El equipo de mafiosos que entre todos acumulan casi un siglo de condenas en prisión

Yuji Ryuzaki, en el centro, junto a otros miembros del equipo de sóftbol Ryuyukai en un juego en los suburbios de Tokio, el 3 de julio de 2022. (Shiho Fukada/The New York Times)
Yuji Ryuzaki, en el centro, junto a otros miembros del equipo de sóftbol Ryuyukai en un juego en los suburbios de Tokio, el 3 de julio de 2022. (Shiho Fukada/The New York Times)

TOKIO— En teoría, el Ryuyukai era el equipo más temible del sóftbol japonés. El club, una especie de sociedad de ayuda mutua para mafiosos retirados, acumulaba casi un siglo de condenas en prisión entre sus jugadores. El mánager había sido un importante consejero de la mafia japonesa; el lanzador de relevo, quien salió al terreno de juego con zapatos color rosa intenso, se le asignó en una oportunidad la misión de asesinarlo.

Pero en un despejado día de marzo de 2022, estos rudos exconvictos se encontraron con un gran rival: la Asociación de Padres y Maestros de la Escuela Primaria Nakanodai (PTA, por su sigla en inglés). La PTA no mostró piedad alguna, y sacó de jonrón lanzamiento tras lanzamiento en el desaliñado parque en los suburbios de Tokio. A mitad del juego, el encargado de llevar la cuenta del marcador dejó de contar.

Perder no es nada nuevo para los icónicos mafiosos de Japón, los yakuza. Durante más de una década, han venido sufriendo una derrota tras otra.

Todavía en la década de 1990, la Yakuza contaban con alrededor de 100,000 miembros. Sus negocios (estafas, apuestas y redes de prostitución) eran ilegales, pero los grupos como tal no lo eran. Las revistas para aficionados relataban sus proezas. Los sindicatos del crimen tenían tarjetas de presentación y direcciones registradas. Le daban dulces a los niños en Halloween y distribuían suministros de socorro cuando había desastres.

Pero los yakuza de hoy son una sombra de lo que alguna vez fueron. Las mismas fuerzas demográficas que desgastan otras industrias japonesas también han azotado al crimen organizado. El envejecimiento de la población ha dificultado el reclutamiento de personas jóvenes (hay más mafiosos japoneses de 70 años que de 20) y ha disminuido la otrora próspera demanda de los servicios de los clanes yakuza.

La sociedad también se ha vuelto menos tolerante con ellos. Las autoridades han ejecutado una ofensiva implacable contra el submundo criminal. El crimen es menos rentable y más riesgoso. En 2021 un tribunal condenó a muerte al jefe del sindicato más violento, una decisión inédita que conmocionó a la clase ejecutiva de la mafia.

Todo eso ha hecho que el crimen sea una opción de vida menos atractiva. Durante la última década, las filas de los yakuza se han desplomado en casi dos tercios, a 24.000.

Miembros del equipo de sóftbol Ryuyukai en un juego en los suburbios de Tokio, el 3 de julio de 2022. (Shiho Fukada/The New York Times)
Miembros del equipo de sóftbol Ryuyukai en un juego en los suburbios de Tokio, el 3 de julio de 2022. (Shiho Fukada/The New York Times)

Muchos han tenido problemas para reintegrarse. Los tatuajes, los dedos mutilados y los extensos antecedentes penales limitan las oportunidades laborales y dificultan la integración. Las leyes japonesas que disuaden los negocios con los clanes yakuza les han impedido atender necesidades como abrir una cuenta bancaria, obtener un plan para teléfonos o alquilar un apartamento, hasta que puedan demostrar que tienen cinco años sin pertenecer a un clan yakuza.

Yuji Ryuzaki, el mánager del equipo de sóftbol, creó el Ryuyukai en 2012 para ayudar a sus antiguos colegas a construir una nueva vida.

Ryuzaki había dejado la vida yakuza a principios de la década de 2000. En sus 72 años de vida, ha sido miembro de un exitoso equipo de béisbol de bachillerato a nivel nacional, un monje budista, modelo y actor. Ha vendido joyas, importado artículos de lujo desde Hong Kong y ha trabajado como esteticista. Y, por supuesto, fue también un alto ejecutivo en una filial de Tokio del Yamaguchi-gumi, el sindicato del crimen más grande de Japón.

Durante décadas, se mantuvo en gran medida fuera del ojo público. No lucía como un yakuza típico. Le teme a las agujas, por lo que nunca se tatuó. Había logrado conservar todos sus dedos. Ryuzaki contó que su primera condena fue por involucrarse en una discusión en el Disneylandia de Tokio. Nada típico de los yakuza.

