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El riesgoso y radical giro de De Santis que pone en peligro a los habitantes de Florida

Sin ser un ejemplo ni mucho menos, el estado de Florida se había mantenido dentro de los márgenes de contagios y muertes en los peores tiempos de la pandemia, asistidos por una serie de medidas, recomendaciones y limitaciones que contenían el contagio y en consecuencia las muertes. Pero, ahora que hay vacuna disponible, el gobernador ha girado radicalmente no sólo oponiéndose a ningún tipo de restricción, sino eliminándolas. ¿Las consecuencias? Los números de contagio son los peores desde que comenzó la crisis del coronavirus

Florida Governor Ron DeSantis (R-FL) wipes his nose before taking his seat during an Operation Warp Speed Vaccine Summit at the White House in Washington, U.S., December 8, 2020. REUTERS/Tom Brenner

Dos escenarios se desarrollan en simultáneo: por una parte, Florida vive sus peores números de contagio desde que empezó la pandemia y, por la otra, Ron De Santis, el gobernador conservador y trumpista que había llevado con equilibrio y buenos resultados la compleja balanza político/sanitaria del coronavirus, ha dado un giro arrebatado hacia el radicalismo.

Pero los desarrollos de ambos escenarios no es independiente sino que, por el contrario, se complementan. Las nuevas medidas y actitudes políticas de De Santis causan y empeoran la crisis pandémica.

Los floridanos, sobre todo la población blanca rural, que habían desestimado la pandemia muy producto de la polarización política que impuso en la agenda Donald Trump, habían estado contenidos de peores exposiciones al virus gracias a las medidas que el gobernador, junto a alcaldes, tomó, siguiendo las recomendaciones de los CDC.

Pero ahora, no sólo todas esas previsiones desaparecieron, sino que De Santis ha tomado una repentina actitud confrontacional con cualquier asomo de prevención de la pandemia. Algunos infieren que trata de tener una trascendencia en la opinión pública nacional, confrontando al Presidente, en reyertas legales con las compañías de crucero y amenazando a los maestros con retener sus sueldos si osan tomar medidas preventivas de contagio, ahora que el año escolar comienza de nuevo.

Y lo ha logrado. Pero el costo ha sido letal. La tasa de contagios lidera la del país con más de 20 mil al día. Los hospitales están a tope. Muchas unidades de cuidados intensivos colapsan, y la muerte amenaza con mayor ímpetu que en todo lo que va de año.

Roles invertidos

Estados Unidos pasó de ser uno de los países que con más potencia vacunó a buena parte de su población -el gobierno lo asumió como una primerísima prioridad de Estado- a convertirse en una de las naciones que, gracias a la población rezagada que no quiere vacunarse (porque descreen, desconfían o directamente están en contra de las vacunas), registra peores cifras en este nuevo pico de contagios que ha resultado de la variante Delta. La situación es grave en general, pero hay estados como en Florida en la que es catstrófica.

Porque en Florida, como en Texas, la dificultad no es apenas eso que el New York Times llama The Wall: población que ha dado significación política e inocua a las vacunas y toma la decisión de no vacunarse basada en falsas informaciones y, en muchos casos, desinformación dirigida e intencionada. Al punto de que, como nunca antes, vacunarse o no se ha convertido en la insólita punta de lanza de una discusión sobre la libertad que no sólo luce incoherente, sino que, mientras se libra, los contagios y las muertes continuan a placer.

El problemas es que en estos estados, además de la población, sus agravantes son los propios gobernadores.

Siendo Florida un estado grande y poblado -según estimaciones del Censo, sobrepasa los 21 millones de personas- los contagios y las muertes durante picos anteriores fueron siempre elevados, pero nunca se salieron de proporciones, como ocurrió en California o Nueva York, por ejemplo.

De Santis, a pesar de responder al movimiento trumpista con pronunciada identificación, no jugó a negar la pandemia, como en otros lugares, y aunque no dictaminó las medidas más radicales, sí impuso limtaciones de reunión, condiciones para los comercios, toques de queda, y dejó trabajar libremente a los oficiales de la educación para que los sistemas educativos fluyeran lo mejor posible en medio de las estrictas medidas de seguridad que el Covid requería.

