Cumbre de los Brics: Putin exhibió que no está solo, pero no todo es lo que parece
PARÍS.– Inculpado por la Corte Penal Internacional por crímenes de guerra y la deportación a Rusia de decenas de miles de niños ucranianos, Vladimir Putin no había podido asistir el año pasado a la cumbre de los Brics de Johanesburgo. La reunión en Kazan, que concluyó este jueves, fue su revancha. Para mostrar que su país no está aislado, a pesar de la guerra de agresión contra Ucrania, el autócrata del Kremlin montó esta “cumbre Potemkin”, donde el decorado ocultó la pobreza de los resultados.
El secretario general de la ONU, Antonio Guterres, hubiese podido contentarse con enviar un mensaje para saludar la cumbre de los Brics, que reunió durante tres días a los grandes países emergentes, representantes de cerca del 46% de la población mundial y que pesan más de un tercio del PBI del planeta. Decidió, sin embargo, viajar a Kazan, capital de Tatarstan, a 700 kilómetros al sur de Moscú, dando así su aval a lo que el Kremlin presentó como “el acontecimiento diplomático más importante jamás organizado en Rusia”.
Esta cumbre, efectivamente inédita por su magnitud, con unos 30 jefes de Estado o de gobierno, además de los nueves países miembros de la organización, marca la gran revancha de Putin frente a Occidente.
Muchos se preguntan si era necesario ofrecer esa consagración a un autócrata que, lanzando sus tanques contra Kiev en febrero de 2022, violó no solo la carta de la ONU, donde Rusia -en su calidad de miembro permanente del Consejo de Seguridad- está obligada a ser uno de los garantes, pero también todos los tratados firmados con Ucrania.
Las autoridades ucranianas manifestaron su indignación, clamando que el secretario general tomó “una mala decisión que solo daña la reputación de Naciones Unidas”. Pero Kiev está solo en esa cruzada. La Unión Europea (UE), a través de su portavoz para la política exterior, afirmó que la reunión de Guterres con Putin tuvo como objetivo promover un llamado a la resolución del conflicto. Muchos analistas piensan, como Kiev, que fue un mal cálculo.
“Antonio Guterres recordó a Putin, en efecto, que la anexión territorial ‘no tiene su lugar en el mundo moderno’. Pero Vladimir Putin aprovechó para mostrarse, a su lado, como el respetado líder que defiende ‘un orden internacional más justo’ frente al sistema encarnado por Estados Unidos y Occidente”, estima Samantha de Bendern, investigadora asociada en el Instituto Real de Asuntos Internacionales.
La gran operación de propaganda del presidente ruso, autoproclamándose líder del Sur Global junto a su alter ego chino Xi Jinping fue, sin embargo, solo eso: un trompe-l’oeil. Como los pueblos Potemkin, aquellas construcciones falsas montadas por el favorito de la zarina Catalina II para hacerle creer durante sus viajes la prosperidad de los mujiks (campesinos rusos).
Si bien el crecimiento e importancia de los países emergentes es una realidad, los Brics, creados en 2006 por iniciativa de Rusia y de China con Brasil e India, a los que después se sumó Sudáfrica, son un grupo más bien desordenado e informal, sin verdadera estructura permanente. Una bandera, pero en gran parte una cáscara vacía. La ampliación a nueve miembros en 2023 y en poco tiempo a 13, deseada sobre todo por Moscú y Pekín por razones estratégicas, solo ha acentuado sus debilidades.
“Hasta hoy, aparte de sacarse fotos de propaganda, los líderes de los Brics se paran junto a Putin y denuncian la escasa representación de sus países en las grandes organizaciones globales. Lo hacen cada año, y esto parece ser el único logro que queda después de cada cumbre. (…) Pero los Brics no han hecho absolutamente nada para conseguir un cambio sustantivo en esos cuerpos o instituciones internacionales. En realidad, han hecho exactamente lo opuesto: han logrado debilitar esas instituciones con la guerra de Ucrania y el aumento de líderes cada vez más ultranacionalistas en Occidente y dentro mismo de los Brics”, afirma Jim O’Neill, trader y economista británico de Goldman Sachs, que creó el acrónimo en 2001 por Brasil, Rusia, India y China.
