El curioso caso de la envenenadora de bombones

El 12 de junio de 1871, al pequeño Sidney Albert Barker, de 4 años de edad, se le antojó comer unos apetitosos bombones que se exhibían en el escaparate de la confitería del afamado pastelero local, John Maynard, en Brighton, localidad a la que el pequeño había acudido junto a su familia a pasar unos días de vacaciones (la población, en la costa sur de Inglaterra, era en la época uno de los principales destinos turísticos).

Christiana Edmunds se dedicó a envenenar bombones con estricnina (imagen vía murderpedia)
Christiana Edmunds se dedicó a envenenar bombones con estricnina (imagen vía murderpedia)

Los padres del niño accedieron a comprarle uno de aquellos caprichos de chocolate sin saber que, en media hora después el pequeño Sidney fallecería repentinamente a causa de haber ingerido un bombón envenenado con estricnina, un potente pesticida utilizado en aquel tiempo para acabar con plagas de roedores y animales callejeros.

El cadáver del niño fue analizado por el forense local, David Black, quien dictaminó que la causa del fallecimiento se debía a haber ingerido el mencionado veneno el cual, estaría presente de forma accidental en los bombones de chocolate del señor Maynard, quien, inicialmente, fue interrogado como principal sospechoso.

Esto llevó a que se iniciara una serie de investigaciones por parte de la policía para atar cabos respecto a varios casos de intoxicación que habían tenido lugar en la población en los últimos meses, llegando a la conclusión que todas las personas afectadas tenían una cosa en común: habían enfermado tras haber comido una de las delicias de crema de chocolate de John Maynard.

El confitero fue interrogado y su pastelería y vivienda registradas hasta el último rincón, pero no se pudo encontrar rastro alguno del mencionado pesticida.

Las pesquisas policiales llevaron a encontrar que, la mayoría de las personas que habían enfermado tras ingerir los bombones envenenados no lo habían comprado en la confitería del señor Maynard, sino que los habían recibido de regalo, enviados, supuestamente, por algún admirador o admiradora que se escondía tras el anonimato. Muchos de los afectados eran personajes relevantes de la vida social y política de Brighton.

Las posteriores investigaciones llevó a la policía a averiguar quién podría haber comprado estricnina y dónde, encontrando que en el laboratorio del químico local, Isaac Garrett, se había dispensado en diferentes días una cantidad inusual del pesticida a una mujer llamada Christiana Edmunds y que pertenecía a la clase acomodada de la ciudad.

Pero algo no les cuadraba a los investigadores, debido a que la señorita Edmunds (soltera y de 42 años de edad) había sido destinataria de uno de aquellos envíos anónimos de bombones, aunque no se los comió y, por tanto, no había enfermado.

La curiosidad llevó a los policías a interesarse por el motivo por el que Christiana Edmunds no se había comido los bombones enviados por un supuesto admirador anónimo y ésta dio como explicación que no le gustaba la crema de chocolate que elaboraba el señor John Maynard y cuando vio que el paquete era de aquella confitería decidió no tomarlos.

En el cruce de investigaciones y declaraciones, el señor Maynard recordó que la propia señorita Edmunds y su familia habían sido clientes de su negocio desde hacía muchos años pero que, de la noche a la mañana, unos meses atrás, esta dama fue a comprar una gran cantidad de bombones y al día siguiente se presentó de nuevo en el establecimiento para devolvérselos, sin darle más explicación de que ya no le gustaban sus delicias de crema de chocolate, volviéndolos a poner a la venta.

También se descubrió que en las últimas semanas, a la confitería habían acudido varios niños a comprar cantidades inusuales de bombones, pero por la condición social de los muchachos era imposible que pudiesen permitirse gastarse esa cantidad de dinero en chocolates. La investigación llevó a los agente a localizar a los pequeños compradores y estos confesaron que habían recibido el encargo por parte de Christiana Edmunds, quien les daba una propina por ir a la pastelería a comprar las delicias de chocolate.

