Alex Wyllie, el granjero que cambió la cabeza de los Pumas: hosco y querible, agarró un rugby estallado y en plena crisis
Frontal y parco. De carácter rígido, criado a la vieja usanza. Duro en el discurso para tocar fibras íntimas. Alex Wyllie fue una pieza fundamental en una etapa de transformación de los Pumas. En la que dieron un golpe sobre la mesa para clasificarse por primera vez a los cuartos de final de un Mundial, en 1999. Dañado por un cáncer, Grizz, como se lo conocía, murió a los 80 años en Picton, en la región de Marlborough, en la Isla Sur de Nueva Zelanda. Uno de los colaboradores extranjeros más trascendentes en la historia del rugby argentino.
“Como entrenador marcó una diferencia con respecto a lo que se venía haciendo en el rugby argentino. Le dio un crecimiento no sólo en el juego, sino en lo mental. Le transmitió a todos que Argentina potencialmente podía ser mucho mejor de lo que era. Les dio muchas ideas de juego y eso les permitió a los jugadores lograr lo que lograron: pasar por primera vez a los cuartos de final”, indicó Gonzalo Beccar Varela, entrenador asistente de Wyllie en aquella Copa del Mundo disputada en Gales.
Nacido en Christchurch, cuna del rugby neozelandés, fue un feroz tercera línea. Un granjero duro, muy exigente y riguroso. A mediados de 1992 viajó a Buenos Aires iniciando una relación que, con intermitencias, se extendería durante varios años. En 1996, con José Luis Imhoff como entrenador de los Pumas, la colaboración se intensificó. En 1999, mientras estaba como asesor, el seleccionado argentino perdió a dos entrenadores antes del Mundial: en junio, Imhoff dejó el cargo y dos meses después, luego de algunos cortocircuitos y cambios en una lista ya establecida para el Mundial, Héctor Pipo Méndez renunció a 15 días de la Copa del Mundo, dejando a los jugadores solos, a la deriva, en el entrenamiento en Liceo Naval. Wyllie, que estuvo en la última gira del equipo, se encontraba en Irlanda: había firmado un contrato por dos años con el club Clontarf para empezar su etapa post mundial. Llegó a Ezeiza dos días después, sorprendido con la noticia y la desorganización, pero firme en la decisión de continuar y afinar la preparación para el debut ante el local.
“Él pidió que vaya alguien más al Mundial y me dijeron a mí. Estaba en Argentina y Lucho Gradín me llamó para ir de colaborador. Yo entrenaba a los backs y me quedaba mucho con los suplentes que no jugaban”, recuerda Beccar Varela, que valora cómo el neozelandés convivía con el plantel: “Como persona fue muy querible. Era serio, recto. Metido en el rugby era un loco, un enfermo. Afuera era un tipo divertido, muy buena gente. Era crudo en la parte del rugby, pero cuando no entrenábamos o jugábamos era amable”.
La premisa de Wyllie era que los argentinos debían disciplinarse y confiar más en ellos mismos. En el programa Pumas de Acero, de Leyendas XV, el neozelandés se refirió a la confianza que le dio a ese grupo lleno de talento joven. “Yo creía en esos jugadores. Se dieron cuenta de que si ponían algunas cosas en orden podían competir contra los mejores del mundo”.
En el contexto que atravesaban los Pumas, era muy difícil imaginar esa clasificación a cuartos de final, frente a rivales más profesionalizados y con una preparación acorde al evento. El reto y la charla de Wyllie en el entretiempo frente a Samoa fue clave para empezar a cambiar la imagen y enderezar el rumbo. La titánica tarea defensiva y el carácter en los octavos de final ante Irlanda en Lens, entró en los grandes hitos de la historia Puma.
Motivador y rígido, era simple en su mensaje. “El día previo a un partido importante les pidió a los líderes que escribieran en un pizarrón todas las jugadas que tenían para hacer. Los jugadores llenaron un pizarrón. Llegó Wyllie, miró el pizarrón, se quedó pensando y les preguntó ¿cuánto dura un partido de rugby? Se rieron todos. Había 150 jugadas escritas… Tenía razón, en un partido podés llevar a la práctica pocas jugadas”, recordó el hombre del CASI. “Fue muy importante porque no fue como pasaba en otras épocas, que un entrenador venía un mes y se iba. Este tipo vino y se quedó bastante. Se pudo entender mejor qué era lo que pretendía”.
Wyllie confió mucho en las camadas ‘77 y ‘78, de gran producción en el Mundial M21 de 1998, en el que derrotaron a su par de Nueva Zelanda, Inglaterra y Sudáfrica. El ex tercera línea fue parte de ese staff en la tierra de los Springboks. Rodrigo Roncero, Ignacio Corleto, Felipe y Manuel Contepomi fueron algunos de los estandartes de ese plantel que nutrió a los Pumas en los años venideros.
Aquellos cuatro minutos finales con Irlanda
Como jugador, fue una leyenda de Canterbury, con 210 partidos entre 1964 y 1979. En los All Blacks jugó 40 encuentros, 11 de ellos de nivel test match. Trabajó como entrenador asistente de Brian Lochore cuando los All Blacks ganaron el primer Mundial de la historia, en 1987. Como head coach estuvo al cargo en 29 tests, con 25 triunfos, tres derrotas y un empate; un porcentaje de victorias del 86,2%. Fue nombrado miembro de la Orden del Imperio Británico (MBE) en los Honores de Año Nuevo de 1986 por sus servicios al rugby.
La previa de la exitosa gira de los Pumas por Europa de 1992 fue el inicio del vínculo de Alex Wyllie con Argentina. Luego de dejar la conducción de Nueva Zelanda, aceptó la invitación de la Unión Argentina de Rugby para trabajar durante unas semanas con el plantel. Con su convicción y determinación, tocó fibras íntimas en una generación de jugadores. El primer head coach extranjero en los Pumas dejó su huella.