

Martin es un poco más positivo. Por disposición, es un personaje bastante alegre. Tiene un montón de historias que detallan lo duro que es vivir fuera del clóset y ser futbolista; el hecho de que haya sido capaz de construir una carrera estable, de cumplir su sueño, no significa que no haya sido un desafío.

Sin embargo, prefiere no afligirse por los momentos más difíciles. “Contar esas historias no le ayuda a nadie”, les comentó a los cineastas. Él cree que es mucho más constructivo concentrarse en los aspectos de su vida y carrera que tranquilizarán a otros de que lo que son y lo que hacen no se oponen diametralmente.

Su experiencia en ese partido contra el Phoenix es instructiva. Mientras sus compañeros abandonan el campo, Martin se levanta la camiseta para cubrirse la cabeza. Se estaba cumpliendo aquello que más había temido: su sexualidad, en un sentido literal, les impide jugar fútbol a él y a su equipo. Su desconsuelo es evidente.

Sin embargo, mientras sus compañeros pasan a su lado, estiran la mano para darle palmadas en la espalda, para sacudirle el pelo: gestos diminutos pero potentes de solidaridad y simpatía. No podían entender con precisión por lo que estaba pasando, pero sabían que estaba sufriendo y estaban de su lado.

En retrospectiva, ahora, eso es lo que Martin decide llevarse de ese incidente. No el sufrimiento —agonizante y agudo—, sino el apoyo que recibió y el simbolismo del momento. Cree que eso servirá para que otros sepan que decidir entre lo que son y lo que hacen no es una elección que deban tomar.

c.2024 The New York Times Company