Cuatro playas salvajes y fuera del radar con menos de diez habitantes en la costa argentina
Los viajes a destinos alternativos son experiencias únicas que transforman cualquier escapada en una aventura inolvidable, si le sumamos a esto el mar y una playa salvaje y deshabitada, el viaje es una exploración a territorios desconocidos con un contacto directo y claro con la costa, su fauna y sus aromas. El litoral marino argentino tiene balnearios masivos que el turismo tradicional hace colapsar durante feriados y vacaciones, sin embargo existe una ruta de playas solitarias donde la paz y la tranquilidad son el guion perfecto para pasar días desconectados del mundo.
Fuera del radar de los turistas que eligen destinos que incluyen días programados con permanentes actividades y agendas completas, un pequeño grupo de aldeas y pueblos de pocos habitantes se recuestan a orillas del mar, estos destinos proponen un viaje inmersivo. Se trata de territorios alejados de centros urbanos a los que se llega a través de caminos perdidos y huellas poco transitadas, todos sin señal telefónica ni de internet y con servicios básicos, pero con lujos que se revalorizan en estos tiempos: cielos estrellados, aire puro, mar de agua cristalina e interminables costas y gastronomía con productos frescos y del día.
Cuatro playas con menos de diez habitantes.
La Chiquita
Partido de Villarino, provincia de Buenos Aires: ocho habitantes
“En la Luna debe haber más pisadas humanas que en nuestra playa”, acostumbra a decir Carina Rabanedo, una de las pioneras en el balneario con 20 kilómetros de costa salvaje y en estado de pureza en la puerta de la Patagonia bonaerense. “Para conocer el paraíso, primero hay que conocer el polvo”, dice Alcides Stach, su esposo y también pionero, refiriéndose a los 70 kilómetros de camino salitroso que se deben hacer para llegar al secreto mejor guardado de la costa meridional de la provincia.
La Chiquita no tiene red eléctrica, el último poste está a 24 kilómetros, pero desde las 20 horas hasta la medianoche se enciende un generador que alimenta algunos focos. Las estrellas iluminan mejor cuando se apagan y el pequeño pueblo queda bajo las guirnaldas estelares. Gran parte de las casas usan pantallas solares, hay proveedurías. El mar es tibio y la playa se desarrolla en una suave pendiente. “Es como si fuera una gran pileta natural”, cuenta Rabanedo.
No hay señal telefónica ni de Internet. Suelen denominarla la playa más solitaria de Buenos Aires, el titulo le sienta bien. Su gran extensión permite una absoluta libertad, al norte se encuentra la Caleta Brightman, una entrada al mar algo más profunda que suele ser un paraíso para los pescadores, y frente a ella, la Isla Verde con el Faro Rincón, tripulado con tres torreros que viven en la más completa soledad. La caída del sol en determinadas épocas del mes suele coincidir con la aparición de la luna, entonces los dos astros se ven al mismo tiempo. “Es un sueño”, agrega Rabanedo.
La Lobería
Provincia de Río Negro: seis habitantes
“Este mar te atrapa”, dice Facundo Albacete, astrónomo y autor del libro El presagio de los neutrinos. Es asiduo visitante de La Lobería, la razón es sencilla: tiene el cielo más diáfano de todas las playas. Sin ninguna contaminación lumínica cercana, las primeras luces están a 60 kilómetros en Viedma. “Mirar esta cielo te hace sentir que el tiempo vale, y te dice: estas vivo”, cuenta.
Otra particularidad del pequeño poblado –son un puñado de casas– es que al bajar la marea la restinga forma piletones naturales que se entibian con el sol. Cristalina y pura, el agua marina provoca la inmediata relajación. La playa está sostenida por altos e imponentes acantilados, murallas naturales que encuadran la postal patagónica. En algunas cuevas viven loros barranqueros.
A La Lobería se llega por la escénica ruta 1, que bordea el Mar Argentino, la única en el país con esta condición, después de pasar el balneario El Cóndor y el Faro Río Negro, el más antiguo del país, siguiendo por el asfalto (que se termina en La Lobería), existen entradas a playas despobladas y vírgenes, como Playa Bonita. Mariscos y pesca del día, ese es menú en el Restaurante proveeduría que está en lo alto del acantilado en La Lobería, sus grandes ventanales ofrecen una panorámica 360 a la costa y al corazón del Golfo San Matías.
