Correspondencia posterior a la Eurocopa y la Copa América

La columna de esta semana ha sido diseñada como un monumento al capitalismo avanzado, en el sentido de que la labor de escritura de la misma en gran parte se subcontrató, pero me atribuyo el crédito, aun así. Sin embargo, hay dos temas que tal vez surgieron un poco tarde en el mes de las festividades del fútbol pero que, del mismo modo, merecen nuestra atención.

El primero es la partida de Gareth Southgate después de ocho años como seleccionador de Inglaterra, un periodo en el que no solo logró el tipo de éxito que le habría parecido una edad de oro a la mayoría de sus predecesores, sino que consiguió hacerlo aferrándose en gran medida a las absurdas expectativas políticas y sociales que el país deposita en el cargo.

Un aspecto que ha faltado en buena parte de la cobertura sobre la salida de Southgate es el del aburrimiento. Había una presión (comprensible) sobre Southgate por el fútbol que practicaba. Había presión (injustificada) sobre él por sus posturas percibidas respecto a temas sociales. No obstante, también había una presión sobre él porque llevaba mucho tiempo en el cargo y a la gente le gustan los cambios.

Inglaterra no está acostumbrada a tener una selección nacional exitosa. De hecho, Inglaterra no está acostumbrada a tener una selección nacional a la que no la persigan escándalos e indignación. El periodo de Southgate ha sido, en esencia, tranquilo.

El equipo ha trabajado. Los jugadores lo han disfrutado. Pero la falta de dramatismo también ha sido una fuente de frustración, una sensación de que Inglaterra no es tan interesante. No se habían imaginado estos problemas, pero es probable que los hayan exagerado, tanto los medios de comunicación como los aficionados, porque Inglaterra sin ruido es ajena e inquietante y, de algún modo, insatisfactoria.

El segundo problema, que es mucho más grave, llega en la forma de las terribles escenas de la final de la Copa América, un partido que fue postergado después de lo que pareció ser un colapso total de la seguridad fuera del estadio en Miami. Fue un final adecuado para un torneo que, desde el punto de vista organizativo, fue una vergüenza.

La respuesta inmediata y predecible de las autoridades fue sugerir que los problemas se debieron a miles de aficionados sin boleto que se abalanzaron sobre las puertas, irrumpieron en el recinto y arruinaron la experiencia de algunos aficionados que habían pagado miles de dólares para asistir. Es una estrategia que el fútbol ha visto muchas veces y a la que hay que oponer resistencia.

La responsabilidad de montar un evento con seguridad recae en quienes lo organizan. ¿Por qué se permitió que tanta gente sin boleto —si eso fue lo que ocurrió— se acercara tanto al estadio? ¿Por qué estuvieron en condiciones de irrumpir en las puertas? ¿Por qué las autoridades respondieron permitiéndole la entrada a cualquiera y bloqueando después las puertas a todo el mundo?

Siempre habrá personas que quieran asistir a un partido y no tengan derecho a hacerlo. Es labor de las autoridades filtrarlas. Así ocurre en cualquier otro evento importante. El fútbol no debería considerarse diferente.

Dicho esto, abrimos la correspondencia.

¿Cómo crees que se recordará la Eurocopa 2024? — Bracken Godfrey

Bien, es muy probable que en Inglaterra se hable de ella casi a diario durante los próximos cincuenta años. Pero muchas otras naciones tendrán motivos para recordarla con cariño: Eslovenia, tras disputar el primer partido de eliminatorias de su historia; Georgia, que floreció en su primera aparición en un gran torneo; Turquía, Rumanía y Albania, por la exuberancia (y la cantidad) total de sus seguidores.

No obstante, en términos más generales, creo que la Eurocopa 2024 se considerará el comienzo de algo, el torneo en el que se trazaron las líneas generales del futuro inmediato del fútbol. La verdad es que los partidos no siempre fueron emocionantes, pero el torneo fue el escenario en el que Kobbie Mainoo, Arda Guler y, sobre todo, Lamine Yamal confirmaron ser las promesas del deporte.

