Cuando Cuba y EEUU negaron la entrada a refugiados judíos que huían del nazismo

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1939 comenzó con gran parte del planeta criticando las actitudes antisemitas del Tercer Reich y poniendo en tela de juicio la conveniencia y validez del nazismo, después de que muchos líderes de otros países y prensa internacional hubiesen vanagloriado y prácticamente alzado a los altares a Adolf Hitler.

El Führer necesitaba hacer una campaña en la que mejorase su imagen exterior y más desde que tuvieron lugar los acontecimientos conocidos como ‘la noche de los cristales rotos’, en los que más de 30.000 ciudadanos judíos sufrieron una serie de ataques y detenciones la noche del 9 de noviembre de 1938.

Joseph Goebbels, ministro de propaganda durante la Alemania nazi, diseñó una campaña que ayudaría a mejorar la visión que tendrían de ellos, pero era un plan que comportaba una trampa con la que aprovecharía a desacreditar a los Estados Unidos. Para ello necesitaba contar con un tercer país que le ayudase, indirectamente, en su pérfido propósito: Cuba.

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El Tercer Reich logró llegar a un acuerdo con algunos altos funcionarios del gobierno del presidente cubano Federico Laredo Brú para que éstos, a través de la embajada en Berlín, emitiesen visados para cerca de un millar de personas que viajarían a la isla caribeña a bordo del trasatlántico MS Saint Louis que zarparía del puerto de Hamburgo el 13 de mayo de 1939.

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En la embajada se expidieron un total de 937 visados, todos ellos autorizados por el Director General de la oficina de inmigración de Cuba, Manuel Benítez González, un oscuro personaje fácilmente sobornable y que se había embolsado una suculenta suma al hacer pagar a cada persona la suma de 150 dólares. Todo ello sin contar que cada viajero tuvo también que desembolsar alrededor de 1.000 marcos alemanes por el pasaje del barco. Esto provocó que la inmensa mayoría de los que viajarían lo harían con lo puesto pues habían familias completas que debieron vender todas sus pertenencias para pagar todo esto.

Goebbels realizó una campaña propagandística a través de la prensa anunciando el viaje y mostrando al mundo cómo eran de permisivos al facilitar la salida de las personas que no querían vivir en el país, Además el viaje lo realizarían con todo tipo de comodidades, en uno de los buques más lujosos y con una tripulación que estaría a la disposición de los viajeros.

Todo parecía muy idílico, pero la trampa urdida por los nazis se pondría en marcha en cuanto el barco zarpase.

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Un nutrido grupo de nazis se encontraba en la Habana a la espera de recibir instrucciones y poner en marcha una campaña antisemita en Cuba, la cual se centraría en convencer a la población de lo inconveniente que era dar acogida a los judíos que iban de camino a la isla. Sobornaron a un gran número de periodistas cubanos que publicaron artículos alarmistas y en los que se posicionaban claramente en contra de la llegada de los refugiados.

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Por otra parte, también se convenció al presidente Laredo para que limitase la admisión de refugiados, ya que éstos llegarían sin dinero y, por tanto, tendría que hacerse cargo de ellos las arcas públicas cubanas.

Esto motivó para que desde la presidencia de la República de Cuba se aprobase el ‘Decreto 937’ (por el número de personas que viajaban a bordo del MS Saint Louis) en el que se limitaba la entrada de refugiados, se anulaba los visados expedidos desde la embajada de Berlín y solo se dejaría desembarcar (y dar un nuevo visado) a aquellos que pudiesen hacer frente al pago de 500 dólares (por persona).

Mientras tanto, los viajeros del MS Saint Louis ignoraban por completo todo esto, a excepción de un pequeño comité que había creado a bordo el capital Gustav Schroeder que hizo todo lo que estuvo en su mano para que los refugiados fuesen acogidos en Cuba.

El 27 de mayo llegó el buque al puerto de la Habana, pero se le negó el desembarco de ningún pasajero a excepción de 29 que sí pudieron hacer frente al pago de los 500 dólares exigidos. Tras unos días fondeados a escasas millas del puerto, finalmente el capitán Schroeder decidió zarpar poniendo rumbo a Florida, con la esperanza de que el gobierno del presidente Franklin D. Roosevelt permitiese la entrada a los Estados Unidos de los refugiados que seguían en el barco.

Pero Roosevelt, en plena campaña de reelección, no recibió el respaldo suficiente para poder autorizar el desembarco en su país.

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Estados Unidos comenzaba a recuperarse lentamente de la Gran Depresión y debía limitar la entrada de inmigrantes y refugiados, aunque estos se encontrasen en peligro de morir si volvían a sus países, como era el caso de los judíos que viajaban MS Saint Louis.

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Al capitán Schroeder no le quedó más remedio que volver a poner rumbo a Alemania el 5 de junio y muchas fueron las gestiones que realizó durante los días de navegación para conseguir que algún país los acogiese antes de llegar a Hamburgo, donde sabían que la mayoría de viajaban a bordo sería hechos prisioneros y enviados a campos de concentración.

Gracias a la insistencia del capitán y los trámites realizados por un comité estadounidense de ayuda al pueblo judío, finalmente se consiguió que cuatro países acogieran a los refugiados y se los repartieran: Reino Unido, Francia, Países Bajos y Bélgica.

El trasatlántico atracó en el puerto de Amberes el 17 de junio, pudiendo desembarcar los viajeros (que iban exhaustos tras más de un mes navegando y toda la tensión acumulada).

Lamentablemente, tras el estallido de la IIGM, dos meses y medio después, hizo que la inmensa mayoría de refugiados estuvieran en países que fueron invadidos por los nazis y acabaran en campos de concentración. Fallecieron más de doscientos.

Fuentes de consulta e imagenes: jewishvirtuallibrary / US Holocaust Memorial Museum

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