El cuarto aniversario del inicio de la pandemia de COVID

El exterior del Teatro Paramount en Seattle, el 13 de marzo de 2020. (Andrew Burton/The New York Times)
El exterior del Teatro Paramount en Seattle, el 13 de marzo de 2020. (Andrew Burton/The New York Times)

Hace cuatro años, la sociedad comenzó a experimentar los cierres.

Poco después del mediodía (tiempo del este de Estados Unidos) del 11 de marzo de 2020, la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró a la COVID-19 (o “el coronavirus”, en ese entonces el término más popular) una pandemia. Las acciones bursátiles se desplomaron por la tarde. En el transcurso de solo una hora esa noche, el entonces presidente Donald Trump dio un mensaje desde el Despacho Oval sobre la COVID, Tom Hanks publicó en Instagram que estaba infectado con el virus y la NBA anunció que cancelaba el resto de su temporada.

Fue un miércoles y miles de escuelas cerraron para el final de esa semana. Los lugares de trabajo también cerraron. La gente se lavaba las manos con frecuencia y tocaba codos para saludar, en vez de estrechar las manos (aunque los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades [CDC, por su sigla en inglés] continuaron desalentando el uso extendido de cubrebocas durante varias semanas más).

La peor pandemia en un siglo había empezado.

A continuación, una actualización sobre cómo está la situación en el cuarto aniversario no oficial de la pandemia.

El verdadero daño

La cifra confirmada de muertes por COVID (más de siete millones de personas en todo el mundo) es terrible en sí misma y el número verdadero es mucho peor. The Economist mantiene una estimación actualizada de exceso de mortalidad, definido como el número de muertes superior al que se esperaba con base en las tendencias pre-COVID. El total global se está aproximando a los treinta millones.

Esta cantidad incluye tanto las muertes por COVID confirmadas como las no diagnosticadas, las cuales han sido comunes en los países más pobres. Incluye muertes causadas por las afectaciones pandémicas, tales como citas médicas omitidas que pudieron haber evitado otras enfermedades. El aislamiento por la pandemia también generó un incremento repentino de malestares sociales en Estados Unidos, incluyendo aumentos en los fallecimientos por consumo de alcohol y drogas, así como colisiones de vehículos y asesinatos.

A nivel global, la COVID se clasifica entre los peores asesinos desde 1900. Por ejemplo, se estima que el sida ha matado a alrededor de 40 millones de personas, pero a lo largo de medio siglo en lugar de tan solo cuatro años. La influenza de 1918 causó el deceso de alrededor de entre veinte y cincuenta millones de personas.

Entre los países de altos ingresos, Estados Unidos tiene uno de los saldos de muertes por COVID más altos. La tasa de exceso de mortalidad en ese país, como destaca un estudio realizado por Jennifer Nuzzo y Jorge Ledesma de la Universidad Brown, ha sido mucho más alto que en Canadá, el Reino Unido, Alemania, Francia, España, Suecia, Dinamarca, Japón, Corea del Sur o Australia.

Además de las muertes por el virus, la COVID persistente (que los científicos todavía no comprenden) ha afligido a muchas personas.

COVID republicana

La pandemia ha sido tan terrible en Estados Unidos debido a múltiples razones. Nuestro sistema médico está disperso y es excepcionalmente caro. Aquí fue difícil encontrar pruebas de detección de COVID. Además, Estados Unidos fracasó en proteger a muchos residentes de asilos para ancianos, quienes son vulnerables debido al extremo sesgo etario de los efectos de la COVID.

No obstante, el mayor problema durante los últimos tres años ha involucrado las vacunas.

En un principio, muchos estadounidenses de escasos recursos, así como estadounidenses negros y latinos, no podían encontrar con facilidad las vacunas. El gobierno de Biden resolvió en gran medida esos problemas de acceso en 2021. Sin embargo, entonces surgió un nuevo contratiempo: muchos estadounidenses, en especial los conservadores políticamente, eran escépticos con respecto a las vacunas a pesar de la evidencia abrumadora de su efectividad.

Hasta estas fechas, más del 30 por ciento de las personas que se identifican a sí mismas como republicanas no han recibido ninguna dosis de la vacuna contra la COVID, en comparación con menos del 10 por ciento de las demócratas.

Antes de que las vacunas estuvieran disponibles, el saldo de muertes acumulado era similar en el Estados Unidos republicano y en el demócrata. Aunque el Estados Unidos demócrata usó cubrebocas con mayor frecuencia, cerró escuelas y permaneció en casa durante mayor tiempo, esas medidas resultaron ser menos exitosas de lo que muchos liberales creyeron.

¿Por qué? Los cubrebocas sí funcionan. Sin embargo, los mandatos respecto a su uso por lo general no tienen muchas repercusiones a lo largo de periodos extendidos. La gente simplemente no las portará todo el tiempo en público durante meses. ¿Recuerdas lo absurdo de los restaurantes en los que se usaba el cubrebocas mientras caminabas a tu mesa (y después te lo quitabas para comer)?

Aunque muchos liberales exageraron el valor de las restricciones pandémicas, tenían razón acerca de las vacunas. Después de que estas estuvieron disponibles, se abrió una enorme zanja partidista en muertes por COVID. Incluso en la actualidad, cuando la mayoría de los estadounidenses ya han tenido el virus y, como resultado, han adquirido inmunidad natural, las personas sin inoculaciones están en mucho más riesgo.

Consideremos que alrededor del 95 por ciento de las hospitalizaciones recientes en Estados Unidos relacionadas con la COVID se han registrado entre personas que no habían recibido una vacuna actualizada.

Debido a que muchos republicanos siguen sin vacunarse, la zanja partidista en el saldo por COVID ha continuado ampliándose durante el último año.

Los costos indirectos

Para muchos estadounidenses jóvenes, el saldo más grande por la COVID ha provenido de los costos indirectos.

Los seres humanos son criaturas sociales y la disrupción y el aislamiento de la pandemia generaron problemas de los que todavía no nos hemos recuperado. Algunos de los males mencionados anteriormente (tales como las muertes vehiculares y los asesinatos) se han desplomado en comparación con las cifras altas por la COVID, pero permanecen más altos que en sus niveles prepandémicos.

Entre los costos más elevados se encuentra el de la pérdida de aprendizaje. Los estudiantes han comenzado a recuperarse de algunas de las pérdidas pandémicas por los prolongados cierres escolares, pero todavía queda un largo camino por recorrer en la mayoría de los estados.

Hace cuatro años, nuestro mundo cambió. Como sociedad, no estamos ni cerca de la recuperación total.

c.2024 The New York Times Company