O’Neill agrega que los verdaderos desafíos globales no pueden ser enfrentados a través de “pequeños grupos como los Brics (o el G7, en verdad). Y esto será así sea cual sea la cantidad de miembros que sumen”.
Resentimiento contra Occidente
Desde su nacimiento, los Brics reúnen países con regímenes muy diferentes: autocracias asumidas como Rusia y China, pero también democracias, como la India o Brasil. Esa heterogeneidad se acentuó aun más el año pasado con el ingreso de países como Irán y Arabia Saudita o en poco tiempo con Turquía, miembro de la OTAN y candidata a la Unión Europea. Varios de los 30 países que se candidatean a formar parte de los Brics fueron parte de los 140 Estados que condenaron tres veces la agresión rusa en las resoluciones votadas en las asambleas generales de Naciones Unidas. Es verdad que ser cooptado por el club no compromete a nada, ni en el plano político o estratégico, sobre todo cuando ciertos miembros —incluidos los fundadores como China e India— son rivales históricos.
El único punto común de los miembros de los Brics es el resentimiento —en parte justificado— contra Occidente. Pero, aun sobre ese tema, las posiciones, así como las agendas, son muy diferentes. La Rusia de Putin quiere quebrar el orden estadounidense y no duda en recurrir a la violencia, como en Ucrania.
China parece menos apurada y sobre todo más sutil, a fin de mostrar que una mayoría de la población mundial se acuerda sobre la necesidad de terminar con el orden norteamericano marcado por el poderío absoluto del dólar, la red de alianzas militares de Estados Unidos y una visión de los derechos humanos, que incluye las libertades políticas.
“Los otros quieren solamente tener su parte del orden mundial construido en 1945. Una reivindicación más que legítima cuando se piensa que los países del Brics solo pesan por el 15% de los votos en el FMI. Aunque, paradójicamente, son sobre todo los países del sur que bloquean una reforma del Consejo de Seguridad de la ONU y una ampliación de sus miembros permanentes. En primer lugar China, que no ve con simpatía una eventual llegada de India”, analiza De Bendern.
El nuevo banco de desarrollo, la única institución creada por los Brics, solo puede ofrecer financiamientos insignificantes —4000 millones de dólares por año—, comparados con los centenares de miles de millones de los que dispone el Banco Mundial.
“La ‘desdolarización’ de la que tanto hablan sigue siendo un voto piadoso en ausencia de una moneda alternativa creíble, aun cuando el grupo podría lograr finalmente crear plataformas de pagos internacionales para poder eludir el sistema Swift”, afirma Françoise Thom, historiadora, especialista de Rusia.
Por fin, sobre las grandes crisis mundiales, los miembros de los Brics tienen posiciones opuestas. La India de Narendra Modi apoya a Israel y participa junto a Estados Unidos en coaliciones asiáticas que tratan de contener a China. Tampoco hay que ignorar el hecho de que, en la cumbre de Kazan de esta semana, todos lanzaron llamados generales a la paz y la estabilidad, aludiendo a Ucrania y a Medio Oriente y, sobre todo, sin afirmar en forma explícita su acuerdo con las posiciones rusas.
“Pero Putin solo quería la foto de familia, extremadamente útil para su propia opinión pública en momentos en que la guerra en Ucrania entrará en un nuevo y mortífero invierno que costará otros miles de vidas a la juventud rusa”, analiza el general Jerôme Pellistrandi.
A su juicio, el envío de soldados norcoreanos a la región de Kursk también responde a esa necesidad propagandística: “Por el momento son solo 1500 hombres que se entrenan en el extremo sureste ruso, aunque algunas fuentes hablan de un total de 12.000 combatientes. Un número irrisorio comparado con la cantidad de hombres que consume la guerra de Ucrania”.