Nuevos datos de la prueba SAT resaltan la desigualdad arraigada en el sistema educativo de Estados Unidos

Estudiantes de kínder en la Escuela Primaria John Eaton en Washington, el 28 de abril de 2014. (Drew Angerer/The New York Times)
Estudiantes de kínder en la Escuela Primaria John Eaton en Washington, el 28 de abril de 2014. (Drew Angerer/The New York Times)

Una puntuación de 1300 o más en la prueba estandarizada de admisión a la educación universitaria en Estados Unidos (SAT, por su sigla en inglés) puede abrirte el camino a las mejores universidades públicas y privadas. Pero nuevos datos muestran, por primera vez con gran detalle, que solo una pequeña porción de los estudiantes más pobres del país alcanza ese nivel.

Los hijos del uno por ciento más adinerado tienen una probabilidad 13 veces mayor que los estudiantes más pobres de tener una puntuación así de alta. Más de una cuarta parte de ellos la consiguen, mientras que solo un cinco por ciento de los estudiantes de clase media lo hacen. Estos porcentajes hacen patente cuánto se elevan las puntuaciones en las pruebas estandarizadas para los estudiantes cuyos padres tienen mayores ingresos y que las desigualdades se originan muchos años antes de que los estudiantes tomen las pruebas.

Los investigadores, economistas de la organización Opportunity Insights, con oficinas en la Universidad de Harvard, relacionaron las puntuaciones de los estudiantes para 2011, 2013 y 2015 en la prueba SAT y otra llamada ACT con los registros del impuesto federal sobre la renta de sus padres correspondientes a los seis años anteriores. Su análisis, que también incluyó admisiones y registros de asistencia, reveló que los hijos de familias muy adineradas están sobrerrepresentados en las universidades de élite por muchas razones y una de ellas es que los encargados de las admisiones les dan preferencia.

Sin embargo, los datos relativos a la puntuación de la prueba subrayan otra razón más fundamental: en el tipo de logros evaluados por las universidades, los hijos de los ricos sencillamente están mejor preparados.

Esta disparidad enfatiza una desigualdad arraigada en el sistema educativo estadounidense: desde muy temprana edad, la educación que reciben los hijos de las familias ricas y pobres es totalmente distinta, no solo dentro de la escuela, sino fuera de ella, debido a diferencias en el dinero y el tiempo que sus padres pueden invertir. Por si fuera poco, en las cinco décadas más recientes que ha aumentado la desigualdad de ingresos en el país, se ha ampliado la brecha entre el aprovechamiento académico de los hijos, medida por las puntuaciones de las pruebas aplicadas en el sistema escolar.

“Los niños de barrios desfavorecidos terminan detrás de la línea de arranque incluso desde que inician el kínder”, se lamentó Sean Reardon, profesor dedicado al estudio de la pobreza y la desigualdad en la educación en la Escuela de Posgrado en Educación de la Universidad de Stanford.

Una puntuación de 1300 o más en la prueba estandarizada de admisión a la educación universitaria en Estados Unidos (SAT, por su sigla en inglés) puede abrirte el camino a las mejores universidades públicas y privadas. Pero nuevos datos muestran, por primera vez con gran detalle, que solo una pequeña porción de los estudiantes más pobres del país alcanza ese nivel.

“En general”, añadió, “nuestras escuelas no funcionan para contrarrestar ese daño”.

Tras el fallo de la Corte Suprema que le puso fin a la acción afirmativa basada en la raza, se ha generado un gran impulso político para resolver el favoritismo que les dan muchas universidades a los hijos de las familias ricas y blancas, como las admisiones por legado, la preferencia dada a estudiantes de escuelas privadas, las admisiones por actividades atléticas en algunos deportes y las pruebas estandarizadas.

No obstante, estos aspectos reflejan diferencias en las oportunidades que tienen los niños mucho antes de solicitar un lugar en la universidad, señaló Reardon. Para atacar de raíz la desigualdad en la educación, dijo, “estamos 18 años atrasados”.

Intensificación de la competencia

Los hijos de las familias clasificadas en el 0,1 por ciento de mayores ingresos, cuyos padres ganaron en promedio 11,3 millones de dólares al año en dólares actuales, obtuvieron puntuaciones mucho más altas que incluso los hijos de las familias del nivel inmediato inferior, según muestran los datos nuevos. Los 12.000 estudiantes de este grupo tienen más oportunidades para impulsar su aprovechamiento, como escuelas privadas exclusivas, viajes por el mundo en el verano y servicios de preparación para la universidad que cuestan más que la propia universidad, indicó John N. Friedman, economista de la Universidad de Brown, quien analizó los nuevos datos junto con Raj Chetty y David J. Deming, de la Universidad de Harvard.

Pero la mayor desigualdad se observa entre los hijos de las familias que solo son ricas y las que se encuentran justo debajo de ellas. En realidad, relativamente pocos chicos pobres siquiera hacen la prueba.