La Eurocopa de este año ha sido un poco decepcionante, menos algunos partidos donde jugaron Turquía y Georgia. Los mejores futbolistas parecen un poco más lentos cuando llega el verano. ¿Es hora de replantear nuestras tradiciones y abogar por torneos y descansos a mitad de año? — Bob Leon

No se duda del hecho de que el cansancio ha sido un problema tanto en la Eurocopa como en la Copa América, pero hacer algo al respecto es un poco más complejo. La mayoría de las grandes ligas europeas tienen algún tipo de descanso invernal, pero, si quitamos a Alemania, apenas basta para compensar las exigencias que se les imponen a los jugadores antes y después.

Siempre he tenido la sensación de que el fútbol se beneficia de tomarse uno de cada dos veranos libres, en los que se les otorgue un periodo de inactividad a los jugadores en esos años que no hay un campeonato continental o una Copa del Mundo. Sin embargo, eso parece ser cosa del pasado —el próximo verano hay Mundial de Clubes— y la ampliación de la Liga de Campeones tan solo aumentará la carga.

No se me había ocurrido organizar estos grandes torneos internacionales a la mitad de la temporada, pero tiene sentido: fue uno de los factores que hizo tan atractiva la Copa Mundial de 2022. Por lo general, las ligas mismas no lo permitirían con frecuencia, pero sin duda harán una excepción para Arabia Saudita 2034.

Guardo la esperanza de que los equipos de élite del fútbol hayan visto la Eurocopa y quieran jugar más como Georgia o Turquía. Mi teoría es que no se puede ganar un torneo jugando así, debido al ritmo de trabajo que requiere. ¿Cuál es la solución? ¿Planteles más numerosos? ¿Cambios ilimitados? — Tony Bankston

Yo estaría totalmente de acuerdo en que todos decidieran jugar más como Georgia o Turquía, Tony, pero soy tan escéptico como tú. El cansancio no es el único problema: los equipos más experimentados y de mayor calidad por lo general son bastante versados en absorber la presión, redirigir la energía y luego liquidar a los oponentes que les conceden grandes extensiones de espacio verde.

Es difícil saber si existe una medida estructural que pudiera nivelar el terreno de juego. Sin embargo, creo que falta poco para que el fútbol llegue al punto en que, en esencia, tendrá cambios ilimitados: tal vez un par de décadas como mucho. Esto no lo digo con ninguna señal de aprobación, que quede claro, pero es la dirección general del trayecto.

En un momento en el que se están disputando la Copa América y la Eurocopa, esperaría que escribieras algo sobre la primera. No he visto mucho, aparte de una reflexión sobre la filosofía de Marcelo Bielsa. — Pablo Echeverri

Lamentablemente, esa es una descripción precisa de mi cobertura y tan solo me queda pedir disculpas por ello. No obstante, quiero señalar que solo soy una persona y una persona que estuvo en Alemania, no en la Copa América. Pero esta pregunta plantea un tema importante: la relación un tanto unilateral que el fútbol europeo mantiene con, bueno, todo el mundo.

La Copa América nunca ha dejado una huella especialmente grande del otro lado del Atlántico. Por supuesto que eso en parte es inevitable: los partidos empiezan en plena noche, es decir que solo los aficionados más tenaces podrían verlos.

Si la CONMEBOL, la confederación organizadora, quisiera cambiar eso, podría jugar partidos en horarios más atractivos para los aficionados europeos, pero la realidad es que Europa no es un mercado especialmente importante, el eufemismo preferido del fútbol para decir “lucrativo”. Estados Unidos y Asia son mucho más importantes.

Dicho esto, fue un error programar las semifinales y la final de la Copa para que coincidieran con la conclusión de la Eurocopa. El partido entre Argentina y Colombia habría tenido audiencia en Europa; de nicho, sí, pero audiencia, al fin y al cabo. Programar ese partido para que se transmitiera en Europa ya pasada la medianoche y muchas horas después de la final de la Eurocopa de 2024 no fue la mejor manera de llegar a ella.

