La defensora de los derechos de los niños acusada de crímenes de guerra rusos
MOSCÚ — Cuando los niños se reunieron en un campamento de vacaciones a las afueras de Moscú, fueron recibidos por una artista vestida con un kokoshnik, una tiara tradicional, que les ofreció la bienvenida rusa habitual de una hogaza de pan y sal.
Los niños no eran rusos. Eran niños ucranianos traídos al campo desde las zonas de Ucrania ocupadas por Rusia.
“Los recibimos de esta manera”, dijo Maria Lvova-Belova, la comisionada rusa para los derechos de los niños, que se encontraba en el evento, “porque ahora son nuestros”.
Muchos de los niños que Lvova-Belova ha traído de Ucrania se han convertido de hecho en rusos, al menos por pasaporte, gracias a un decreto que ella misma solicitó al presidente Vladimir Putin firmar el año pasado para agilizar la adopción de niños ucranianos.
Ella ha utilizado esa autoridad para transferir a Rusia lo que Ucrania dice que son hasta 16.000 niños. Algunos de esos niños han descrito un desgarrador proceso de coacción, engaño y fuerza, en el que muchos han sido colocados en hogares para ser convertidos en ciudadanos rusos y sometidos a reeducación.
La Corte Penal Internacional ha calificado sus acciones de crimen de guerra. Cuando el mes pasado este organismo emitió órdenes de detención relacionadas con la invasión a Ucrania, solo nombró a dos rusos: Putin y Lvova-Belova.
Lvova-Belova es odiada en Ucrania, se la califica de criminal de guerra y Estados Unidos y el Reino Unido le impusieron sanciones en 2022, pero en su país es presentada como el arquetipo de la mujer venerada en la Rusia de Putin: conservadora, profundamente religiosa, madre de una numerosa prole y defensora de los derechos de los niños y las personas con discapacidad.
Según el Kremlin, está lejos de ser una criminal de guerra, ya que dirige una evacuación humanitaria de unos 2000 huérfanos y otros niños abandonados. A pesar de la maquinaria propagandística rusa, no cabe duda de que es madre y tutora de muchos niños: en el momento de su nombramiento, en octubre de 2021, declaró a Putin que tenía nueve hijos, cinco biológicos y cuatro adoptados, y que acogía a trece más. Ahora, en su biografía oficial figura como madre de diez hijos, ya que adoptó a un adolescente de Mariúpol, Ucrania, durante el verano.
Lvova-Belova, de 38 años, se crio en Penza, Rusia, una ciudad de alrededor de 500.000 habitantes unos 643 kilómetros al sureste de Moscú. Conoció a su marido, Pavel Kogelman, cuando era adolescente y cantaba en el coro de una iglesia. En el bachillerato estudió dirección de orquesta y más tarde dio clases de guitarra.
Durante más de una década, Lvova-Belova se dedicó a ayudar a niños desfavorecidos y discapacitados. Uno de sus primeros proyectos públicos fue atender a bebés abandonados por sus padres.
En 2008, siendo ya madre de dos hijos, cofundó una organización llamada Blagovest que ayudaba a los huérfanos a adaptarse a la sociedad. Su cofundadora, Anna Kuznetsova, se convirtió en una especie de modelo para Lvova-Belova: primero se hizo un nombre en el campo de los servicios sociales y luego se dedicó a la política.
Ambas llegaron a ser muy conocidas en la ciudad por sus esfuerzos, afirma Oleg Sharipkov, director ejecutivo de la Fundación de la Unión Civil de Penza. Tras fundar Blagovest, las dos mujeres tomaron caminos distintos como socias: Lvova-Belova se centró en las discapacidades y Kuznetsova se hizo activa en el movimiento antiabortista, pero siguieron siendo amigas íntimas.
“Tenían una buena reputación en la comunidad. Hicieron cosas muy, muy buenas”, afirma Sharipkov. Y entonces se produjo un “punto de inflexión”, relató, cuando ambas mujeres se dieron cuenta de que podían recaudar importantes fondos de los gobiernos regional y federal: “Ambas empezaron a acercarse con determinación al poder”.
Lvova-Belova se reunió con Putin por primera vez el 9 de marzo de 2022, en una sesión que fue videograbada y se hizo pública. Habían pasado menos de dos semanas desde la invasión a gran escala de Ucrania por parte del Ejército ruso, pero ella le dijo al presidente que ya habían llegado 1090 huérfanos.
“Claro, los rusos tienen un corazón enorme y ya están haciendo fila para cuidar de esos niños. ¿Qué piensa?”, le preguntó al presidente, y agregó que solo los que tuvieran documentos rusos podrían establecerse con familias de manera permanente.
Antes de que los niños no rusos pudieran ser adoptados, debían resolverse algunas “cuestiones jurídicas”, le comentó a Putin, quien se apresuró a ignorarlas
“Estamos ante una emergencia”, declaró el mandatario, “creo que debemos centrarnos en los intereses de los niños en lugar de pensar en la burocracia”.
En mayo, Putin emitió un decreto que eliminaba los obstáculos para darles pasaportes rusos a los niños.
Tras recibir órdenes de actuar, Lvova-Belova comenzó a viajar a las zonas de Ucrania ocupadas por Rusia, visitando orfanatos, llevando suministros y, a menudo, trayendo a niños de vuelta con ella. A mediados de julio, publicó en la red social rusa VKontakte que 108 niños de la región del Dombás recibirían la ciudadanía esa semana. Mientras dejaba a un grupo de ellos con sus padres de acogida, se secaba las lágrimas.
Pero a Lvova-Belova se le acusa de violaciones graves al derecho internacional, como extraer niños de orfanatos y hospitales de las zonas de Ucrania ocupadas por Rusia, a pesar de que muchos tenían familiares que los habrían acogido.
A pesar de las acusaciones en su contra, las sanciones y la orden internacional de detención, Lvova-Belova se ha mantenido desafiante.
“Llegué al infierno”, declaró al canal conservador progubernamental Tsargrad sobre su primer viaje a Mariúpol, en una entrevista emitida en noviembre. “Sinceramente, no me avergüenzo de este año. No me avergüenzo, porque creo que mi equipo trabajó no al 100%, sino al 150%”.
c.2023 The New York Times Company