La cotidianeidad de tres chicas trans en escena

Una experiencia de teatro documento. Un proceso creativo que nació en la frontera norte entre Uruguay y Brasil y que da visibilidad a tres muchachas trans que viven en una ciudad pequeña, en la que se habla "portuñol"; allí la iglesia evangélica ha comenzado a tener una fuerte influencia y donde, además, hay un alto índice de femicidios. Ese universo es el que ha provocado la creación de la dramaturga y directora uruguaya Marianella Morena para concebir su último proyecto creativo. Se denomina Naturaleza trans y podrá verse, en el marco del FIBA, el próximo lunes y martes en Dumont 4040.

Morena es una de las voces más intensas que ha dado el teatro uruguayo en la posdictadura y que ha ido consolidando una carrera muy destacada tanto a nivel nacional como internacional. Compañera de ruta de creadores como Mariana Percovich, María Dodera y Sergio Blanco ellos han modificado y mucho el campo teatral de Montevideo con propuestas siempre muy diferentes.

En Buenos Aires su producción ha trascendido a través de experiencias como Trinidad Guevara, Las Julietas, No daré hijos, daré versos. El año pasado formó parte de la programación internacional del Teatro San Martín con su espectáculo Rabiosa melancolía.

Naturaleza trans, interpretada por Alisson Sánchez, Nicole Casaravilla y Victoria Pererira, es un proyecto que creció en el seno de una plataforma denominada Campo abierto. Una residencia de artistas dedicada a estimular y promover la práctica y el pensamiento creativo dentro de áreas como la educación, la cultura, el arte y la tecnología como herramientas que posibiliten el desarrollo social. Tiene su sede en la ciudad de Rivera, frontera con Santana Do Livramento, Brasil.

Marianella Morena llegó al lugar en julio de 2018. Por entonces su idea no era definir un espectáculo. "Lo único que existía -cuenta- era la intención de encontrarnos y ver qué tipo de diálogo podíamos generar, sin que estuviera establecido un proyecto final. Antes hay que conversar, encontrar idioma común, convivir, horizontalizar. Así que de entrada, lo primero que pedí fue conversar. Mirarnos las caras, contarnos qué pensamos acerca de qué es ser hombre y qué es ser mujer, y luego como se deriva la charla y hacia donde nos lleva. Tomar mate, o café o té, bailar, escuchar música, ir a la casa del vecino a buscar gallinas, probar cosas, caminar por el campo, sentarnos en el monte. Encontrarnos a través de situaciones, elaborarlas, editarlas, ver qué sobrevive".

Lo primero que remarcó la creadora fue que no habría personajes ni una obra de teatro a representar. Tampoco le interesaban los resultados. Necesitaba que sus intérpretes confiaran en el proyecto y que entre todas pudieran lograr un intercambio entre el relato testimonial y el uso de la herramienta teatral. Las formas de trabajo se fueron dando a distintas horas, tanto en el espacio doméstico, como en el campo o en el lugar de ensayo. "Eliminé lo predeterminado, lo rígido - aclara Morena-. Cuando surgía un relato poderoso, lo procesábamos en texto, iba quedando seleccionado. Los testimonios no siempre aparecían cuando estábamos puntualmente en el momento de creación, a veces sucedían en los dormitorios o conversando al lado de una chimenea".

-¿Cuáles son los temas que fueron asomando en los relatos de las muchachas y cómo vivían ellas esta posibilidad de que sus anécdotas se convirtieran en una propuesta espectacular?

-El primer día hablamos desde qué pensábamos sobre lo masculino y femeninos, construcciones, biología, elecciones, la testosterona y el estrógeno, qué cambia, qué se necesita cambiar para ser lo que se desea ser, qué se acepta de lo propio y qué se incorpora. Hablamos también sobre que no haríamos una "obra de teatro" con personajes, sino que buscaríamos entre nosotros el lenguaje, la forma, y elegiríamos los contenidos.

- En 2012, en Antígona Oriental, su dramaturgia cruzaba la historia de Antígona con un coro de veinte mujeres víctimas de la dictadura militar. Lo testimonial ahí potenciaba mucho el proyecto. Lo testimonial o documental no es frecuente en su producción. ¿Le resulta complejo adaptarse a esos procesos?

- Es verdad, trabajé con Antígona y ahora con Naturaleza Trans, son proyectos muy puntuales, transversales, que dicen lo que dicen, pero dicen más que lo concreto: nos interpelan. Nos desplazan de nuestro lugar de ciudadano tranquilo, con las emociones bien ubicadas, con las estéticas organizadas como deben ir, y nos incomodan. Cuando escribí y trabajé sobre Antígona Oriental, era mi ubicación como artista que atraviesa varias líneas para ver si se puede sobrevivir o no a la ficción, la vanidad, el discurso y el otro, ese otro lejano y cercano con su peripecia, que también soy yo. No hay distancias, no las hay. En este trabajo, luego de un total de tres residencias, donde convivimos en el medio del campo compartiendo jornadas de trabajo, de ensayo, creación, pero también de un espacio doméstico, comiendo juntas y bailando a la luz de la luna, nos dio otra forma de pensar y hacer, que no empieza y termina en un lugar, un texto, una escena, un cuerpo, un nacimiento. Las fronteras son múltiples, y la más grande es la de los prejuicios.

- Los temas a los que recurre en sus creaciones son muy disímiles, en general. Le provoca Trinidad Guevara o Delmira Agustini (No daré hijos, daré versos), releer Romeo y Julieta (Las Julietas) o Un enemigo del pueblo, de Henrik Ibsen, o un texto de Florencio Sánchez ¿Cómo es ese proceso de encontrar aquello que puede disparar una obra en determinado momento social y político en Uruguay?

-No sigo un patrón, un modelo o una fórmula, intento no estar pendiente sobre lo que sé, y que lo acumulado sea una fuerza viva, aliada, la creación también puede ser un espacio de generosidad con el otro, sin que sea una renuncia a la experimentación. Creo en la resignificación que tiene el arte en este tiempo, porque dialoga muchas lenguas.

Nauraleza trans

Lunes 27 y martes 28, a las 22.

Dumont 4040, Santos Dumont 4040.