La asistencia a la Copa América y la Eurocopa 2024 fue más o menos la misma, pero los precios de las entradas para la Copa América fueron mucho más altos, a veces miles de dólares más. La Copa América cobró por el espectáculo, no el juego. — Andrzej Franks

Sí, en efecto, y es un error. El fútbol se rige por las fuerzas del mercado, claro está, al igual que Estados Unidos. Lo más probable es que la postura de la CONMEBOL sea que si la gente está dispuesta a pagar tanto por una entrada, entonces no hay razón para no cobrarla. A nadie le escandaliza que cueste mucho dinero ver a Taylor Swift en concierto.

Por desgracia, ese no es el panorama completo. La asistencia total a la Copa América fue alta, pero también hubo muchas áreas con asientos vacíos en los partidos: casi 20.000 cuando México jugó en Houston y más de 30.000 para ver a Estados Unidos en Arlington, Texas. ¿Quizá bajar el costo de las entradas habría atraído a más gente? Sería una lástima que en el Mundial de 2026 ocurriera lo mismo.

Nací y crecí en Asia antes de mudarme a Estados Unidos, pero me sorprende mucho la cantidad de gente de acá que parece sobrestimar el atractivo de entrenar a la selección nacional estadounidense. Es un trabajo atractivo para algunos, pero no es para nada una de las máximas oportunidades laborales en el fútbol internacional. — Walid Neaz

Esto es casi una certeza total y solo en parte porque lo es en todas las naciones. Los entrenadores de élite son increíblemente reacios a pasar a la gestión internacional —la mayoría prefiere el tira y afloja diario con los futbolistas— hasta que llegan al otoño de sus carreras.

Pero, y esto es importante, vivir y trabajar (y construir una marca) en Estados Unidos es algo que la gente del fútbol se toma muy en serio. Tal vez no le atraiga a todo el mundo. Por ejemplo, no tentaría a Pep Guardiola ni a Mikel Arteta en este momento. Pero hay ventajas que, si se aprovechan bien, vuelven el trabajo más atractivo de lo que podría sugerir la clasificación mundial del equipo.

Me gustaría que la final de cualquier competencia, en especial la Copa Mundial, se resolviera con un último gol, sin importar cuántos minutos se necesiten. — Peter Thorp

Esta columna lleva publicándose cinco años, creo. En ese tiempo, hemos recibido innumerables sugerencias para mejorar el fútbol. No recuerdo ninguna tan buena como ésta. Sí: en las finales, y solo en las finales, sin duda deberíamos renunciar a los penaltis y que gane el que anote el siguiente gol. Estoy total, absoluta y entusiastamente de acuerdo.

La última pregunta es de Ben Grant, quien de alguna manera logró plasmar en palabras el problema más apremiante que enfrenta todo el fútbol en el año 2024. Ben, canalizando a la humanidad en conjunto, preguntó: ¿qué forma de gobierno histórico tendría el mejor equipo de fútbol si tomáramos las fronteras históricas y las aplicáramos a los jugadores actuales?

A modo de ejemplo, Ben mencionó el imperio Habsburgo de Felipe II, que incluía Iberia, los Países Bajos, el sur de Italia y toda Sudamérica; la “breve unificación de las posesiones austriacas y españolas de Habsburgo con Iberia y la mayor parte de Europa Central”; Roma, bajo el emperador Trajano, que se extendía desde el Levante hasta el reino de Northumbria; y el Sacro Imperio Romano Germánico de Carlomagno.

Para mí, la respuesta parece razonablemente obvia. Si el territorio de Felipe II siguiera existiendo en la actualidad, tendría a Alisson Becker en el arco; una defensa construida en torno a Virgil van Dijk; Rodri patrullando el centro del campo; la destreza de Kevin De Bruyne; la magia de Lionel Messi; y la velocidad abrasadora de Vinícius Júnior. Pero, aun con todo eso, estoy seguro de que Cristiano Ronaldo seguiría pateando los tiros libres.

c.2024 The New York Times Company