Cuáles son los problemas en el estadio de Independiente, cómo solucionarlos y qué riesgos hay para los hinchas
El 4 de marzo de 1928, con un amistoso frente a Peñarol de Montevideo, Independiente inauguró junto a las vías del Ferrocarril Roca el primer estadio de cemento de la Argentina, que a partir de 1960, una vez concluida la cobertura sobre la platea oeste, sería bautizado como la Doble Visera. Fue en su momento un escenario modelo, todo un orgullo para un club con apenas 23 años de vida. Su estructura permanecería erguida sin mayores alteraciones durante casi ocho décadas: 78 años y 9 meses.
En 2006, y a partir de la caída de un trozo de mampostería sobre el palco de prensa, la comisión directiva del club por entonces presidida por Julio Comparada decidió derrumbar en tres cuartas partes aquel edificio que albergó la época de gloria del Rojo y erigir uno nuevo. Lo llamó Libertadores de América y fue presentado en sociedad en noviembre de 2008, semanas antes de las elecciones en las que Comparada logró la reelección, aunque el estreno oficial recién llegaría el 28 de octubre de 2009. Desde entonces, y a diferencia de su antecesor, ya sufrió desperfectos en dos de sus cuatro tribunas, el primero en 2014 en la cabecera norte (hoy Santoro baja) y el último hace apenas un par de semanas, cuando un sector de las gradas en la cabecera opuesta (Pavoni Baja) se desplazó de su posición original.
Para cualquier neófito en la materia, el contraste entre la durabilidad y fortaleza aparentes de ambas construcciones resulta notable y despierta múltiples preguntas: ¿Qué le pasa a la cancha de Independiente? ¿Está bien hecha? ¿Es segura? ¿Hubo negligencia en su edificación? A los interrogantes se suman también denuncias nunca fehacientemente demostradas de corrupción y robo de materiales por parte de las autoridades en los años de ejecución de la obra, y los infaltables conflictos políticos que son habituales en la entidad de Avellaneda.
Así quedó la tribuna norte local del estadio de #Independiente, en un nuevo desplazamiento y daño con riesgo para los hinchas. Socios apuntan contra la comisión directiva y sospechan que intentan justificar el arribo de capitales privados, convirtiendo al club en una SAD pic.twitter.com/O31ClYlac8
— Agencia El Vigía (@AgenciaElVigia) August 15, 2024
“Cualquier edificio, el que sea, pero todavía más uno con la carga dinámica de un estadio de fútbol, requiere un mantenimiento que lamentablemente en este caso no se fue haciendo como correspondía, pero en ningún caso hay un problema estructural de rotura, ni peligro de caída, ni de derrumbe, ni nada por el estilo”, dice el arquitecto Alejandro Castro, director de Base Cero, la empresa que se encargó de gerenciar la construcción y encargado de mantenimiento del Bochini.
“Desde el diseño inicial en adelante se cometió una sucesión de errores que desembocaron en los actuales problemas, y si bien una catástrofe sería algo impensado y no creo que ocurra, entiendo que solucionar a fondo los actuales desajustes implicaría una serie de trabajos gigantescos y costosísimos”, señala desde la vereda opuesta el también arquitecto Claudio Pezzi, coordinador del Grupo de Infraestructura de la agrupación interna Puro Sentimiento Rojo, que acumula una profusa documentación sobre lo acontecido desde 2014.
Para añadir un punto más de discusión, un ingeniero de la empresa Astori sostiene desde el anonimato: “Lo único que puedo decir es que nunca se respetaron las cifras de público para la que fueron concebidas esas tribunas”. Astori es el fabricante y proveedor de los bloques de gradas premoldeadas que conforman la base de tres de las cuatro tribunas del estadio (la restante, sobre la calle Bochini, es la única del viejo escenario que se mantuvo en pie).
Los conflictos parecen así apoyarse en tres puntos: estructura, mantenimiento y capacidad de carga, o lo que es lo mismo, la cantidad de gente que cada quince días ocupa sus lugares para alentar al Rojo, aspecto que parece estar en la génesis de los problemas. Más aún si se tiene en cuenta que la medida tomada por la jueza Mariela Bonafine para habilitar el estadio el pasado sábado fue, justamente, reducir a la mitad el aforo de las cuestionadas cabeceras.
