Contemplemos a J. Lo: ¿va en serio?

Nadie que termine en un concurso llamado: “¿Cuál es el momento más extraño en esta cosa reciente de J. Lo?”, debería preocuparse. No hay respuestas equivocadas.

Los segmentos en los que Fat Joe interpreta a la doctora Melfi del Tony Soprano de Jennifer Lopez son tan desconcertantes como las demasiadas escenas en las que Jane Fonda, Trevor Noah, Keke Palmer, Post Malone, Kim Petras y Neil deGrasse Tyson (para elegir solo 6 de una docena de nombres) representan a unos signos astrológicos en constante disputa. Ninguna de estas personas parece haber estado en el plató al mismo tiempo. Las únicas actrices que comparten pantalla de manera persuasiva son Jenifer Lewis y Jenifer Lewis, y eso solo porque interpreta a Géminis.

Hay una escena sobre una boda rápida en torno a la canción “Midnight Trip to Vegas” (“Viaje de medianoche a Las Vegas”), pero el novio ya entregó personalmente la invitación de Lopez. Es un viaje de medianoche a Las Vegas, pero primero hace una parada en lo que podría ser Westeros, Temiscira o “The Cell”. Menos olvidable es ver a nuestra estrella, con una camiseta sin mangas y calentadores de codo hasta el cuello, maniobrando una especie de bola de demolición para evitar un desastre en una central eléctrica.

Lopez ha titulado estos 53 minutos (y una secuencia de créditos adicional de más de 10 minutos) “This Is Me... Now: A Love Story”. Lo estrenó en Amazon, junto con un álbum de canciones nuevas, algunas de las cuales aportan material para el componente visual. El disco es un bufé regular de sonidos que suelen llamarse contemporáneos o urbanos: música que podría haber sido producida en cualquier momento de los últimos 25 años, lo que no es lo mismo a calificarla de atemporal. Lopez nunca ha formado parte de algún tipo de vanguardia. Suele llegar a una tendencia musical justo después de su fin; y eso puede dejarla varada tal como en este proyecto.

Para “This Is Me… Now: A Love Story”, dirigida por Dave Meyers, ella le da a ese “justo después” un acompañamiento cinematográfico frenético y todo su físico. Además de coescribir el guion, Lopez se arriesga y asume el papel de lo que con razón se puede llamar “yo”, una cazadora de maridos encarcelada en escenarios de videos musicales tan metafóricos como la “casa de cristal” y la “fábrica del amor”. En ese segundo escenario, Lopez y dos docenas de compañeras de trabajo vestidas con overoles realizan una coreografía hidráulica electrocutada mientras el corazón gigante de la operación, que solía estar dañado, vuelve a la vida y arroja positividad radiactiva. Estas son las únicas escenas vagamente satisfactorias. Si lo insípido, la creación de parábolas y el caos de todo lo demás no logran cohesionarse en verdadera belleza u horror creíble, entonces que se venga lo kitsch. Damas y caballeros: ¡Jennifer Lopez y sus bailarinas Oppenheimer!

En la narración de apertura de la película, Lopez habla de un cuento popular puertorriqueño sobre dos amantes cuyos destinos condenados la transforman a ella en una rosa y a él en un colibrí. ¿Está él condenado a pasar la eternidad buscando la flor adecuada? ¿Quién es Lopez en este cuento de hadas? Nadie lo sabe, ni el doctor Joe, ni su zodiaco de celebridades, ni ella (“Ni siquiera yo me entiendo”) ni su grupo de amigos. Su preocupación por sus divorcios y nuevos matrimonios provoca una intervención que humilla su lujuria y la envía al grupo de Adictos al Amor Anónimos, donde la espera una gran cantidad de baile con sillas, a la Janet Jackson.

Hay que reconocérselo: Jennifer Lopez no es mezquina. Esta es una artista decidida a entretener. Cantará, bailará y actuará cualquier cosa, incluso temas como el abuso doméstico (la canción “Rebound” tiene lugar en esa casa de cristal) y el defecto espiritual (“Broken Like Me” es lo que suena en Adictos al Amor Anónimos). Este tipo de generosidad no debería darse por sentada. ¿Quién más con este nivel de fama se atrevería a exponer todos sus supuestos problemas románticos de esta manera, no como excentricidades sino como patologías? Hay todo un número musical (ambientado como un sueño en su ciudad natal del Bronx) que muestra a Lopez cantando una balada junto a la niña actriz que interpreta a su versión más joven, descontenta y angustiosamente sucia, y ambas pronuncian apasionadamente la letra de la poco memorable canción central. Bien se podría pensar que estas dos estaban cantando “El ciclo sin fin” de “El rey león” a todo pulmón.