También existe un campamento con espacio para motorhomes y con dormís. Muchos se acercan a esta playa porque sienten una energía especial, los ufólogos cuentan que se puede ver un portal a otra dimensión. Para las familias, es el lugar ideal, los piletones son la mejor diversión para los niños. Una escalinata permite bajar a la playa con comodidad. “Es un cielo sin contaminación, es perfecto, la atmósfera está totalmente limpia”, confiesa Albacete. Es un lugar soñado.
Punta Mejillón
Provincia de Río Negro: un habitante
“Tengo la mejor playa del mundo para mi solo, me encanta compartir este secreto”, dice Sergio Méndez, el único habitante estable durante todo el año en Punta Mejillón.
Está a 120 kilómetros de Viedma y la misma distancia de Las grutas. No hay nada a 240 kilómetros a la redonda, con sus vecinos de los campos habla por VHF. Aquí, la experiencia es vivir la misma vida que este ermitaño que encontró la felicidad en la costa. La playa es de arena fina, y hacia el sur, con restinga. En marea baja quedan atrapados meros, pejerreyes, lenguados, cornalitos, erizos de mar, cangrejos y pulpos. Esta es la dieta de Méndez y no puede ser más fresca. Para ser consecuente con su pensamiento, construyó en la planta alta de su casa –a metros del mar- un par de habitaciones que ofrece como alojamiento.
“No tengo muchos lujos, pero hay paz y tranquilidad”, asegura Méndez. Está en lo cierto, la playa no tiene ninguna presencia humana, excepto la de él y la de los aventureros que llegan a este paraíso patagónico desconocido. No hay agua potable en el lugar. Una vez cada quince días llega un camión cisterna con 6000 litros para un puesto de guardafaunas (están a cargo de la vecina Reserva Natural Caleta de los Loros) Méndez lleva 100 litros a su casa y luego va buscando.
La naturaleza muestra su energía con los médanos, que están vivos. Se intentó hacer un pueblo, pero gran parte de las casas quedaron bajo la arena. También es conocido este lugar como Pozo Salado, y hace referencia al agua salobre que nace de la napa. En la costa es posible ver pisadas petrificadas de la llamada “Ave del Terror”, o Kelenken, fue el ave predatoria más grande jamás conocida y algunos aseguran la última evolución de los dinosaurios en la tierra. ¿Qué hacer en un lugar que lo tiene todo? “El mar, él es el protagonista, y si lo miras fijo, te habla”, confiesa Méndez.
Existe un camping muy agreste, el único servicio es el agua potable, la playa y su inagotable belleza. Aquí hay que venir con provisiones, y combustible ya que no hay ningún comercio. “Estás en otro mundo”, confiesa Méndez.
Cabo Raso
Provincia de Chubut: dos habitantes
“Estás atento a todos los silencios de la mar”, dice Eliane Fernández. Junto a su esposo tuvieron una idea maravillosa: darle vida a un pueblo fantasma. Cabo Raso se fundó en 1900 y llegó a tener 300 habitantes, fue un puerto natural, tuvo comercios y mucha actividad, está sobre una bahía dilatada con buena profundidad.
La ruta 1 lo cruza, sin embargo cuando se asfaltó la ruta nacional 3, el pueblo cundió en el abandono. En 1985 falleció la última habitante, que atendía un almacén marino y se quedó sin pobladores. El matrimonio restauró la vieja hostería de 1902 y algunas de las casas y las transformó en el Refugio Natural El Cabo. La experiencia es una desconexión absoluta con el mundo. No hay señal telefónica ni de Internet en docenas de kilómetros a la redonda.
“Esto es un lujo”, reafirma Fernández. El plan es sencillo y emancipador: disfrutar de una conexión directa y profunda con el mar y una playa salvaje. Es la Patagonia profunda. El pueblo más cercano es Camarones, a 80 kilómetros. El agua potable la traen desde Trelew, la energía es solar y las opciones de hospedaje son en la hostería, con un diseño interior impecable con muebles de época, en las casas de los antiguos pobladores y en un camping agreste.
Una rareza: en el pueblo existe un búnker que la Fuerza Área instaló en los años posteriores a la guerra de Malvinas, desde aquí se pensó lanzar el misil Condor II que podía llegar a las islas. Hoy, es posible dormir en él. La gastronomía es sencilla: “Lo que tenemos ese día, es lo que se come”, dice Eliane. Grandes salmones salvajes eligen la bahía y la dieta se basa en lo que el mar provee. “Acá te desconectás de todo para conectarte con vos”, confiesa Fernández.