Alex Wyllie, el chamán que despertó en los Pumas el animal de poder que estaba dormido

El festejo alocado de los Pumas tras el inolvidable triunfo ante Irlanda en el Mundial de 1999
El festejo alocado de los Pumas tras el inolvidable triunfo ante Irlanda en el Mundial de 1999

El rugby argentino y los Pumas durante mucho tiempo sufrieron un complejo de inferioridad. Al ser un deporte de origen sajón, todo lo que llegaba acerca de esta disciplina desde Nueva Zelanda, Sudáfrica o Europa era una verdad sagrada, indiscutible. El deporte es de ellos, se pensaba. Pero el deporte es de quienes lo juegan. Sin personas no hay deporte, como sin personas no hay música o países. Vaciarse de verdades lleva tiempo, caídas, aprendizajes. Como la evolución. Para los Pumas, fueron muchas derrotas dignas. Victorias heroicas, cada tanto. Funcionaba como bandera y motor creer en eso. Somos amateurs, somos puro corazón. Y a las derrotas, muchas veces, si no se las trata con inteligencia, sirven para fortalecer complejos de inferioridad.

Eso empezó a cambiar con una derrota para nada digna. Fue 93 a 8 frente a los All Blacks en Nueva Zelanda. Los hombres de negro parecían acróbatas, gladiadores del futuro, intocables, invencibles. Corrían rápido, mucho más rápido que el más rápido de los Pumas. Christian Cullen y Jeff Wilson, rubios aerodinámicos gozaban en sus galopes. Parecían tener muy clara su misión cada vez que agarraban la pelota: ponerla en el ingoal de los Pumas, algo que es evidente, la misma razón del juego, pero ellos no se perdían en accidentes del pensamiento estratégico, eran la ausencia de estrategia compleja.

Alex Wyllie, durante un entrenamiento de los Pumas, en Cardiff, el 28 de septiembre de 1999, durante el Mundial
Alex Wyllie, durante un entrenamiento de los Pumas, en Cardiff, el 28 de septiembre de 1999, durante el Mundial - Créditos: @GARETH MORGAN

Ese día los All Blacks fueron el juego más sencillo, la simplificación de un juego que a veces se complica por el exceso justamente de pensamiento. El único try que hicieron los Pumas fue un descuido, quizá un momento en que los de negro por única vez en la tarde frenaron a tomar aire. Hacerles un try fue tan forzoso como concluir una de esas ultramaratones donde el corredor se desploma al cruzar la línea. Esa fue la derrota que encendió una idea. Una derrota que significó la construcción de victorias. Porque perder, si reflexionás sobre ello, si reconoces tus pasos, si prestás atención, puede tener también ese poder, el de construir una victoria en el futuro. Y la victoria que construye esa derrota no será solamente numérica, reflejada en partidos únicamente. Será una victoria ante el complejo de inferioridad, ante un límite. Será un momento de iluminación para el crecimiento.

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Los limites internos, como el complejo de inferioridad se manifiestan en la capacidad de expresión. Aparece el miedo escénico, la parálisis en situaciones definitorias. Esto es algo con lo que se juega permanentemente en el deporte. Con solo ver la camiseta rival ya se produce ese efecto en el equipo o deportista. A los Pumas les pasaba en los mundiales, donde nunca podían pasar de las instancias de primera ronda. En 1999 eso cambió y fue por aquella derrota frente a los All Blacks. No fue de un día al otro. En esos dos años hubo un trabajo profundo en el plantel. Para hacerlo contrataron al neozelandés Alex Wyllie, quien fuera asistente del equipo campeón de los All Blacks en 1987. ¿Quién mejor para curarte de complejo de inferioridad que un campeón que te cuente los secretos, que te desafíe más allá de tus límites y que también reconozca todo tu potencial? Wyllie no fue solamente un entrenador, fue un psicólogo, fue un chamán que despertó lo que en las civilizaciones llaman el animal de poder que estaba dormido. Llegó alguien de afuera, que no tuviera el mismo complejo cultural, que justamente viniera con la mirada del que sabe que puede. Y ese que sabe también elige a sus emisarios para pasar el mensaje. Entre ellos estaba Agustín Pichot.

