Colombia afronta un nuevo problema: el exceso de cocaína

Los adolescentes Manuel y Valentina Patarroyo cargando bolsas de hojas de coca cosechadas en Caño Cabra, en Colombia, el 13 de diciembre de 2023. (Federico Ríos/The New York Times)
Los adolescentes Manuel y Valentina Patarroyo cargando bolsas de hojas de coca cosechadas en Caño Cabra, en Colombia, el 13 de diciembre de 2023. (Federico Ríos/The New York Times)

CAÑO CABRA, Colombia — Durante décadas, la pequeña y remota aldea colombiana de Caño Cabra ha subsistido gracias a una industria: la cocaína.

Los residentes de esa comunidad situada en la parte central del país se levantan temprano casi todas las mañanas para recoger hojas de coca: raspan las ramas quebradizas, a veces hasta que les sangran las manos. Más tarde, mezclan las hojas con gasolina y otros productos químicos para hacer unos ladrillos blancos y duros de pasta de coca.

Pero los pobladores contaron que hace dos años ocurrió algo alarmante: los narcotraficantes que compran la pasta de coca y la convierten en cocaína desaparecieron. De repente, unas personas pobres se quedaron sin ingresos. La comida empezó a escasear. Luego se produjo un éxodo a otras partes de Colombia en busca de trabajo y el pueblo de 200 habitantes se redujo a 40.

El mismo patrón se repitió una y otra vez en comunidades de todo el país donde la coca es la única fuente de ingresos.

Colombia, el nexo global de la industria de la cocaína, donde Pablo Escobar se convirtió en el criminal más famoso del mundo, todavía produce más droga que cualquier otra nación, pero se enfrenta cambios tectónicos debido a las fuerzas nacionales y globales que están remodelando el negocio del narcotráfico.

El cambio de dinámica ha hecho que por toda Colombia se acumulen bloques de pasta de coca sin vender. En más de la mitad de las regiones cocaleras del país la compra de la pasta ha caído estrepitosamente o incluso ha desaparecido por completo, lo que ha provocado una crisis humanitaria en muchas comunidades remotas y empobrecidas.

Bolsas con pasta de coca, un extracto crudo de la hoja de coca, en una fotografía en un laboratorio en el Cañón de Micay, una zona montañosa y bastión del Estado Mayor Central (EMC) en el departamento de Cauca, suroeste de Colombia, el 25 de marzo de 2024. (Foto: RAUL ARBOLEDA/AFP via Getty Images)
Bolsas con pasta de coca, un extracto crudo de la hoja de coca, en una fotografía en un laboratorio en el Cañón de Micay, una zona montañosa y bastión del Estado Mayor Central (EMC) en el departamento de Cauca, suroeste de Colombia, el 25 de marzo de 2024. (Foto: RAUL ARBOLEDA/AFP via Getty Images)

El mercado de las drogas nunca había vivido “una recesión tan dramática”, dijo Felipe Tascón, un economista que ha estudiado las finanzas de las drogas ilícitas y ha dirigido un programa gubernamental nacional para ayudar a los cultivadores de coca a pasar a los cultivos legales.

El desmantelamiento de la industria de la cocaína es, en parte, una consecuencia indeseada del histórico acuerdo de paz de hace ocho años con el grupo armado más grande del país, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), que puso fin a una fase de un conflicto que ha durado décadas.

El grupo izquierdista financió su guerra en gran medida con la cocaína y dependía de miles de agricultores para obtener la planta de coca de color verde brillante, el ingrediente principal de la droga.

Cuando las FARC salieron del mercado de la cocaína, las reemplazaron grupos criminales más pequeños que tenían en mente un nuevo modelo económico, dijo Leonardo Correa, de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito: comprar grandes cantidades de coca a un número menor de agricultores y limitar sus operaciones a las regiones fronterizas, donde es más fácil sacar la droga del país.

Eso significa que pueblos como Caño Cabra, en el interior de la nación, a unos 265 kilómetros al sureste de Bogotá, la capital, han visto cómo desaparece en gran parte su único negocio.