Todas las pruebas y evidencias señalaban a la señorita Edmunds como principal sospechosa de los envenenamientos. Lo que faltaba por descubrir era el motivo que la había empujado a cometer tal fechoría.

Christiana Edmunds pertenecía a una de las familias más insignes de Brighton. Hija de un importante arquitecto, vivía junto a su madre viuda en una señorial casa de la población. No se le conocía relación sentimental alguna y a sus 42 años era considerada por sus vecinos como una ‘solterona de oro’ (tal y como se denominaba en aquella época a las mujeres que llegaban a dicha edad sin haber contraído matrimonio). De joven había sido diagnosticada de ‘histeria’, denominación que se le daba por aquel entonces a los desequilibrios mentales y emocionales que padecían algunas mujeres.

Pero durante el registro efectuado por la policía en la vivienda de Christiana Edmunds, pudieron encontrar algunos escritos personales (un diario), hablando del doctor Charles Beard, un famosos médico local de quien estaba profundamente enamorada y cuyos sentimientos parecía no ser correspondidos, debido a que numerosas eran las apasionadas cartas de amor que ella le había enviado siendo desvueltas por él sin ni siquiera haberlas abierto o leído.

Ese hallazgo fue mucho más sorprendente cuando los investigadores descubrieron que la esposa del doctor Beard también había sido una de las víctimas de haber enfermado por ingerir bombones envenenados con estricnina, pero no una vez, sino hasta en dos ocasiones.

Charles Beard y Christiana Edmunds se habían conocido un año antes, cuando el médico había acudido a la vivienda para atenderla tras uno de sus episodios de histeria. Ella era una mujer muy atractiva y su apariencia era de alguien mucho más joven. Parece ser que el doctor quedó prendado por su encanto y belleza y, según relatan numerosas fuentes, tuvieron un discreto romance, hasta que él decidió darlo por acabado y seguir con su vida normal junto a su esposa.

Otro de los puntos curiosos de la investigación fue que, tirando del hilo, se pudo descubrir que la señora Beard había sido la primera víctima de la cadena de envenenamientos. Parece ser que, Christiana Edmunds, loca de amor por el médico, quiso deshacerse de quien creía que era el gran inconveniente para poder estar junto a su amado, tramando su muerte enviándole unos deliciosos bombones de la confitería del señor Maynard a los que había inyectado previamente el potente veneno.

El primer intento de envenenamiento tuvo lugar en septiembre de 1870. La señora Beard cayó enferma, pero pudo recuperarse. Su esposo sospechó que tras la intoxicación se encontraba Christiana Edmunds, por lo que decidió cortar todo tipo de vínculo sentimental con ella, aunque no actuó en su contra ni la denunció ante la policía.

Christiana Edmunds al ver que no se había podido salir con la suya y ante el temor de que finalmente el doctor Beard la acusara, decidió enviar bombones a otras personas de Brighton, además de dejar un buen surtido de delicias de crema de chocolate envenenadas en la confitería del señor Maynard e incluso enviarse una a sí misma, para hacerse pasar por una víctima más.

Pero la policía pudo atar todos los cabos y demostrar que la señorita Edmunds había sido la responsable del envenenamiento de los bombones que provocaron el fallecimiento del pequeño Sidney Albert Barker, así como hacer enfermar a un gran número de vecinos de Brighton, entre ellos la señora Beard en dos ocasiones.

Fue juzgada a inicios de 1872, siendo declarada culpable y sentenciada a muerte, aunque se le conmutó la pena por la cadena perpetua, debido a sus problemas de salud mental, teniendo que cumplirla en un psiquiátrico, donde permaneció encerrada y aislada hasta el momento de su fallecimiento en 1907, a los 81años de edad.

Fuentes de consulta e imagen: murderpedia/ theguardian/ historic-uk/ womenofbrighton/ berkshirerecordoffice

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