La comedia griega que retrató a Sócrates
La comedia Las nubes se estrenó en Atenas en el año 423 a. e. c. y ganó el tercer premio de un certamen musical en honor a Dionisio. Quizá por no haber quedado el primero, su autor, Aristófanes, revisó parcialmente el texto unos años más tarde y lo que leemos hoy en las ediciones modernas corresponde a esa revisión, no al original.
Las nubes es fascinante por muchas razones. Sus canciones líricas son espléndidas. Su trama nos parece diabólicamente moderna. Y todo el saber del momento deviene el contenido principal del espectáculo: Aristófanes sube a los sabios a la escena del teatro, y el sabio más importante del grupo es ni más ni menos que Sócrates.
Es costumbre estudiar a Sócrates, quien no escribió nada, leyendo los textos de Platón y Jenofonte, escritos después de su muerte en el año 399 a. e. c.
La comedia de Aristófanes es contemporánea de Sócrates, y no sabe nada de su juicio y condena, que condicionan los escritos de Platón y Jenofonte de manera crucial. En aquel momento Sócrates estaba vivo y era libre. Tenía casi cuarenta años. Aristófanes no solo lo vio pasear por las calles de Atenas y escuchó sus conversaciones, sino que comprendió lo bastante sus nuevas ideas como para retratarlo en una gran caricatura.
Los sabios y la comedia
Debido a la admiración que suscita habitualmente el personaje creado por Platón, esta caricatura no siempre ha sido apreciada como un testimonio relevante.
Pero las caricaturas no tendrían gracia ni nos harían reír si no fuese porque hay en ellas una base “real”, cierto retrato “del natural”, y haríamos muy mal si descartásemos el retrato de Aristófanes por ser comedia y no historia o filosofía. No solo porque es el único testimonio contemporáneo de Sócrates que ha sobrevivido más o menos entero, sino también porque una lectura atenta de la comedia revela rasgos que, por aparecer en otros testimonios, tienen visos de pertenecer efectivamente a su figura.
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Hay que tener en cuenta además que en esa época histórica la filosofía todavía no se había constituido como categoría de discurso independiente.
Lo que florece en Atenas más que en ninguna otra polis griega son sabios, no filósofos. Y en la medida en que el poeta es un sabio, al ridiculizar a Sócrates –el mayor sabio ateniense–, la comedia de Aristófanes no solo se ríe de sí misma sino que rinde homenaje a los sabios.
¿Por qué las nubes?
El hombre agobiado y endeudado que protagoniza Las nubes ha elucubrado un plan genial. Ingresará en la casa de los sabios para recibir instrucción. No tendrá ya que temer los pleitos por las deudas, pues los ganará todos gracias a ciertas destrezas oratorias sofisticadas.
Este plan –fantástico, por supuesto: las deudas deben pagarse, no eludirse– permite articular una caracterización de los sabios en general.
Los sabios ofrecen un rostro pálido, ya que sus estudios los alejan de las actividades sociales comunes. Van descalzos, no solo porque no se preocupan demasiado de su aspecto exterior ni son precisamente ricos (en su casa no abunda la comida, sino más bien las pulgas), sino porque rompen las ataduras y se despegan del suelo, como las ménades, los pájaros y las nubes.
Así es: los sabios pisan las alturas y nadan en el aire. Usan palabras rimbombantes que los legos no comprenden. Tienen preocupaciones ociosas que a los hombres corrientes les traen sin cuidado. Por pretenciosos, los sabios resultan ridículos. También son multidisciplinares: se dedican a lo que hoy llamaríamos astronomía, geometría, biología, geología y filología. Sus intereses y su fantasía inventiva (terateía) no tienen fronteras.
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Si los hombres corrientes juran por los dioses –Zeus, Posidón, Hera–, los sabios invocan a las nubes. Ellas son sus “diosas” porque son la elevación, la presunción, los “meteoros” que flotan en el aire sin tocar jamás el suelo.
Las nubes son además capaces de adoptar todas las figuras. Cambian de forma para burlarse de los hombres y descubrirles lo que no soportan ver: que son ciervos cobardes aunque se piensen valientes; que son monstruos brutales cuando se creen justos y honestos. La distancia de las nubes es su potencia crítica, la más alta de las capacidades filosóficas.
La comedia dice que las nubes son las diosas no solo de Sócrates y su grupo de estudio, sino de los expertos –“sofistas”– en general. Cuando el protagonista escucha su canto –ya que ellas forman el coro de esta comedia–, dice que su “alma ha echado a volar”. Las nubes son las diosas de todos los que nos elevan a través de las palabras: poetas, físicos, adivinos.
El método de Sócrates
Sócrates aparece en escena de una forma muy llamativa: está suspendido en las alturas y dice que “camina en el aire y estudia el sol”. Después aclara que se ha subido al aire porque desde el suelo nunca llegaría a conocer cómo son exactamente las estrellas: el pensamiento debe airearse.
La instrucción de Sócrates a lo largo de la comedia se basa en perfeccionar no el cuerpo sino la mente. Y proporciona al protagonista varios consejos interesantes.
Le dice que se tumbe en una cama y se oculte bajo las mantas para pensar: el sabio se aparta del mundo y se sumerge en su propia mente. Le aconseja alejarse de sus preocupaciones ordinarias para dejar suelto el pensamiento, como si fuese un escarabajo que vuela prendido de un cordel. Le dice que no debe distraerse sino abstraerse –la comicidad de estas escenas estriba en que el estudiante no consigue dejar de pensar en las pulgas que lo atosigan y demás perturbaciones de la vida diaria–.
Le explica que debe pensar de otra manera, ver lo mismo de una forma nueva. A veces la puerta de salida se encuentra detrás de nosotros, pero miramos obstinadamente la pared de delante sin darnos la vuelta. El sabio obliga a girar ese cuello que, por falta de imaginación, nunca giramos.
Y es aquí donde Platón coincide con Aristófanes. El Sócrates de Las nubes exhorta a analizar pormenorizadamente las dificultades (el método se llama dihaíresis). A cuestionar las asunciones que, por pereza y por costumbre, nunca cuestionamos. A tomar conciencia de la propia ignorancia y espesor mental. A saber moverse de atolladero en atolladero. A poner las prioridades de la mente por encima de las servidumbres del cuerpo. Y a cerciorarse de las cosas “uno mismo por sí mismo”.
Todo esto, que reaparece en los diálogos platónicos, ya está en Las nubes. Las obras de Aristófanes poseen las cualidades aéreas de esos cúmulos de agua suspendida: la versatilidad, el carácter poliforme y la imaginación poética. Las almas que pierden y recuperan sus alas. La locura que posee a los filósofos y a los poetas. La extraña caverna de la que somos prisioneros sin saberlo.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation, un sitio de noticias sin fines de lucro dedicado a compartir ideas de expertos académicos.
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Aida Míguez Barciela no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.