“Ha sido difícil”, reconoció Yamile Hernández, de 42 años, cultivadora de coca y madre de dos adolescentes, que ha tenido problemas para llevar un plato de comida a la mesa. “No sé qué va a pasar”.

Al mismo tiempo, otros países se han convertido en importantes competidores y han contribuido a los cambios en el mercado de estupefacientes de Colombia. Ecuador se ha transformado en uno de los principales exportadores de cocaína, pero el cultivo de las hojas de coca también ha aumentado en Perú y Centroamérica.

Eso ha impulsado la producción de cocaína a nivel mundial a niveles nunca vistos. Y aunque su consumo se ha estancado en Estados Unidos, en Europa y América Latina está creciendo y está surgiendo en otras regiones, como Asia.

Un cocalero trabaja en cultivos de coca en el Cañón de Micay, una zona montañosa y bastión del Estado Mayor Central (EMC) en el departamento de Cauca, suroeste de Colombia, el 25 de marzo de 2024. (Foto: RAUL ARBOLEDA/AFP via Getty Images)
Un cocalero trabaja en cultivos de coca en el Cañón de Micay, una zona montañosa y bastión del Estado Mayor Central (EMC) en el departamento de Cauca, suroeste de Colombia, el 25 de marzo de 2024. (Foto: RAUL ARBOLEDA/AFP via Getty Images)

En Colombia, las políticas gubernamentales, como el abandono de los intentos de erradicar las plantas de coca, junto a los avances tecnológicos que se han producido en el cultivo, han permitido que la producción de coca se expanda, a pesar de todo el dinero que Estados Unidos invierte desde hace décadas para intentar desmantelar esa industria.

La producción anual de hoja de coca y cocaína alcanzó nuevos máximos en 2022, con un aumento del 24 % en la fabricación de la droga con respecto al año anterior, según los datos más recientes disponibles de las Naciones Unidas.

“Estamos viendo una producción a niveles con los que Pablo Escobar solo podía soñar”, dijo un funcionario estadounidense que trabajó durante años en la interdicción de drogas en Colombia y pidió que no lo identificaran porque no estaba autorizado a hablar oficialmente. “Cuando vas a los campos de coca, es como estar parado en un campo de maíz en Iowa: no puedes ver el final”, contó.

El auge de la producción de cocaína ha provocado un aumento de las exportaciones. Los ingresos por exportaciones de cocaína aumentaron a US$18.200 millones en 2022 de los US$12.400 millones en 2021, según un análisis de Bloomberg Economics, que predijo que este mismo año superarían los ingresos del petróleo, la exportación principal del país.

El presidente de Colombia, Gustavo Petro, se ha enfocado más en atacar las redes de narcotráfico, por lo que alejarse de las políticas de erradicación de la hoja de coca ha fomentado el aumento de la producción de cocaína, según funcionarios de la ONU y de Estados Unidos.

“Debido al desinterés de Petro por la erradicación forzada, prácticamente no hay barreras para entrar en el campo de la coca”, dijo Kevin Whitaker, ex embajador de Estados Unidos en Colombia y colaborador externo del Atlantic Council.

Gloria Miranda, que ahora dirige el Programa de Sustitución de coca del gobierno, cuestionó ese punto de vista, señalando que las incautaciones de drogas habían aumentado significativamente durante los casi dos años que lleva Petro en el cargo. Los críticos dicen que eso se debe en gran medida a que se está produciendo mucha más cocaína.

Un hombre trabaja en un laboratorio de pasta de coca en el Cañón de Micay, una zona montañosa y bastión del Estado Mayor Central (EMC) en el departamento de Cauca, suroeste de Colombia, el 25 de marzo de 2024. (Foto: RAUL ARBOLEDA/AFP via Getty Images)
Un hombre trabaja en un laboratorio de pasta de coca en el Cañón de Micay, una zona montañosa y bastión del Estado Mayor Central (EMC) en el departamento de Cauca, suroeste de Colombia, el 25 de marzo de 2024. (Foto: RAUL ARBOLEDA/AFP via Getty Images)

Los nuevos fertilizantes también han facilitado el cultivo de más coca, aunque muchos grupos armados colombianos que alimentan el continuo conflicto del país dependen mucho menos de las drogas para generar ingresos y recurren a otras actividades ilícitas que no atraen tanto la atención de las fuerzas del orden, como la minería del oro, la tala de árboles y el contrabando de migrantes, según varios analistas.

