El día que el “amigo” Trump decidió patear el tablero geopolítico global

El presidente Donald Trump, al centro, llega en el Air Force One al Aeropuerto Internacional de Miami, el jueves 3 de abril de 2025, en Miami. (AP Foto/Rebecca Blackwell)
El presidente Donald Trump, al centro, llega en el Air Force One al Aeropuerto Internacional de Miami, el jueves 3 de abril de 2025, en Miami. (AP Foto/Rebecca Blackwell) - Créditos: @Rebecca Blackwell

Friends will be friends, postea en X Javier Milei al conocerse los aranceles que Estados Unidos le impone a cada país: amigos son los amigos.

A la Argentina le tocó “sólo” el 10%. En realidad, le tocó lo mismo que a casi todos los países de la región. Luiz Inacio Lula da Silva ,en Brasil; Gabriel Boric, en Chile, y Gustavo Petro, en Colombia, no son tan amigos de Donald Trump y también tienen aranceles del 10%.

Pero el juego de los amigos en política internacional se da sobre varios tableros al mismo tiempo. Como en aquellas partidas simultáneas de ajedrez donde un mismo jugador participa de varios partidos en paralelo, además del juego económico, comercial y financiero, el tablero geopolítico también tiene un lugar central. Y mientras que en el tablero económico, comercial y financiero se juega con socios y con competidores, en el tablero geopolítico se juega con aliados o hasta amigos, y con adversarios o enemigos.

Donald Trump junto a Javier Milei en Washington
Donald Trump junto a Javier Milei en Washington - Créditos: @X @WhiteHouse

En esta metáfora del ajedrez, bien podríamos imaginarnos a Estados Unidos en el centro de esos partidos. Incluso en un mundo multipolar, incluso con el vertiginoso ascenso chino, incluso con la impetuosa irrupción del sur global, Estados Unidos sigue siendo un actor fundamental en política internacional.

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Desde la Segunda Guerra Mundial, el juego geopolítico de Estados Unidos no se basó solamente en la construcción de alianzas. Está claro que las alianzas pueden ser muy efectivas para ganar guerras, pero pueden durar poco cuando el desafío es de más largo plazo.

En cambio, con algunos países, Estados Unidos encaró un proyecto de mayor alcance. Por ejemplo, con Canadá, Europa occidental, Japón, Australia, Nueva Zelanda, Israel y Taiwán, Estados Unidos buscó crear un clima favorable a la estabilidad a través de iniciativas con profundo impacto. Para eso, fortaleció una comunidad de valores compartidos, ideales políticos compatibles, instituciones internacionales y apoyo mutuo en esas instituciones, ofreció garantías de seguridad y, no menor, garantías nucleares durante la Guerra Fría que sobrevivieron en la posguerra fría, y finalmente, también modelos económicos y comerciales abiertos e integrados.

La ONU fue una de las estructuras surgidas del multilateralismo de la posguerra
La ONU fue una de las estructuras surgidas del multilateralismo de la posguerra - Créditos: @Bryan R. Smith

Todas estas cosas hicieron que entre socios y amigos, incluso cuando hablamos de países, crecieran la confianza mutua, la reciprocidad aunque no sea en igualdad de condiciones, y las visiones de un futuro compartido. En los últimos 80 años, Estados Unidos estuvo en el centro de este proyecto, que podríamos llamar de “amistad internacional”.

Estos son los tableros que pateó Trump. El de los valores compartidos, cuando erosionó con sus acciones y actitudes la solidaridad, previsibilidad, confianza y sensibilidad de los países y líderes amigos de Estados Unidos. Señales tan diversas como la abierta admiración de Trump por dictadores como Vladimir Putin o Xi Jinping, y el cierre de los programas de la agencia USAID dan la pauta de un cambio normativo significativo.

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El de los ideales políticos compatibles, Trump lo pateó con su desprecio por los aspectos más sustantivos de la democracia, como los derechos humanos (para botón de muestra, basta ver el tratamiento a los inmigrantes), el acceso irrestricto de la prensa a la Casa Blanca y la libertad de pensamiento en las universidades.

El tablero de las instituciones internacionales ya lo había pateado en su primer mandato al retirar a Estados Unidos de instancias clave, como los acuerdos de medioambiente y el tratado nuclear con Irán. Trump 2.0 profundiza esa tendencia al abandonar la OMS, el Consejo de Derechos Humanos y el Acuerdo de París, declarando difunto el multilateralismo.

La desastrosa reunión de Trump y Zelensky en la Casa Blanca
La desastrosa reunión de Trump y Zelensky en la Casa Blanca - Créditos: @EPA

Las garantías de seguridad y nucleares se desvanecieron en el Salón Oval durante la desastrosa reunión con Zelensky. Quedó claro que a Trump no le da remordimiento abandonar a aliados y amigos.

Finalmente, las políticas de imposición de aranceles anunciadas esta semana, que no fueron consultadas ni informadas por anticipado a países amigos, muestran que también pateó el tablero de los modelos económicos y comerciales abiertos e integrados. Claramente, Estados Unidos ya está jugando a otra cosa.

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Muchas incertidumbres surgen en esta encrucijada. Una tiene que ver con que ni siquiera Estados Unidos puede jugar solo en el mundo actual. ¿Cómo va a pilotear la pérdida de amigos y aliados? ¿A qué países se va a acercar, en qué países se va a apoyar? ¿Cómo se van a reconfigurar esas partidas simultáneas de ajedrez?

Otra tiene que ver con las reglas. Un sistema internacional con reglas, por débiles que sean, es más ordenado y preferible que uno donde conflictos como los de Ucrania, Gaza y Sudán proliferen y el patoterismo domine. ¿Quiénes van a concertar esas reglas? ¿Quién o quiénes van a negociar con China? ¿Puede la Unión Europea (UE) retomar la iniciativa y volver a jugar algunos partidos en la mesa grande?

Donald Trump conversa con el presidente chino Xi Jinping (Archivo)
Donald Trump conversa con el presidente chino Xi Jinping (Archivo) - Créditos: @Andy Wong

Es posible (o no, nadie lo sabe a ciencia cierta) que el gobierno norteamericano use estas posiciones extremas para presionar y negociar. Es posible (o no) que estas políticas no se implementen tal como están planteadas.

En cualquier caso, los dichos del primer ministro australiano seguramente resuenen hoy en varias capitales: “Esto no es el acto propio de un amigo (...) es una decisión contraria a los valores compartidos que han sido el pilar de nuestra histórica amistad”.

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Cualquiera que haya terminado una amistad de años sabe lo difícil que es perdonar a un amigo traicionero. Es más fácil reconstruir lazos con un rival en quien nunca se confió demasiado que con un amigo que nos dio la espalda en momentos críticos y se volvió imprevisible.

En política internacional y en diplomacia, el daño al destratar a amigos tradicionales puede ser material, pero es fundamentalmente simbólico. Y puede resultar caro hasta para quien todavía es el país más poderoso del mundo.

La autora es Doctora en Relaciones Internacionales y profesora en el Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad de San Andrés.