La continuidad de Bashar Al-Assad expone los límites de EE.UU. en Siria
WASHINGTON.- Los sirios fueron ayer a las urnas en una elección presidencial cantada: el control del presidente Bashar al-Assad sobre el proceso electoral es tan amplio que las encuestas lo dan como el cómodo ganador de un cuarto mandato de siete años, una ratificación de su supervivencia tras 10 años de insurgencia armada contra su gobierno.
El resultado de la elección también implica un contundente revés para los últimos diez años de diplomacia de Estados Unidos y sus aliados en Siria, que apuntaban a asegurar la transición democrática del país. Cuando termine este nuevo mandato de Al-Assad, en 2028, habrá ocupado el poder en Damasco durante 28 años, acercándose a a su padre, Hafez, que fue presidente durante 29 años.
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En un gesto de fuerte contenido simbólico, Al-Assad decidió emitir su voto en Douma, un devastado suburbio de Damasco que en 2018 fue blanco de un ataque con armas químicas que Naciones Unidas atribuyó al gobierno sirio y donde murieron al menos 40 personas. Cuando el presidente llegó al centro de votación acompañado de su esposa Asma, lo esperaba una multitud de seguidores que coreaba “¡Tuya es nuestra sangre y nuestra alma, Bashar!”.
Cuando se celebró la elección presidencial anterior, en 2014, la zona estaba bajo el control de los rebeldes, así que la decisión de Al-Assad de votar ahí fue el corolario de la sensación de triunfo que lo acompañó durante toda la campaña.
El animo de festejo en las filas oficialistas fue evidente durante toda la jornada electoral, y muchos organizaron picnics y reuniones para celebrar un triunfo seguro.
“Este es un mensaje para los países de Occidente que quisieron tumbar a Siria”, decía un movilero transmitiendo en vivo desde un centro de votación en la provincia de Hama para el canal de televisión estatal Al-Ikhbariyah. “Ahora es el pueblo el que elige su propio destino”.
En esta elección también compitieron otros dos candidatos, pero son figuras desconocidas sin base en el electorado. La abrumadora omnipresencia de afiches y carteles con la imagen de Al-Assad en las calles de Damasco y otras ciudades sirias deja poco margen de duda sobre su victoria.
Los carteles con consignas oficialistas adornan las paredes de las dependencias públicas y de las oficinas de las fuerzas de seguridad, temidas por todos los sirios por las torturas que aplican a los disidentes, otra confirmación de una victoria garantizada del actual presidente.
“No hay otra opción”, dice uno de los pasacalles colgados frente a la sede del Directorio de Inteligencia de la Fuerza Aérea, uno de los organismos de seguridad más temibles del régimen.
En un comunicado conjunto, Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Alemania e Italia denunciaron anteayer que la elección era “ilegítima”.
“Las elecciones presidenciales del 26 de mayo en Siria no serán ni libres ni justas”, consignaba el comunicado. “Esta elección fraudulenta no representa ningún avance hacia un acuerdo político” a diez años del inicio de una guerra que no ha cesado.
Fracaso de Washington
Lo que sí exhibe esta elección, dice Robert Ford, exembajador norteamericano en Siria durante los primeros años de la rebelión contra Al-Assad, es el total fracaso de la diplomacia alentada por Estados Unidos, cuyo objetivo era propiciar la salida del gobierno de la familia Al-Assad a través de un proceso de paz patrocinado por Naciones Unidas, que ya lleva siete años y no ha dado ningún resultado.
Más allá de las expresiones de apoyo a todo esfuerzo de hacer llegar ayuda humanitaria, la administración Biden ha mostrado poca vocación de involucrarse demasiado en Siria.
Pero tampoco está claro qué podría hacer Estados Unidos para influir en el curso de los acontecimientos en un país donde Rusia, Irán y Turquía se han convertido en los principales intermediarios del poder, señala el exembajador.
“Esta elección demuestra que Estados Unidos no tienen influencia. Si tuviera influencia, Al-Assad no podría hacer una campaña como la que hizo, con respaldo total de su aparato militar y de inteligencia”, dice Ford.
La única pregunta es qué margen de victoria será considerado plausible, dice Ibrahim Hamidi, periodista sirio del periódico regional Asharq al-Awsat. Después de obtener más del 99% de los votos en sus dos primeras elecciones –antes de la nueva Constitución de 2012, que habilitó la presentación de otros candidatos–, en la elección de 2014, cuando hubo un candidato opositor, el apoyo electoral a Al-Assad cayó al 88,7%.
En todo ese tiempo, Al-Assad “no se movió un milímetro, ni hizo concesión alguna”, dice Hamidi.
La elección también obliga a pensar en los enormes desafíos que Siria tiene por delante. Aunque la lucha armada cedió, hay una parte del territorio sirio que sigue fuera del alcance de Al-Assad, incluida la provincia noroccidental de Idlib, controlada por los rebeldes, y el inmenso desierto sirio del nordeste, donde todavía hay presencia de tropas norteamericanas, junto con las lideradas por los kurdos.
Solo se celebran elecciones en la parte del país controlada por el gobierno, donde las condiciones de vida siguen deteriorándose, a pesar del ceso de los combates. Hay escasez de combustible y electricidad, hay vastas zonas totalmente destruidas y más del 90% de la población vive en la pobreza, según Naciones Unidas.
Algunos sirios se quejan del costo de las elecciones cuando muchos apenas logran sobrevivir. “Es todo un show, y acá la gente se muere de hambre”, dice el hombre, que prefiere no revelar su nombre.
Otros creen que la votación hará que se reconozca la supervivencia política de Al-Assad y eso abra las puertas para la ayuda internacional y las inversiones para la reconstrucción, particularmente de aquellos países árabes que rompieron relaciones cuando empezó la insurgencia, en 2011.
“La gente es optimista porque confía en que reabrirán las embajadas y se levantarán las sanciones económicas”, dice otro vecino de Damasco, que también habló bajo condición de anonimato.
Pero a los diplomáticos occidentales les parece improbable que unas elecciones tan poco confiables para los gobiernos de Occidente sean un paso hacia la normalización de las relaciones con Al-Assad.
The Washington Post
Traducción de Jaime Arrambide