Arte rememora y denuncia peligro de municiones no detonadas dejadas por EE.UU. en Panamá

Moncho Torres

Ciudad de Panamá, 11 jul (EFE).- Fotografías y documentos históricos se unen para denunciar a través del arte el peligro que todavía supone para la población los restos de municiones no detonadas que dejaron las tropas de Estados Unidos, en bases y otros espacios, durante décadas de ejercicios bélicos en Panamá.

La exposición 'Bombas no detonadas', del fotógrafo y arquitecto panameño Alfredo J. Martiz, que se inauguró este jueves en el Museo del Canal en Ciudad de Panamá, profundiza en el impacto social de los antiguos polígonos de tiro estadounidenses abandonados y tomados ya por la naturaleza, donde se ocultan artefactos sin explotar que, de forma accidental, generan muertes y amputaciones entre la población.

"En su momento ellos hacían estos entrenamientos preparándose para un combate con un enemigo ficticio, pero si tú lo conectas en todo este transcurso del tiempo, nosotros nos convertimos en los enemigos contra lo que ellos combatían", explicó a EFE el artista.

La construcción del Canal de Panamá por parte de Estados Unidos, inaugurado en 1914, trajo consigo la presencia de tropas estadounidenses en el istmo durante unos 85 años, una presencia militar destinada a la protección de la vía interoceánica, pero que también sirvió como campo de pruebas por el clima tropical del país para otros conflictos bélicos, como los combates en Japón durante la II Guerra Mundial o la guerra de Vietnam.

EE.UU. mantendría en Panamá hasta 15.000 efectivos militares en 10 bases distribuidas a lo largo del Canal interoceánico tras la firma de los Tratados Torrijos-Carter de 1977, que pusieron fin a la presencia castrense estadounidense en territorio panameño el 31 de diciembre de 1999.

El tratado estipulaba que los Estados Unidos estaban "obligados a adoptar todas las medidas para asegurar hasta donde sea viable que toda amenaza a la vida, salud y seguridad humana sea removida", pero fue ese "hasta donde sea viable" que limitó el proceso de descontaminación de las bases, según denunciaba un documento de 1995 de la Autoridad de la Región Interoceánica (ARI), al que tuvo acceso Martiz durante su investigación.

Uno de los aspectos que mayor controversia generó en torno a esas prácticas bélicas del país norteamericano fue su programa activo de armas químicas que data de entre 1930 y 1968, en el que según un informe del Movimiento de Reconciliación (FOR), para 1940 EE.UU. tenía disponible en la Zona del Canal 84 toneladas de gas mostaza, 10 toneladas de fosgeno, 800 proyectiles de fosgeno o 647 cilindros químicos, entre otros.

Además se efectuaron al menos 130 pruebas en la isla de San José en el Pacífico, y según los documentos disponibles sobre 18 de esas pruebas, unas 4.387 municiones químicas fueron detonadas.

Durante una visita a la isla en 2002, la Organización para la Prohibición de Armas Químicas (OPAQ) identificó 8 municiones químicas de fosgeno y cloruro de cianógeno, que fueron probados en esta isla tropical por el Ejército estadounidense y abandonados tras la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), y no sería hasta 2017 cuando Estados Unidos culminaría "con éxito" la destrucción de esas municiones químicas sin detonar.

Investigación histórica y testimonios

En un principio, la idea del artista Alfredo J. Martiz era "mucho más conceptual, mucho más abstracta, y pensaba trabajar exclusivamente con material de archivo y mezclarlo y manipularlo", poniendo "en diálogo" fotografías que hizo de la antigua Zona del Canal, de bases abandonadas, o de la "naturaleza volviendo a retomar estos espacios", con imágenes históricas de archivo.

Pero el enfoque del proyecto cambió cuando conoció el caso de Sabino Rivera Santamaría, que en junio de 2004, cuando tenía 42 años, ingresó en un polígono y murió tras pisar un mortero. Su hermana, Cecilia Soto Santamaría, se lo narró por casualidad a Martiz durante una visita de campo, y su historia, dijo, fue "tan estremecedora" que le hizo replantarse "lo que estaba haciendo y cómo iba a contarlo".

"Ciertamente tengo una responsabilidad de narrar un proyecto a partir de hechos históricos, pero no me puedo quedar solamente en los hechos históricos como artista, y tengo que ver de qué forma se conecta todo el aspecto de sensibilidad humana que hay para el arte", explica Martiz, algo que logró incorporando la historia de Sabino con montajes en los que utilizó su retrato o una fotografía de su certificado de defunción.

Para subrayar este aspecto humano, la exposición del artista incorpora una pieza audiovisual que superpone imágenes contemplativas de la selva con el audio del "fuerte" testimonio de Cecilia, un sonido rugoso, con el eco de fondo de un niño, en el que la mujer narra el día en el que su hermano murió tras pisar un mortero: "Nada más le quedó de aquí (la cintura) para arriba, solamente, nada más".

Y no fue el único en morir en la zona por la explosión de munición abandonada. Según Cecilia, también "el padrastro de una vecinita", y otro de sus familiares, "aparte de los niños que murieron con una granada".

"Fue una granada, no sé cómo la encontraron, no sé cómo pasó eso, y los niños, jugando pelota estalló la granada y los dos murieron desbaratados: a uno le quedó la mitad y al otro no se le encontró nada, nada, nada", dijo.

El artista explica que fue el relato de la muerte de esos niños, mientras se encontraba con su hijo de tres años, lo que más le impactó.

"Llegué acá y estaba totalmente destrozado, porque hay empatía en ese sentido, nadie tiene que perder la vida por la irresponsabilidad de unos militares que dejaron un espacio sucio", sentenció.

Moncho Torres

(c) Agencia EFE