La idea del equipo de sóftbol surgió de un encuentro casual con Katsuei Hirasawa, miembro de la Cámara de Representantes proveniente de un barrio de clase trabajadora de Tokio donde los clanes yakuza solían ser parte del tejido social.

Las leyes antiyakuza de los años recientes tienen buenas intenciones, pero son “discriminatorias”, afirmó Hirasawa, quien alegó que las mismas empujaban a la gente a reincidir. El sóftbol podría ayudar a prevenir eso, afirmó, al mantener ocupadas las manos ociosas y al mismo tiempo desarrollar disciplina y un sentido comunitario.

La membresía del Ryuyukai también ofreció beneficios más tangibles. Ryuzaki y un asociado, Takeshi Takemoto, se esforzaron para conseguir alojamiento para los miembros del equipo y conectarlos con el tipo de empleo temporal y rudo (construcción, obras viales, mantenimiento de alcantarillas) que paga un salario digno y no hace muchas preguntas.

La temporada tuvo un comienzo lento. Uno de los equipos no se presentó al partido. Otro le propinó una paliza similar a la de la PTA. Al Ryuyukai no parecía importarle. Todas las veces llegaron temprano para practicar su fildeo y sus lanzamientos.

Mientras que algunos equipos jugaban con una precisión casi militar, era evidente que el Ryuyukai estaba allí para divertirse. Cuando un jugador dejaba escapar un roletazo sencillo o dejaba de correr a mitad de camino hacia la segunda base, Ryuzaki lo maldecía a manera de chiste con alguna jerga atrevida típica de los yakuza.

En los primeros días del club, algunos equipos se sintieron intimidados por los exmafiosos, contó Ryuzaki. Los ampáyares dudaban en cantar los strikes y outs en su contra.

El club trabajó en la integración. Ryuzaki cambió los uniformes negros del club por unos de color gris y rosa intenso, con la esperanza de proyectar una imagen más amigable. El director de la liga elogió al equipo por ayudar a limpiar el campo después de los partidos. Un año incluso ganaron el campeonato de la liga, lo que consolidó su posición como parte del entorno.

“En los deportes hay reglas”, afirmó el capitán de otro equipo tras una derrota cerrada. “Mientras todos las sigan, no hay problema”.

No todos los jugadores del Ryuyukai fueron yakuza. Había algunos profesionales fornidos de menos de 30 años; un amigo de la universidad de uno de los empleados de Ryuzaki, quien se agachaba cuando cometía un error; y un grupo de hombres mayores que les debían “favores” no especificados a Ryuzaki y Takemoto.

Sin embargo, para quienes habían sido mafiosos, las reglas del equipo eran claras: los nuevos miembros debían demostrar que ya no pertenecían a los clanes yakuza.

El proceso para salir de un clan puede ser complicado; tradicionalmente, costaba una falange de un dedo. Hoy en día, los miembros pueden comprar su libertad o, en ocasiones, simplemente solicitar la jubilación anticipada por algo tan prosaico como un dolor de espalda. El anuncio se envía por fax a las oficinas de los clanes de todo el país. Algunos de los miembros del Ryuyukai llevan consigo una foto del documento en sus teléfonos como prueba de su excomunión.

Pero durante el transcurso de la temporada, quedó claro que la historia del equipo —y la línea entre estar adentro y afuera de la mafia— no era tan sencilla de delimitar.

Ryuzaki opina que no es realista esperar que las personas corten por completo los lazos con sus antiguas vidas. Socialmente sería difícil rechazar una invitación a una boda o un funeral, afirmó.

Él mismo ha mantenido un pie firme dentro del mundo de la mafia. Los jefes yakuza lo llaman con frecuencia para pedirle consejo o ayuda para solucionar un conflicto de manera pacífica. La policía también lo busca para obtener actualizaciones sobre la actividad de los clanes.

La temporada del Ryuyukai terminó una húmeda tarde de octubre con una derrota de 15 a 0. La lanzadora del equipo rival, una inusual mujer en la liga, lanzó bolas al plato con una ferocidad que hizo que los jugadores del Ryuyukai retrocedieran de un salto.

Después, durante el almuerzo, Ryuzaki no paraba de toser. Necesitaba tratamiento para una enfermedad pulmonar tras años de fumar. Usó un inhalador y se aclaró la garganta.

Parecía no estar afectado en absoluto por la derrota. O por haber culminado una temporada con apenas dos victorias. El COVID-19 había hecho que los jugadores dejaran de practicar. Algún día recuperarían el título. Además, ganar no era la razón de ser del equipo.

“Las personas tienen que mantenerse ocupadas o volverán a caer en malos hábitos”, afirmó.

© 2023 The New York Times Company

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