Conforme las diferencias de clase se han hecho más extremas y un título universitario se ha hecho más vital para poder mantener un estilo de vida por lo menos de clase media, ha aumentado la competencia entre los padres, a quienes les preocupa el futuro de sus hijos.

“La gente compite de cierta forma por ingresar en el distrito escolar que cree que será más beneficioso para su hijo”, explicó Ann Owens, profesora de Sociología en la Universidad del Sur de California, cuyos estudios se especializan en la desigualdad en la educación. “En gran medida, se debe a la creciente desigualdad en los ingresos. Cuando la gente tiene más dinero para gastar, lo invierte en mudarse a un barrio adinerado o en pagarles a los hijos la preparación para la prueba, tutores y todo lo que creen que les ayudará”.

Barrios desiguales

Varios estudios de investigación muestran que, a medida que aumentan los fondos que reciben las escuelas, también mejoran las calificaciones de los estudiantes. En vez de que a las escuelas se les asignen fondos en distintas cantidades dependiendo del impuesto sobre bienes inmuebles del área, en la actualidad, la mayoría de los estados invierten la misma cantidad por estudiante, o incluso más para los estudiantes inscritos en escuelas de bajos recursos. En este momento, las mayores disparidades se observan entre estados.

Pero, aunque se han reducido las diferencias en el financiamiento de las escuelas, estas han aumentado en otros recursos en la vida de los niños. Ahora es más probable que los niños vivan y asistan a la escuela en barrios de pobreza o riqueza concentrada. Desde mediados de la década de los noventa, en los barrios se ha hecho más marcada la segregación por ingresos, aunque solo para las familias con hijos, según descubrió Owens. Según su estudio, a medida que aumenta la segregación en los distritos escolares, se ensancha la brecha de aprovechamiento.

Está demostrado que las escuelas de barrios pobres tienen mayor dificultad para atraer y contratar a los mejores maestros. Además, estas escuelas tienen más necesidades financieras; quizá necesiten gastar dinero para lograr que los estudiantes estén al nivel de la evaluación o para reparar edificios, mientras que las escuelas más adineradas pueden gastar esos recursos en maestros de arte o viajes de campo.

Es más probable que los padres ricos tengan tiempo y conexiones para tener mucha participación en la escuela, ya sea como voluntarios en los salones, en actividades de cabildeo a favor de la escuela o en eventos para recaudar dinero a través de fundaciones escolares.

Además, otra influencia para los chicos es el tipo de metas y experiencias de la gente en su barrio. Las amistades entre distintos niveles socioeconómicos tienen más efecto en los resultados de los chicos que la calidad de la escuela, según revelaron investigaciones previas de Chetty y otros colegas. En los barrios segregados es más difícil encontrar este tipo de amistades.

Las diferencias en el desempeño académico por la raza han disminuido en los últimos 50 años, según ha demostrado Reardon. Pero entre las familias negras e hispanas se observa una mayor probabilidad, en porcentajes desproporcionados, de vivir en barrios pobres, incluso en comparación con familias blancas que perciben ingresos similares, además de que es más probable que sus hijos asistan a escuelas con niveles elevados de pobreza.

“Los niños negros, hispanos e indígenas estadounidenses asisten a escuelas de menores ingresos”, afirmó Owens. “No es que sentarse junto a un niño blanco sea mágico. Todo se reduce al dinero con el que cuenta la escuela”.

Cerrar la brecha

Experiencias como que les lean un libro a la hora de ir a la cama, las visitas regulares a museos y los campamentos de verano con temas científicos podrían contribuir a que los niños ricos obtengan una mejor puntuación al momento de presentar los exámenes del SAT, especulan los investigadores. “Han asistido a mejores escuelas, han leído más novelas, han aprendido más matemáticas”, explicó Jesse Rothstein, profesor de Política Pública y Economía en la Universidad de California, campus Berkeley.

Si la prueba SAT en cierto sentido es un examen de riqueza, la investigación en el campo de la educación parece indicar que no es la causa del problema, sino un síntoma. El contexto socioeconómico también influye en otros elementos del proceso de admisión a la universidad, como los ensayos y las cartas de recomendación. Encima, los datos sugieren que los niños con puntuaciones elevadas en la prueba SAT están más preparados para el ritmo exigente de los cursos universitarios y es más probable que obtengan ingresos elevados o empleos de prestigio en la edad adulta.

En opinión de los investigadores, la solución sería atacar el problema de la brecha en el aprovechamiento mucho antes, con medidas como un curso universal previo al kínder, asignarles más fondos a las escuelas de barrios de bajos ingresos y reducir la segregación residencial.

Esto podría beneficiar a todos los padres y los estudiantes, incluso a los más adinerados. Criar hijos en sociedades muy desiguales es un proceso intenso y competitivo, basado en el temor del creciente riesgo de que los hijos vivan en peores circunstancias que los padres. Criar hijos en ambientes con menos desigualdad en los ingresos y más inversión pública en las familias crea una atmósfera más alegre y relajada, según muestran las investigaciones. Cuando se reduce el riesgo a fracasar, una prueba de admisión a la universidad genera menos tensión.

c.2023 The New York Times Company