Pero por alguna indescifrable razón (uno diría que no estando Trump en el poder De Santis no tendría que sentirse chantajeado y su ya mostrado sentido común político podría expandirse, pero no, es justo lo contrario lo que ha ocurrido), De Santis ha abandonado la sindéresis que lo caracterizó hasta ahora y se ha convertido en un abanderado del negacionismo.

Razones políticas

La popularidad de De Santis es aceptada estatal y nacionalmente como la de un delfín del ex mandatario, por lo que algunos piensan que estas movidas tienen el fin de hacerse notar con voz propia a nivel nacional, representando valores extremos, confrontando al Presidente Biden. Le saldrá? Habría que verlo. Habría que ver incluso si a Donald Trump le place que De Santis se haga sentir con independencia de su padrino político. Por lo pronto, la consecuencia que sí se ve es la nefasta y caótica situación que el estado sufre con sus decisiones.

Su renovada actitud se ha manifestado en varios flancos: eliminación completa de medidas preventivas, enfrentamientos directos con Joe Biden, juicios con compañías de crucero, amenazas a oficiales de la educación y, lo peor, el incremento parabólico de la curva de contagios, que ha logrado casi a diario superar todos los records de la pandemia prácticamente durante todo agosto. Es una terquedad letal.

Bien sea por no perder la linea política de sus votantes -es un estado en el que la población blanca rural tiene muchos fanáticos y son quienes han dado mayoría al trumpismo-, o bien sea porque las libertades constitucionales en las que cree (cree en algunas, otras que disputan sus valorez conservadores, como el aborto, no son suficiente libertad para él), De Santis, que había manejado con tino de equilibrista la pandemia, dejando hacer a los oficiales locales y de educación, sin pronunciarse muy a favor o muy en contra de las consideraciones de las instituciones epidemiológicas, y que había tomado medidas importantes de restricción para mantener a raya la pandemia, ahora la perdió.

Haciendo competencia con Texas, Florida tiene semanas entre los líderes nacionales de contagios con la variante Delta del coronavirus, en un estado que no sólo ha eliminado por completo las restricciones comerciales y horarias, sino que impide la exigencia de tapabocas y distancia social y hasta en un litigio (que va perdiendo, por cierto) lleva con una linea de cruceros que quería exigir pasaporte de vacunación para permitir el ingreso a sus barcos.

Lo más paradójico es que De Santis representa y es la voz exactamente de los más perjudicados con sus disposiciones: de todos los nuevos casos, pues más del 99 por ciento de las víctimas son ciudadanos que no se han vacunado. En nombre de una libertad inútil, que es la libertad de negar lo innegable, millones de ciudadanos luchan por un derecho que sólo los perjudica a ellos y, triste e irónicamente, encuentran a un líder que les haga valer, privilegiando su favor político por encima de sus vidas.

El inevtiable escándalo que cuentan los números

Las cifras del CDC indican que no sólo las hospitalizaciones marcan números récords, peores que en pico alguno anterior de la pandemia, sino que las Unidades de Cuidados Intensivos colapsan. En agosto, van varios días con reportes de más de 20 mil contagios.

Las muertes no son mayores porque en Florida hay más del 60% de la población vacunable ya inmunizada. La mayoría de las víctimas son precisamente los ciudadanos que descreen, desconfían o directamente se oponen a la vacunación.

Ya son muchos los casos de floridanos antivacunas que pidieron ser vacunados una vez que estaban graves, pero ya era demasiado tarde.

Esos ciudadanos que siguen vulnerables al virus por no haberse vacunado, rondan los 9 millones de personas. Pero el problema no es solo que no quieran vacunarse, sino que no tienen restricciones de distancia social, uso de tapabocas o ingreso a ningún espacio con densidad de población (como fiestas, bares, restaurantes, supermercados) porque De Santis suprimió todo tipo de regulaciones preventivas para la pandemia.

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