En Cuba ‘Las paredes oyen’. Susana Pérez lidera elenco sobre la vigilancia en tiempos de crisis

Susana Pérez va con el traje verde olivo y las botas altas que tanto han marcado el poder en Cuba. A su personaje la llaman Madre, es la Madre de la Revolución, y en esa hora se enfrasca en interrogar a Dianne Garriga, que interpreta a Ava, una joven que no tiene ni idea de lo que se le viene encima.

Ava habla con la arrogancia de sus 17 años. Viste el uniforme escolar de los años 1960 y 1970 en Cuba: blusa blanca y falda azul con franjas blancas en el borde. Es la pura estampa de la inocencia. Pero se le acusa de escribir un poema de burla a la Revolución, y cualquiera que haya leído a Milan Kundera, sabe lo caro que cuestan las bromas en los sistemas totalitarios.

Los actores ensayan Las paredes oyen, la obra que ha escrito el actor cubanoamericano Robby Ramos, inspirado en su abuelo, Rafael Tomé, que cumplió nueve años en las cárceles castristas –entre ellas el Presidio Modelo en la Isla de la Juventud– por conspirar contra el régimen de Fidel Castro, que unos años antes también había sido “inquilino” de esa misma prisión por conspirar contra Batista.

Es una obra inmersiva y los actores se sitúan dentro de un círculo formado por las sillas para los espectadores.. En el teatro del American Museum of the Cuban Diaspora, en Coral Way y la 12 avenida, se recrean dos salas de interrogatorio de la policía política castrista. Sobre el escenario están los actores Ariel Texidó y Héctor Medina, que representan a hermanos en bandos diferentes. Papo (Texidó) es el revolucionario que estuvo en la Sierra Maestra y que ahora debe sacarle a Rafa (Medina) si participó en otra burla contrarrevolucionaria. La ciudad ha sido empapelada con carteles del Che Guevara vestido de mujer, y Rafa, un caricaturista, puede ser culpable.

Ramos quería contar cómo “el comunismo y la ideología separan a la familia, los ponen unos contra otro”, dice el actor, que nunca ha estado en Cuba. Decidió llevar a escena lo que, después de muchos años de negarse a contar, su abuelo al fin escribió en un diario para que conociera lo que vivió en el presidio.

“Mi abuelo me contaba que los ponían en un cuarto sin luz, y les traían las comidas a diferentes horas, para mantenerlos desorientados”, dice sobre los interrogatorios, que se reflejan en su obra.

Vigilancia en Cuba

Al rato, el espectador se va sintiendo el peso de la represión. Sabe que la inmersión que busca el director de Las paredes oyen, Gabriel Bonilla, es efectiva cuando el pecho se le aprieta. En Cuba no hacía falta ser un conspirador como el abuelo de Ramos, que era parte de un grupo que planeaba dejar la ciudad a oscuras y convocar a una huelga general, para ser culpable.

A Rafael Tomé lo acusaron de agente de la CIA y casi lo fusilan, pero el espectador, si vivió en Cuba, si creció en Cuba, sabe lo que es ser presionado y a veces hasta “interrogado”. A lo mejor fue en un consejo disciplinario, una asamblea educativa o una reunión de los Comité de Defensa de la Revolución (CDR). Para estar en falta en estos 64 años en la isla, solo hay que estar respirando.

El director Gabriel Bonilla y el escritor de ‘Las paredes oyen” Robbie Ramos, quien se inspiró en los años que pasó en las cárceles cubana su abuelo, el preso político Rafael Tomé. Ramos es uno de los actores de la serie de televisión Heels, de Starz.
El director Gabriel Bonilla y el escritor de ‘Las paredes oyen” Robbie Ramos, quien se inspiró en los años que pasó en las cárceles cubana su abuelo, el preso político Rafael Tomé. Ramos es uno de los actores de la serie de televisión Heels, de Starz.

“Todo lo que viví durante tantos años en Cuba lo pude utilizar para esta obra”, dice Susana Pérez en una de las salas del American Museum of the Cuban Diaspora, donde se ha reproducido una cárcel y hasta el paredón de fusilamiento, en el que tantos “enemigos de la Revolución” fueron ejecutados en épocas en que Guevara –el de la boina y el tabaco que aparece en los t-shirts que todavía llevan muchos jóvenes en el mundo– era el jefe de la prisión y lo llamaban “El carnicero de La Cabaña”.

“Viví épocas de mucha represión, mucho miedo, mucha doble moral, que uno se obligaba a tener porque era la única manera de subsistir. No podías decir lo que pensabas, no podías decir lo que querías, o tenías que sencillamente desaparecer”, agrega Susana, indicando que entonces no había internet ni redes sociales como hoy, desde donde “al menos se puede denunciar, aunque el mundo no haga caso”.

“A ti te cogía la Seguridad del Estado y desaparecías del mapa. Nadie más sabía de ti. Y, además, lo curioso es que cuando la gente salía de allí, por alguna razón, porque te interrogaban durante meses, y no podían sacarte nada, o porque realmente no habías cometido ningún delito y te tenían que soltar, las personas salían tan traumatizadas, que no volvían a hablar nunca más”, amplía la actriz de 71 años, que tenía siete cuando llegó la revolución y 55 cuando salió de Cuba.

