La democracia brasileña sale reforzada del asalto bolsonarista

Hemos asistido a lo que muchos han calificado de reedición de la toma del Capitolio de los EEUU de hace dos años. Ciertamente, las imágenes nos evocan cómo responde la ultraderecha neopatriótica cuando pierde las elecciones y siembra teorías conspiranoides para arengar a fanáticos reaccionarios.

No obstante, lo que hemos presenciado en Brasil tiene también características “netamente brasileñas” que dificultan la comparación:

  • En el Planalto ya había un presidente en el ejercicio pleno de sus funciones (en el caso estadounidense, la aspiración de la turba era precisamente evitar la proclamación oficial del presidente electo).

  • En Brasilia las instituciones tomadas han incluido a las máximas representaciones del legislativo, del ejecutivo y del judicial; esto es relevante porque algunos de los mayores reveses al gobierno de Bolsonaro vinieron precisamente desde el poder judicial y, en concreto, desde el Supremo (veremos si la mayoría bolsonarista en el Congreso y el Senado aplica su particular vendetta promoviendo algún procedimiento de impeachment en los próximos meses, por ejemplo, contra el magistrado Alexandre de Moraes.

  • La muchedumbre clamaba explícitamente por una intervención militar, esto es, un golpe de Estado sin ningún revestimiento jurídico (como sí sucediera con el impeachment a Dilma Rousseff en 2016), reconociendo “sin caretas” que la motivación última no era por imperfecciones electorales sino, lisa y llanamente, por obtener el poder por las buenas o por las malas.

Similitudes entre los casos de Trump y Bolsonaro

Además de los vínculos evidentes de Steve Bannon y Eduardo Bolsonaro, así como la proyección internacional de los ultras de la llamada Alt-Right, hay dos hechos relevantes que sí son coincidentes:

  • La ambivalencia del anterior presidente derrotado democráticamente en las urnas respectivamente.

  • La confirmación del funcionamiento de las instituciones y la imposibilidad de alcanzar legítimamente el poder con el uso de la fuerza. En el caso de Bolsonaro, como otrora hiciera Trump, ha jugado discursivamente entre inflamar a sus huestes tildándoles de patriotas, a la vez que cuidándose de arengarles explícitamente a cometer delitos. No es casual que el expresidente brasileño se encuentre fuera del país por si fuera investigado por esta u otras irregularidades, como su desastrosa gestión de la pandemia, entre otras. En todo caso, esa ambivalencia discursiva, que choca con las declaraciones rotundas y altisonantes en otros temas, forma parte de un juego calculado donde los supuestos adalides de la patria son en realidad los más virulentos antisistema.