“Datos que alarman”: qué comen los chicos y adolescentes y por qué preocupa a los especialistas

Aunque el Teria es poco diagnosticado, en los consultorios crecen las consultas por chicos que son selectivos con los alimentos; la restricción puede generar obesidad, malnutrición y anorexia
Los resultados del informe, advierten, demandan una intervención con urgencia a través de políticas públicas uniformes desde la cadena de producción hasta el entorno escolar, con fiscalización del cumplimiento de la ley de etiquetado frontal

Los alimentos ultraprocesados –esos que son sabrosos al paladar, además de ricos en grasas, sodio, azúcares y con publicidades atractivas– terminaron por desplazar a las frutas, las verduras o los cereales de la alimentación entre los 2 y 17 años, de acuerdo con un diagnóstico de qué comen los chicos y adolescentes. Un análisis de encuestas nacionales reafirma que se encuentra lejos de las recomendaciones nutricionales, sin importar la edad, el lugar de residencia o el nivel socioeconómico. Son, de acuerdo con el equipo a cargo del relevamiento, “datos que alarman” y demandan una intervención con urgencia a través de políticas públicas uniformes desde la cadena de producción hasta el entorno escolar, con fiscalización del cumplimiento de la ley de etiquetado frontal.

“Datos que alarman”: qué comen los chicos y adolescentes y por qué preocupa a los especialistas

La Fundación Interamericana del Corazón (FIC) Argentina y Unicef utilizaron los datos de la Encuesta Nacional de Nutrición y Salud (Ennys) y la Encuesta Nacional de Salud Escolar (EMSE) para determinar los cambios en la relación que existe entre el estado nutricional y el nivel socioeconómico de los hogares para los chicos y adolescentes, con una muestra representativa del país, para el período 2012-2018. Luego, cotejaron el patrón de consumo declarado con las Guías Alimentarias para la Población Argentina (GAPA) y un sistema (NOVA) que clasifica los productos de acuerdo con cuán transformados industrialmente (procesados) están.

El análisis reveló que lo que comen a diario está lejos de las recomendaciones diarias en la mayoría de los grupos de alimentos de las GAPA, sobre todo el de frutas y verduras: su consumo es apenas el 22% de la cantidad recomendada. Esto representa solo un 3,3% de la energía para una dieta promedio de 2000 calorías diarias, comparado con un 16% que aconsejan las guías. El resto de los grupos –lácteos (leche, yogur y queso), legumbres y cereales o aceites, semillas y frutos secos– oscilan entre el 55,6 y 63,7% de la proporción diaria recomendada. La única excepción es el grupo de carne y huevo, que alcanza el 99% de la recomendación.

Los “opcionales y dulces”, en cambio, que no deberían superar el 13,5% del aporte calórico diario, en la dieta infantojuvenil contribuye con un 35%. Son los alimentos ultraprocesados, ricos en grasas, sodio y azúcar que, de acuerdo con los autores del relevamiento, desplazaron en todo el país, edades y nivel socioeconómico a los alimentos considerados más naturales por la baja cantidad de aditivos incorporados.

Con esto, también, aumentó la malnutrición por exceso u obesidad en todos los grupos, sobre todo en los hogares con nivel educativo bajo y medio.

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Promover una alimentación adecuada

Para el equipo, con estos resultados, el Estado debería “promover políticas públicas integrales y complementarias” que mejoren el entorno alimentario, sobre todo en las escuelas, y facilitar el acceso universal a alimentos “sanos” en el tiempo para “asegurar el derecho a la salud y a una alimentación adecuada” de la población infantojuvenil.

“Son datos que alarman”, dijo, durante la presentación, Luciana Castronuovo, coordinadora del área de investigación de FIC Argentina. Se refería a la doble carga que existe de la malnutrición tanto por exceso como por déficit de nutrientes, un 4% de obesidad en los menores de cinco años y el 20,4% en los de entre cinco y 17 años. “¿Por qué llegamos a esto? Porque básicamente comemos mal”, sostuvo. “Para generar políticas públicas que mejoren el estado del consumo y la salud nutricional de los chicos y adolescentes en el país, necesitamos datos. Estos resultados aportan evidencia para formular esas políticas y saber adónde destinar los recursos”, agregó.

Victoria Tiscornia, también investigadora de FIC Argentina y coautora del estudio, explicó a LA NACIÓN que el patrón alimentario actual consiste, sobre todo, en bebidas azucaradas, panificados duces y salados (facturas, budines, tortas fritas o pan envasado industrial), papas fritas, snacks dulces o salados, carne procesada (fiambres, salchichas y otros embutidos, hamburguesas). También, según señaló, está siendo alto el consumo de azúcar de mesa.

“Este consumo de ultraprocesados nos habla de un problema porque son productos que tienen altas cantidades de grasas, azúcares y sodio, que son nutrientes críticos para la salud: aumentan el riesgo de desarrollar las enfermedades no transmisibles (ENT), como son la obesidad, la diabetes, el síndrome metabólico o la hipertensión, que antes se veían en la edad adulta y, ahora, se ve cada vez más en edades tempranas –detalló–. La prevalencia de malnutrición por exceso es altísima en los chicos y adolescentes y esto empeora a partir de los seis años de edad. Por eso, es tan importante garantizar un entorno escolar saludable porque es donde se forman los hábitos y, por esto, debería ser un entorno ejemplar.”