Voz para los que no la tienen en Cuba

Garriga salió de Cuba con 10 años, gracias a que su mamá se ganó la lotería de visas, y no vivió en carne propia esa experiencia. Pero sí la conoce muy de cerca. Su hermano, que se quedó en Cuba y a quien no pudo ver durante 16 años, fue llevado a la estación de policía durante los días de las protestas masivas del 11 de julio del 2021. Le advirtieron que no se lanzará a la calle, porque le retirarían el pasaporte. Y como si la amenaza no fuera suficiente, le pusieron vigilancia frente a su casa en Pinar del Río para que no se le ocurriera salir.

“Mi hermano me mandaba mensajes de que saliéramos a la calle aquí por los que estaban en Cuba y no podían hacerlo”, dice Garriga, confesando que “siente un poco de responsabilidad por los que no tienen voz en la isla”.

Esa vigilancia permanente, que trasciende las épocas, es uno de los aspectos que dan vigencia a una obra que transcurre en 1962 durante la Crisis de los Misiles.

La recreación del Presidio Modelo –una prisión panóptica en la que un guardia desde una torre central pretende vigilar a todos los prisioneros– tiene ecos de Jeremy Bentham, Orwell y Foucault. Pero todo ese trasfondo tan filosófico y literario es en verdad el pan de cada día de los cubanos. En la isla la gente camina mirando por encima del hombro, y en su propia casa habla en voz baja cada vez que va a “gusanear” o a criticar a la revolución y a sus líderes.

No por gusto uno de los cortos fílmicos más visto dentro y fuera de Cuba es Monte Rouge, en el que el actor Luis Alberto García le abre la puerta de su casa a los “vigilantes” para que coloquen cómodamente los micrófonos y que graben sus conversaciones sin romper nada. Todos son vigilados, hasta los jerarcas del régimen, como confirman los libros testimoniales de Norberto Fuentes, o recrea la novela de Antonio José Ponte, La fiesta vigilada.

“Madre nunca duda como represora”, confirma Susana. “Ella tiene sus matices, por esa relación maternal, de protección, que tiene con Papo –y por eso la llaman Madre– pero a la hora de reprimir y elegir entre su corazón y sus ideales, o su convicción, no duda jamás”.

Héctor Medina, Dianne Garriga, en una réplica de una prisión de Cuba construida en el Museo Cubano de la Diáspora, con Ariel Texidó y Susana Pérez, en una sesión de fotos sobre ‘Las paredes oyen’.
Héctor Medina, Dianne Garriga, en una réplica de una prisión de Cuba construida en el Museo Cubano de la Diáspora, con Ariel Texidó y Susana Pérez, en una sesión de fotos sobre ‘Las paredes oyen’.

Esa misma manera de proceder es la que tenían los carceleros de Rafael Tomé cuando su familia hacía una dura travesía hasta la isla de Pinos para verlo en el Presidio Modelo.

“Rafael no puede ver a nadie hoy”, dice Ramos que contaba su mamá sobre la respuesta de los guardias, que no se conmovían con el esfuerzo que hacían los familiares para llegar hasta allí y traer algo de comer a los presos.

Quién sabe. A lo mejor sospechaban que el guardia de la torre también los vigilaba a ellos.

Nadie ponía los ojos en Cuba... hasta la Crisis de los Misiles

Todo esto pasaba sin que el mundo supiera mucho de Cuba. “Nadie escuchaba”, es la condena de los presos políticos cubanos y de sus familiares, los de entonces y los de ahora.

Eso lo confirma Bill Schwartz, el actor que representa al disc jockey de una emisora de radio en Miami, que pone los momentos de catarsis humorística en Las paredes oyen. El único que también estuvo en el estreno de la versión en inglés de la obra, The Walls Have Ears, en el Westchester Cultural Arts Center en abril.

Cuba estaba entonces “out of sight, out of mind” para la mayoría de los norteamericanos, cuenta el actor a el Nuevo Herald. “Nosotros sabíamos que algo estaba pasando, pero no creíamos que nos afectaba demasiado”, apunta.

Hasta que estalló la Crisis de los Misiles. Schwartz tenía 10 años y recuerda muy bien el discurso de Kennedy y el temor de sus padres.

“Mañana podría empezar la Tercera Guerra Mundial”, le respondió su madre cuando Bill le preguntó por qué estaban tan preocupados.

El actor Bill Schwartz interpreta a un DJ de una emisora de Miami durante la Crisis de los Misiles en ‘Las paredes oyen’.
El actor Bill Schwartz interpreta a un DJ de una emisora de Miami durante la Crisis de los Misiles en ‘Las paredes oyen’.

Para Schwartz –retirado de la policía de Miami– ha sido una segunda oportunidad en una carrera de actor que dejó hace muchos años, cansado de comer solo sándwich de mantequilla de maní. También ha sido un “viaje en el tiempo” a la música que escuchaba su hermano mayor, la misma que se escucha en la obra, dijo.

Con su voz de actor de película de los años 1950, Bill Kenny –como se llama el DJ que interpreta Bill Schwartz– le aconseja, en inglés, a Fidel Castro y al Che Guevara lo que tantos cubanos querían decirles: “Cuando se afeiten la barba, que ya es hora, sigan con la cuchilla”, dice Schwartz, haciendo el típico gesto de cortar el cuello.

Y el humor no es nada extraño para el cubano. Ha sido una de sus formas, de las pocas que más o menos ha controlado, para burlar la vigilancia del Hombre de la torre.

Las paredes oyen, a partir del 6 de octubre, viernes 7:30 p.m., sabado, 7 y 9 p.m. y domingo, 2 p.m. American Museum of the Cuban Diaspora, 1200 Coral Way, (305) 529-5400, thecuban.org. Para comprar entradas online: https://lasparedesoyen.com/