Por tanto, aunque la cocaína sigue siendo un gran negocio rentable para las redes criminales en Colombia, el nuevo modelo económico ha generado sufrimiento en muchas partes del país.

Al menos el 55 % de las regiones cocaleras de Colombia han visto sus ventas desplomarse, dijo Correa.

Al igual que muchas comunidades rurales, Caño Cabra no tiene presencia gubernamental y está controlada por un grupo armado ilegal. No hay electricidad, ni agua corriente y mucho menos escuela pública.

Hernández ha luchado para reunir el dinero necesario para enviar a sus dos hijos a un internado en un pueblo cercano, de manera que no tengan que trabajar a tiempo completo en los campos de coca como hacía ella cuando era joven.

Los adolescentes, Valentina, de 16 años, y Manuel, de 14, trabajaron en el campo durante sus vacaciones, pero no por el salario, que era insignificante, sino por el desayuno gratuito que servía el dueño de la granja de coca.

La carne, un alimento básico de la dieta colombiana, se ha vuelto escasa.

“Hace tiempo que ninguno de nosotros come carne porque no hay dónde comprarla ni con qué comprarla”, contó Hernández.

El dolor económico que aflige a muchas regiones cocaleras está expulsando a muchas personas de sus pueblos.

María Manrrique era dueña de una farmacia en la ciudad de Nueva Colombia, cerca de Caño Cabra, pero a medida que las ventas de coca se han ido evaporando, los clientes comenzaron a decirle que no tenían dinero para pagar los medicamentos.

El año pasado se mudó a la ciudad más cercana, San José del Guaviare.

La adaptación fue dura. Echaba de menos su ciudad natal y las vistas al campo. Se sentía sola y encerrada.

Pero empezó a ver a un terapeuta para combatir la depresión y a ganarse la vida vendiendo empanadas. Ahora Manrrique dice que no tiene planes de irse. En la ciudad puede acceder con mayor facilidad a la insulina para tratar su diabetes y su hijo pequeño está recibiendo una educación mejor.

“La gente está emigrando. Eso hace que te sientas mal porque solía ser una buena ciudad con gente buena”, dijo. Pero agregó: “ya he dado este paso y no voy a volver atrás”.

Aunque algunos expertos dicen que la transformación de la industria de la cocaína podría llevar a los cultivadores de plantas de coca a hacer la transición a formas legales de ganarse la vida, a muchos les preocupa que los agricultores puedan apostar por otras actividades ilícitas.

Jefferson Parrado, de 39 años, presidente del consejo local que dirige la región que incluye a Caño Cabra, dijo que muchos podrían dedicarse a la cría de ganado, una de las actividades que más impulsa la deforestación en el mundo. Otros residentes dijeron que podrían unirse a grupos armados debido a la desesperación económica.

“Varias regiones han logrado cierto desarrollo económico gracias al mercado de la coca y la cocaína”, confesó Diego García-Devis, quien dirige el programa de políticas de drogas de la Open Society Foundations. “¿Qué ingresos reemplazarán lo que ganaban con la coca? ¿Otro ingreso ilegal? ¿La minería o el tráfico de seres humanos, vida silvestre, madera? ¿Quizá la extorsión?

En muchas zonas remotas de Colombia, no es económicamente viable vender otros cultivos debido a los altos costos de transporte. Cuando los productos llegaban al mercado, se habían echado a perder, según los residentes. Para muchos colombianos, el mercado de la cocaína ha sido su única opción.

“Le hace daño a la humanidad y somos conscientes de eso”, dijo Parrado. “Pero para nosotros significa salud, significa educación, significa sustento para las familias de la zona”.

Genevieve Glatsky