Señaló que, por eso, “es importante que no ingresen a las escuelas alimentos con sellos de advertencia de exceso en sodio, azúcares o grasas, de acuerdo con la ley [por la de etiquetado frontal]. Lo mismo se aplica al comedor. Y si en la currícula se enseñan hábitos saludables, los chicos tendrían que salir al recreo y poder aplicarlos. Se les dice hay que comer más frutas y cereales integrales, y en el quiosco hay golosinas. Si el entorno no acompaña, es muy difícil hacer un cambio del patrón de consumo. De ahí la importancia de las políticas públicas.”

Recomendaciones

Al sumar al consumo de alimentos ultraprocesados el de procesados, que son a los que se les agrega sal, azúcar y aceite, pero casi sin aditivos (por ejemplo, panes o quesos sin envasar, enlatados de frutas, verduras o, legumbres y conservas), según señaló, ambos grupos superan el 50% de las calorías diarias que consume la población. “Deberían predominar los alimentos naturales y mínimamente procesados, con un complemento de procesados –sostuvo Tiscornia–. Los ultraprocesados no deberían existir en la alimentación de chicos y adolescentes porque no aportan nutrientes esenciales para el crecimiento. Además, es una competencia desleal con el alimento natural: el ultraprocesado tiene una alta palatabilidad, generan adicción y con una publicidad orientada a la infancia.”

¿Con qué alimentos hay que tentar a los chicos y adolescentes? Tiscornia enumeró todas las frutas, verduras, cereales integrales (como la avena, la harina o el arroz integral), las legumbres (lentejas, porotos, garbanzos), frutos secos (nueces, almendras, maní) o aceite vegetal. “Algunos pueden ser costosos, pero con una mínima cantidad, es suficiente”, dijo.

Para Verónica Risso Patrón, oficial de Nutrición y Salud de Unicef Argentina, los resultados del análisis “no son alentadores. Los conocemos. Saber es pensar qué políticas públicas tenemos y cuáles hace falta implementar”. Durante la presentación, señaló: “Comen, lamentablemente, tan mal que no encontramos diferencias porque [el patrón de consumo] trasciende edades, nivel de ingresos y lugar de residencia. Todos están comiendo muchos ultraprocesados, que son los alimentos con sellos de advertencia. Si comen tanto de esos productos, van a comer menos de otros de mejor calidad nutricional”. Coincidió con Tiscornia en que no deberían ingresar a las escuelas, dado el impacto que está teniendo la malnutrición por exceso en los chicos, alimentos con sellos. Insistió, además, en la necesidad de regular la publicidad de esos productos.

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Problema cultural

“Ya sabíamos de la necesidad de cambiar el patrón alimentario y qué lejos estamos de las recomendaciones de las GAPA y qué mal en relación con el sistema NOVA”, dijo Sebastián Laspiur, consultor en ENT de la oficina de la Organización Panamericana de la Salud (OPS) en la Argentina. Apuntó, además, que desde la última de las encuestas nacionales consideradas, hay “otro escenario de la alimentación” en el país por la sanción de la ley de etiquetado frontal, lo que podría reflejar, como en Chile o México, una tendencia positiva en una próxima edición de las Ennys.

Sandra Tirado, secretaria de Acceso a la Salud del Ministerio de Salud de la Nación, comentó durante la presentación que este año sería el turno de una nueva edición de la encuesta que releva factores de riesgo. A la vez, destacó la sanción de la ley de etiquetado frontal.

Laspiur, exdirector de Promoción de la Salud y Control de las ENT de la cartera sanitaria nacional, agregó durante la presentación que el promedio de consumo de alimentos naturales o mínimamente procesados es tan bajo que no se trataría solo de un problema de costos, sino también cultural y de elecciones. “Los ultraprocesados desplazan a los naturales. Aún en hogares de altos ingresos es bajo el consumo de frutas y verduras [el promedio es de unos 250 g/día, cuando el recomendado es de 500-700]. También, hay un alto porcentaje de pérdida y desperdicio de alimentos. No parecería que la asequibilidad sea el factor determinante. El impacto de los ultraprocesados en el paladar y la publicidad es evidente”, agregó.

Andrea Graciano es investigadora y docente de la Cátedra Libre de Soberanía Alimentaria de la Escuela de Nutrición de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Participó desde la sociedad civil, la academia y como consultora desde la elaboración de la ley de etiquetado frontal. Tras la presentación y ante la consulta de LA NACIÓN apuntó: “Es para celebrar que tengamos una ley que es modelo regional porque es federal y por la multiplicidad de regulaciones incluidas en una única norma. Pero lo que se vio durante el debate parlamentario, aún se mantiene en el proceso de implementación gradual que estamos transitando: los intentos por boicotear la ley siguen y se intenta confundir a los consumidores sobre qué regula –explicó–. Frente a una presencia creciente de productos con sellos desde febrero, hoy coexisten en las góndolas [hasta la implementación total a fin de año] productos sin sellos, que no necesariamente no los van a tener en los próximos meses. Ya deberíamos empezar a conocer qué está haciendo el Ministerio de Salud con la fiscalización.”