¿Ahora dónde está el ‘pájaro némesis’?

Peter Kaestner, con un toco piquigualdo sureño en Namibia. (Peter Kaestner via The New York Times)
Peter Kaestner, con un toco piquigualdo sureño en Namibia. (Peter Kaestner via The New York Times)

Pareciera que por cada dedicado observador de aves, hay un pájaro —solo uno— que nunca se deja ver.

En el mundo de la ornitología, Peter Kaestner está en un nivel aparte. Nadie ha visto e identificado más aves que Kaestner, diplomático estadounidense jubilado que aspira a convertirse en el primer observador de aves en ver 10.000 de las aproximadamente 11.000 especies que existen en el planeta. Con 9697 en su lista de eBird, se está acercando.

Sin embargo, de los muchos pájaros que ha buscado y encontrado, quedan algunos que ha buscado y no ha encontrado. Kaestner no los olvida.

El pavo real del Congo, un raro faisán multicolor de la selva tropical centroafricana, se le escapó en 1978, cuando su grupo de viaje fue obstaculizado por un accidente en la remota pista de aterrizaje en la que planeaban realizar la búsqueda. En 2015 persiguió a un albatros de ceja negra frente a la costa alemana, a unos 482 kilómetros y cuatro horas de ferry desde la que entonces era la casa de Kaestner, en Fráncfort.

“Hice cuatro viajes de 10 horas por un twitch, en vano”, escribió Kaestner en un correo electrónico. “¡Una vez, me lo perdí por 20 minutos!”.

A través de estas tribulaciones, los observadores de aves establecen lo que llaman “pájaros némesis”, una forma de referirse a las especies que se les escapan una y otra vez, a pesar de sus esfuerzos. A medida que aumenta la popularidad de la observación de aves, se hace necesario explicar el lenguaje propio de esta afición. Un “twitch” es dejarlo todo para perseguir un ave rara que se encuentra fuera de su área natural. Un “pájaro chispa” es como llaman los avistadores al ave que despierta el interés de alguien por la observación de estos animales. Un “pájaro némesis” te hace regresar a buscarlo y permanece tentadoramente fuera de tu alcance.

“Es una especie que se te escapa después de múltiples intentos, sobre todo si el ave estaba o debería haber estado allí”, dijo Kaestner. “Hay una connotación de que algo sobrenatural se interpone entre tú y ver esa ave”.

Un artículo publicado en Audubon en 2017 por Dan Koeppel definía un pájaro némesis como “un ave lo suficientemente común como para que un observador de aves dedicado la haya visto, pero que, sin embargo, permanece invisible”. Koeppel, un autor y escritor de ciencia, desde entonces ha ampliado la definición ligeramente, al señalar que puede significar cosas diferentes para los observadores de aves de diferentes niveles de habilidad e interés.

“Si es un pájaro que te vuelve loco, puedes llamarlo pájaro némesis”, dijo Koeppel. “Puede ser un pájaro que tu madre haya visto, pero tú no”.

¿Qué hace que una persona se vuelva loca por los pájaros? A estas alturas, los beneficios para la salud de la observación de aves están bien documentados, y el Servicio Federal de Pesca y Vida Silvestre de EE. UU. calcula que unos 45 millones de estadounidenses se identifican como observadores de aves. Pero, ¿qué lleva a una persona a obsesionarse con un ave en particular? Eso es algo totalmente específico y personal.

“El concepto de pájaros némesis es una de las cosas que más confunde, y también divierte, a mis amigos no aficionados”, explicó Danielle Khalife, investigadora de salud pública de Brooklyn. “Alguien me preguntó si son pájaros a los que odias. No exactamente”.

A veces, la novedad de un ave la convierte en némesis. Desde que se inició en la observación de aves durante la pandemia, Khalife aún no ha avistado una reinita grande, a pesar de que se ha informado de varios avistamientos en el cercano Prospect Park. Estas sigilosas reinitas son poco usuales al norte de Delaware y se oyen más a menudo de lo que se ven.

“Es un ave escurridiza, así que eso me hace sentir un poco mejor”, dijo Khalife.

A veces es simplemente deseo. Howard Fischer, de 72 años, educador jubilado de Staten Island, ha visto más de 3000 especies en 57 años de observación de aves. Pero tardó casi cinco décadas en ver un zorzal pinto, un deslumbrante pariente naranja y negro del petirrojo que es común en el noroeste.

Fischer viajó a la zona de distribución habitual del zorzal y no encontró nada en Washington, Montana y Columbia Británica. También buscó informes de avistamientos raros que eran más locales: uno en New Hampshire, uno en New Jersey, otro en Central Park.

“Y yo no soy un twitcher”, dijo Fischer. “Esperé años y años y años para ver ese pájaro”.

Finalmente, en sus 47 años de observador de aves, Fischer vio su primer zorzal pinto, uno errante que pasó cinco días en diciembre de 2013 en Stuyvesant Town, en Manhattan.

“Donde menos te lo esperas”, dijo Fischer.

A veces, es duelo. El padre de Koeppel, Richard, fue uno de los observadores de aves más consumados del siglo XX, con más de 7000 especies en todo el mundo antes de su muerte en 2012. Pero una siempre se le escapó: la codorniz de montaña, una rolliza ave de caza de las montañas de la vertiente del Pacífico.

“Piensa en la palabra ‘quail’, (que es como se llama a la codorniz en inglés): significa alejarse, esconderse”, explica Koeppel. “El propio nombre del ave te está diciendo que no quiere estar cerca de ti”.

Después de que su padre dijera que su último deseo era ver una, Koeppel pasó casi cinco años buscando una codorniz de montaña. No pudo dispersar las cenizas de su padre hasta que lo consiguió.

“Se convirtió en una especie de misión”, dijo Koeppel. “Se convirtió en mi némesis, de verdad. Aunque no soy un gran observador de aves, estaba obsesionado con él. Tenía que ver con el duelo y con el hecho de que las cenizas de mi padre estuvieran en el asiento trasero de mi auto para siempre”.

Cuando Koeppel tropezó por fin con una pareja de codornices de montaña en un parque estatal del sur de California, apenas podía creerlo. Volvió apresurado a su vehículo para recuperar la urna, y juntos, él y su hijo pequeño, lanzaron las cenizas del patriarca hacia las aves.

“Fue algo como en la película El gran Lebowski, cuando los dos nos cubrimos de polvo blanco”, dijo Koeppel. “Fue increíble. Se convirtió en un momento muy emotivo”.

A veces se trata de algo más sobre los pájaros némesis: cómo se puede, con persistencia, vencerlos. Kaestner pasó este verano en la isla indonesia de Sumatra buscando varias de sus especies endémicas. Uno de sus objetivos, la rara y solitaria pita de Schneider, lo eludió en un intento anterior en 1993. Esta vez, la búsqueda requirió una larga caminata hasta el monte Kerinci, el mayor volcán del país, y nueve horas de vigilancia antes de que el ave por fin apareciera.

“Conseguí la pita hoy”, informó Kaestner desde el campo a través de un mensaje de texto. “¡Quizá mañana tenga una nueva némesis!”.

c. 2023 The New York Times Company