Lopez no hace guiños de complicidad. Esta personificación no es un juego. Y menos mal. Nos viene captando la atención desde hace 30 años. Sin embargo, nunca ha sido endiosada. Nunca hemos tenido el estrés de evaluar constantemente su inflado valor institucional porque dichas instituciones, en general, la han ignorado. Lopez asiste a ceremonias de premios a pesar de perder siempre de forma muy notoria. Ella simplemente sigue adelante. Y como no tiene que cargar con las cruces de la guerra cultural que llevan artistas como Taylor Swift y Beyoncé, uno pensaría que lleva una carga más ligera.

"This Is Me… Now” fácilmente podría haber sido diseñado como un regalo puro de San Valentín para su actual esposo, Ben Affleck; el disco deja espacio para uno, “Dear Ben, pt. II”. En cambio, a Affleck se le puede encontrar ladrando bajo capas de maquillaje como un trol de noticias por cable. ¿Por qué no tenerlo a él —o a alguna otra estrella— junto a ella en un buen drama romántico en lugar de lo que se puede ver a Lopez haciendo aquí, acurrucada en un enorme sofá articulando los diálogos de Barbra Streisand en “Nuestros años felices”? La desgarradora seriedad de Streisand podría ser la de Lopez. Ella comparte el autodeterminismo artístico que encarna Streisand, pero opta por tratar esa fuerza como si fuera un karaoke.

Como administradora de su propia imagen, Lopez quizá no crea que alguna vez haya merecido alivio, estabilidad, felicidad, una ducha. Ella, como dice aquí, es simplemente una luchadora con un “corazón inquieto”. Esforzarse mucho es lo que sabe hacer. El aspecto más fascinante de los recientes anuncios publicitarios de Affleck Dunkin' (bueno, uno de los aspectos fascinantes) es que el idiota de Boston que Affleck interpreta se encuentra haciendo una audición para ella, dando lo mejor de sí, de manera entrañablemente vergonzosa, para dejar una buena impresión musical. Ese tipo sabe lo que el doctor Joe y el zodiaco de celebridades no saben. El valor y la dignidad podrían ser el lenguaje del amor de Lopez.
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La triste noticia es que nada en “This Is Me… Now” es tan entretenido o divertido como esos comerciales. Este proyecto no parece haber acercado a Lopez a la serenidad o la ligereza. Es una ocasión para trabajar aún más. Repito: ella decide interpretar, junto a un grupo de mujeres, a una trabajadora en una fábrica del amor literal, y las condiciones son peligrosas. No importa cuán poderosa y juguetona parezca Lopez sobre el escenario en vivo —en Las Vegas o en las escenas del concierto de su comedia romántica de hace dos años, “Cásate conmigo”, o durante su espectáculo de medio tiempo del Supertazón de 2020 con Shakira— muy a menudo luce insegura en las películas, indecisa sobre qué tan grande o pequeña, silenciosa o radiante debe ser. Parece estresada, tal vez incluso neurótica. (También ha puesto su yo ficticio en el sofá de un psiquiatra). De un artista en vivo, lo que quieres es una fuerza insaciable. Estás pagando por ver a una fuerza de la naturaleza de categoría 5. Pero un actor necesita al menos algunas escenas de descanso creíble, y en la pantalla, Lopez rara vez logra transmitir paz de manera confiable.

En cambio, parece obligada a mostrarte que está trabajando. Los dos grandes papeles cinematográficos de Tina Turner —en “Tommy” y “Mad Max: más allá de la cúpula del trueno”— se construyeron en torno a la intensidad de sus conciertos en vivo. Nadie ha logrado hacer lo mismo con Lopez. Su mejor momento como actriz llega a pocos minutos del comienzo de “Estafadoras de Wall Street”, de 2019, cuando le muestra a Constance Wu cómo diseñar un baile en barra seductor. Sus décadas de trabajo escénico se cristalizan en una cálida y conocedora exhibición de pedagogía del mundo del espectáculo. Esa sensación de distensión y autodeleite, de sabiduría, es inusual (incluso, en última instancia, en “Estafadoras de Wall Street”). Cuando Beyoncé exploró el amor-dolor, llamó a su proyecto “Lemonade”. Cuando Lopez lo hace, el desamor se convierte en cardio, mucho sudor, sufrimiento, boxeo y jadeo. Admiras cuán en forma está su cuerpo tanto como lamentas su descontento emocional. Es “Lululemonade”.

En cierto momento, Lopez intenta evocar “Cantando bajo la lluvia” de Gene Kelly, y su compromiso me conmovió. También es desconcertante. Toda la minipelícula es un homenaje ligero al viejo Hollywood y la permanencia de sus imágenes. También es un autosaludo a Lopez y a su propia longevidad. Pero hay algo en su aguacero. Por un lado, hay demasiada agua. Está empapada. Sin embargo, Lopez sigue adelante, con la alegría como suplicio, completamente vestida pero audazmente expuesta. Observas su visión de perseverancia y se siente demasiado severa.

c.2024 The New York Times Company