Entrenamiento de Los Pumas en el Hindú Club, en la previa al Mundial de 1999: a la izquierda, Alex Wyllie; de rojo, Agustín Pichot
Entrenamiento de Los Pumas en el Hindú Club, en la previa al Mundial de 1999: a la izquierda, Alex Wyllie; de rojo, Agustín Pichot - Créditos: @Germán González

En ese Mundial de 1999, los Pumas tuvieron su encuentro cumbre con su limitación. Fue en el partido de repechaje para pasar a cuartos de final, contra Irlanda, el 20 de octubre de 1999, en el estadio Félix Bollaert, en Lens, Francia. El partido tuvo todos los condimentos de relatos de viajes y aventuras donde el protagonista tiene la posibilidad de convertirse en héroe, pero debe sortear adversidades de las cuales no se sabe si saldrá fortalecido. Tras mucha paridad en el juego, pero estando detrás en el resultado, Los Pumas hicieron algo que nunca antes habían hecho, y es lo que las situaciones límites te piden: innovar.

Tenían un scrum por la derecha a diez metros del ingoal irlandés y uno pensaría que los Pumas guardarían la pelota para empujar a los de verde hasta llegar al try. Pichot tira la pelota, pero los forwards irlandeses se plantan bien, incluso llegando a hacer retroceder levemente a los Pumas. Entonces, el medio scrum argentino saca la pelota y habilita a Felipe Contepomi, que en un cruce con su compañero de la izquierda junta las primeras marcas para después tirar un pase largo a Gonzalo Camardón que entraba lanzado en diagonal de derecha a izquierda. Y justo cuando la última marca sube, tira un pase salteando al fullback argentino y le hace llegar la pelota a Diego Albanese, el wing ubicado en la izquierda. Solo quedaba correr. Correr como las tribus del Kalahari que lo hacen en equipo y en busca de su presa. Correr como John Hayes cuando rompió el récord mundial de maratón. Correr como Serena Williams a los rincones de todos los rectángulos de las canchas del planeta porque pensaba siempre que esa no se le iba a escapar. Correr como esas gimnastas que van decididas al potro para hacer un salto imposible que las deja en el aire volando y girando, en un momento glorioso, espacial. Así corrió Diego Albanese, con todos nosotros mirando y corriendo con él, porque éramos su tribu del Kalahari.

Yo, que nunca había sido hincha de los Pumas, porque jamás corrían con la gracia y elegancia de los All Blacks, fui más hincha que nunca. Ahora sí, dije. Ahora sí, dijeron todos. Try. Try. Try y chau complejo de inferioridad. Chau, Irlanda, anda yendo para tu casa a tomar cerveza tibia y amarga. Pero el camino del héroe no se resuelve a la primera. Por eso los últimos minutos fueron a pura defensa. Minutos en los cuales los irlandeses, queriendo revertir la situación, representaban el último bastión del complejo, el último chorro de verdades que hasta ahí creíamos.

El árbitro, Stuart Dickinson, pitó el final y el sonido del silbato pareció petrificarlo por ser testigo de aquello, o tal vez fue porque Felipe Contepomi lo abrazó y nunca entendí si el gesto de Felipe fue en un rapto de confusión por la alegría, que te produce ganas de abrazar a todo el mundo, o en un momento de astucia y de comedia porque a nadie jamás en la historia del deporte se le ocurrió abrazar a un árbitro. Y nunca, jamás un árbitro espera ser abrazado por un jugador. De hecho, siempre espera lo contrario a un abrazo. Por eso, ese día es épico. Por haberse animado a jugar de otra manera a la que nuestra mente conservadora se hubiese opuesto, porque nuestra mente hubiese optado por ir a lo seguro que era jugar el scrum y el empuje agrupado o el pick and go. Por el rito iniciático de un equipo y un país. Y por el abrazo fraternal de Felipe Contepomi a Stuart Dickinson.