¿Cómo el “blanco” se convirtió en una metáfora de las cosas buenas?
Poco después de la muerte de George Floyd, uno de mis amigos me envió un mensaje de texto diciendo que Floyd no era necesariamente una mala persona, pero agregó que “tampoco era blanco como el lirio” refiriéndose a las épocas que pasó en prisión.
Luego leí un artículo en The New York Times escrito por Chad Sanders en el que notó que su agente canceló una reunión con él porque se había sumado al “Día de apagón” en reconocimiento a los hombres y mujeres afroamericanos que fueron brutalizados y asesinados.
En el primer ejemplo, el blanco representa la pureza y moralidad. En el otro, el negro representa la nada o la ausencia, una metáfora similar a la del “agujero negro”.
Este tipo de metáforas lingüísticas, habituales en nuestro discurso cotidiano, han sido el epicentro de mi investigación.
Después de “tiempos oscuros” vendrán “días más luminosos”. Cuando optamos por un trabajo, queremos estar en la lista blanca, no en la lista negra. Los sombreros negros son los hackers malos y los sombreros blancos, los buenos. Las mentiras blancas son aceptables, pero no queremos que nos pongan una mancha negra en nuestro currículo. En los libros ilustrados, las personas buenas, los ángeles y los dioses se visten de blanco mientras que los villanos, los demonios y la Parca se visten de negro.
Por supuesto, hay excepciones: preferimos estar “en negro” que en “números rojos” cuando hablamos de estados financieros. Pero en sentido general, la delimitación es bastante consistente.
¿Cómo se forman esas metáforas lingüísticas? ¿Contribuyen a perpetuar el racismo?
Procesar un mundo complicado
Los lingüistas cognitivos George Lakoff y Mark Johnson propusieron una teoría según la cual las metáforas son una herramienta cognitiva que les permite a las personas comprender lo que no pueden ver, saborear, oír, oler o tocar. Nos ayudan a comprender conceptos complejos y abstractos a través de paradigmas más simples y tangibles.
Esas metáforas se forman a medida que las personas adquieren experiencia en el mundo físico. Por ejemplo, el concepto abstracto de “poder” está conectado con el concepto más concreto de altura, tal vez porque, de niños, vimos a los adultos como más altos y poderosos. Luego llegamos a la adultez, pero seguimos asociando implícitamente la altura con el poder. No aplica solo con las personas o los edificios altos. En múltiples estudios, los participantes consideraron que los símbolos que representan a personas o grupos son más poderosos si aparecen en una posición más alta en una página en comparación con otros símbolos.
En mi investigación junto a otros científicos del comportamiento, Luca Cian y Norbert Schwarz, descubrimos que la posición vertical también tiene una asociación implícita con la emocionalidad y la racionalidad.
Si algo está en la parte superior de una página o una pantalla, tendemos a percibirlo como más racional, pero si algo está en la parte inferior, parece más emocional. Una razón puede ser que metafóricamente tendemos a conectar el corazón con la emoción y la cabeza con la lógica, y en el mundo físico nuestra cabeza está encima de nuestro corazón.
Infundirle significado al color
De un modo análogo, la nieve fresca y el agua limpia son blancas o transparentes, mientras que el agua contaminada se vuelve marrón y luego negra. El día también es luminoso y relativamente más seguro, pero la noche es oscura y más peligrosa. En ese contexto, comenzamos a elaborar metáforas conceptuales o conexiones subconscientes entre el color y la bondad.
Los experimentos han documentado la existencia de esa relación.
Por ejemplo, los psicólogos Brian Meier, Michael Robinson y Gerald Clore demostraron en una investigación que el color blanco está implícitamente relacionado con la moralidad y el color negro con la inmoralidad.
En otro estudio, les pidieron a los participantes que evaluaran ciertas palabras como positivas o negativas. Las palabras se mostraban en letra negra o blanca en una pantalla de computadora con un programa que medía la velocidad de la clasificación.
Los participantes evaluaron las palabras con un significado positivo como “activo”, “bebé”, “limpio” y “beso” más rápido cuando se mostraban con una fuente blanca en lugar de negra. Por otro lado, clasificaron las palabras con un significado negativo, como “torcido”, “enfermo”, “tonto” y “feo” más rápido cuando aparecían en letras negras.
El factor raza
¿Podría algo tan simple como la relación entre color y bondad generar prejuicios raciales?
En los estudios anteriores sobre la bondad, los colores blanco y negro estaban relacionados con lo bueno y lo malo. Por otra parte, las pruebas implícitas sobre sesgos raciales buscan una conexión entre la bondad y los rostros blancos y negros.
Hay una diferencia sutil pero importante. Los tests de raza sobre los sesgos implícitos detectan el prejuicio hacia las personas negras. Por tanto, además del color de la piel también captan las reacciones a otras diferencias en la apariencia física, desde el cabello hasta la estructura facial, junto a cualquier tipo de animosidad que uno haya albergado anteriormente. Aun así, resulta evidente que la asociación entre bondad y color es un factor que influye en los prejuicios raciales.
¿Podemos cambiar esas metáforas conceptuales tan arraigadas en nuestro discurso cotidiano? ¿Qué pasaría si escribiéramos que algo es tan puro como los ojos más negros, tan suntuoso como el cabello más oscuro o tan sofisticado como un vestido negro?
¿Qué pasaría si los dioses y los héroes estuvieran vestidos de negro y los villanos de blanco?
¿Qué pasaría si, como señaló Muhammad Ali en una entrevista de 1971, tuviéramos un diablo del color de la vainilla y un ángel de chocolate negro?
Las metáforas no son férreas. Es posible cambiar conscientemente la forma en que escribimos, dibujamos, diseñamos disfraces o preparamos pastelería. Con el tiempo, quizás eso podría erosionar gradualmente algunos de nuestros prejuicios implícitos.
Este artículo fue publicado originalmente en Yahoo por The Conversation.