“Desde el principio fue insólito que el club se planteara una cancha nueva con 20.000 lugares menos de los que había en la anterior [43.000 contra 63.000], pero además, el encargo de las gradas a Astori se hizo pensando en espectadores sentados, porque en aquel momento la FIFA había dictado una norma con esa exigencia para todo el mundo. Después eso quedó sin efecto, pero las tribunas ya estaban en marcha, y no es lo mismo que la gente esté quieta como en un cine, que saltando de manera despareja. Las cargas a las que está sometido cada panel son distintas y provocan sobre los hierros un efecto llamado resonancia que resiente los anclajes hasta romperlos”, explica Pezzi.
El razonamiento, aunque suene muy lógico, es sin embargo desmentido por Castro: “Las cargas tienen un factor de seguridad de 2,5. Esto significa que, si se calcula que una tribuna tendrá capacidad para 8000 personas, podría ser ocupada hasta por 17.000 antes de que exista un riesgo estructural”. El arquitecto, que fue el encargado de acompañar a los inspectores que recorrieron el estadio luego del desplazamiento ocurrido hace dos semanas durante el partido San Lorenzo-Vélez (y de la denuncia no verificada de un hecho similar en el Huracán-Argentinos del pasado miércoles), indica que en esta ocasión el fallo estuvo en “la oxidación de unos soportes que sirven para alinear las narices de los diferentes bloques. Se salieron y entonces las gradas toman la posición natural de apoyarse contra la grada anterior”.
El hecho de que se trate de un segundo capítulo de un problema que ya había surgido en 2014 también provoca controversia. En su día, el arquitecto Ángel Horacio Burlina, director de la obra en el estadio, explicó que aquel desplazamiento se debió al “desprendimiento de un cubo de concreto macizo… que no forma parte de la estructura”. Castro, en cambio, alude a la “falta de unos entrepisos que estaban proyectados y no se colocaron. De esa manera, la estructura trabajó de una forma que no estaba prevista y sufrió daños que se repararon con refuerzos de gradas y vigas con fibras de carbono”. Pezzi fue en aquel momento más categórico: “La construcción es de pésima calidad”, dijo, además de denunciar el “poco control en la ejecución de los trabajos” y la “laxitud” de las inspecciones de la Municipalidad de Avellaneda.
Hace diez años, la administración que presidía Hugo Moyano optó por reducir hasta en un 40% el aforo en esa tribuna como solución transitoria, pero con el tiempo la limitación se fue dejando de lado. El incremento exponencial de la masa societaria y la necesidad recaudatoria de una entidad con acuciantes problemas económicos volvió a completar la capacidad, y el incidente en la Pavoni Baja renovó las preocupaciones.
“Reducir el aforo a la mitad es ridículo desde todo punto de vista. Es como poner en terapia intensiva sólo las manos de un paciente enfermo. O no se deja entrar a nadie o se permite el uso normal, porque si hubieran entrado 3000 personas se habrían colocado todas en el centro, detrás del arco, y el efecto sería igual de negativo”, opina Castro sobre la medida tomada por la UFI de Avellaneda antes del partido ante Rosario Central, e informa que ya están en marcha las tareas de ajuste necesarias: “Esta semana nos reuniremos con la gente de Astori para presentarles las opciones que nos planteamos para evitar la repetición de ese tipo de deslizamientos”.
“Esta dirigencia es responsable de lo que pase de aquí en más después de lo que pasó. Tuvieron un año y medio para evitarlo y no lo hicieron. Se compraron un problema muy grande”, subraya Pezzi. “No hay peligro ni siquiera de que alguien se rompa una pierna, porque las gradas nunca podrían separarse más de cuatro centímetros”, enfatiza Castro. El Libertadores de América-Ricardo Enrique Bochini está bajo la lupa. Una mancha más para un Independiente que desde hace tiempo se empeña en coleccionar dudas, preocupaciones y malas noticias.