Sean Combs no necesita pedirle nada a nadie

Sean Combs en Los Ángeles el 21 de agosto de 2023. (Erik Carter/The New York Times)
Sean Combs en Los Ángeles el 21 de agosto de 2023. (Erik Carter/The New York Times)

LOS ÁNGELES — Si quieres llegar al estudio de la casa de Sean Combs, pasa por delante de la escultura morada de Anish Kapoor, pasea por la sala y detente a contemplar “Tiempos pasados”, de Kerry James Marshall, un sorprendente cuadro que habla de la negritud, la riqueza y el ocio y que Combs compró en una subasta en 2018 por 21,1 millones de dólares.

A continuación, atraviesa un comedor visiblemente intacto, donde las sillas Jeanneret se alinean como centinelas a ambos lados de una larga mesa, sal al patio trasero y dirígete a la izquierda, después de pasar por la amplia piscina, hacia una de las estructuras secundarias de la propiedad. Un martes por la tarde del mes pasado, Combs se paseaba por una elegante sala y hablaba por el altavoz con FunkFlex, el veterano maestro de ceremonias de la emisora de radio Hot 97 de Nueva York, para dar a conocer su regreso a la música.

Se habló de un posible evento que harían. “¿Crees que me voy a quedar en el VIP?”. gritó Combs, fingidamente indignado. “¡Yo creé el VIP! ¡A la mierda el VIP! ¡Quiero tocar a la gente, quiero sentirme vivo!”.

Iba vestido de negro, con un Apple Watch, calcetines de Balenciaga y Crocs. Al menos dos asistentes estaban siempre a un paso, atendiendo peticiones improvisadas de comida y reponiendo las botellas de agua antes de que Combs las vaciara.

Combs y sus colaboradores, entre ellos Stevie J, quien formó parte del equipo de producción original de Bad Boy Hitmen, estaban trabajando en el popurrí que Combs interpretaría el martes por la noche en los MTV Video Music Awards, un par de días antes de que publique “The Love Album: Off the Grid”, su primer álbum de estudio en solitario en diecisiete años.

Se puso en contacto por FaceTime con la rapera Caresha, su amiga íntima y alguna vez pareja sentimental. “Voy a dejar que sienta lo que siento”, le dijo mientras le rapeaba su verso de “Bad Boy for Life”. Sus hijas gemelas adolescentes, Jessie y D’Lila, dos de sus siete hijos, entraron en el estudio para saludarlo. Pidió a alguien de su equipo que pensara en maneras de generar expectación en torno a la portada del álbum, tal vez ampliándola y presentándola como una obra de arte: “Idéenlo”.

Luego se puso a hablar de P.T. Barnum, el estadounidense fundacional del espectáculo. “Mi musa”, comentó Combs. “Uno de mis héroes”. Se detuvo y sonrió, sabiendo perfectamente que alguien estaba filmando para la posteridad, y luego soltó una frase: “¡Pero P.T. Barnum no tiene estos exitazos!”.

Durante un largo periodo, desde principios de la década de 1990 hasta principios de los años 2000, los éxitos fueron incesantes. Combs —entonces Puff Daddy, más tarde Diddy y ahora Love— fue el motor de la fusión del hiphop con el R&B y, más tarde, el impulsor fundamental de su conquista del pop comercial. Fue la encarnación pública de la ambición sin límites del hiphop, de su afán empresarial, de su irrupción sin complejos en la cultura pop, los negocios, la política y otros ámbitos de Estados Unidos. Que el género sea hoy la lengua franca de la cultura juvenil tiene mucho que ver con el fervor con que él persiguió ese objetivo hace tres décadas.

Combs, de 53 años, ahora está en su época de elogios. El año pasado recibió un reconocimiento por su carrera en los BET Awards. Esta semana recibió el premio al icono mundial en los VMA. El disruptor se ha convertido en la élite.

Sin embargo, Combs no se siente cómodo. Tener acceso al uno por ciento, y formar parte de él, no ha hecho más que subrayar las vías que siguen amuralladas para él como empresario negro.

“Cuando empecé a ver cómo los medios utilizaban nuestro éxito, ya fuera el de Kanye, Jay-Z, el mío, Rihanna, LeBron. Eso es solo un par de personas, pero si lo comercializas bien, si difundes el tipo correcto de propaganda, puedes hacer que la gente se sienta cómoda como si hubiera inclusión”, aseguró. “Pero, no, no la hay”.

Salió del estudio, se quitó los pantalones cortos, se puso una cinta de kinesiología en el hombro derecho y se dirigió al sauna privado de uno de los pequeños edificios situados en la parte trasera de su propiedad. Dentro, la temperatura era de 65 grados.

“Todos los días cuando me levanto por la mañana, rezo para no tener que pedirle nada a un hombre blanco”, comentó.

Sus impulsos radicales, afirmó, se remontan a su época en la Universidad Howard, cuando, en 1989, formó parte de un grupo de estudiantes que ocupó el edificio de la administración para protestar por el nombramiento de Lee Atwater, entonces presidente del Comité Nacional Republicano, como administrador. La primera vez que Combs conoció a Jesse Jackson, relató, fue durante la toma.

Combs formaba parte del Rooftop Posse, un grupo de estudiantes que se aseguraba de que la policía no intentara entrar en el edificio desde arriba. Más tarde vendió camisetas y carteles conmemorativos de la protesta.

Combs ya tenía los ojos puestos en la industria musical por aquel entonces: era promotor de fiestas en Howard, y dejó la universidad tras unos semestres para trabajar en Uptown Records, por aquel entonces el sello con más visión de futuro que trabajaba en la intersección del hiphop y el R&B. Ayudó a crear una presentación con la actitud y el conocimiento de la música soul a través de Jodeci y Mary J. Blige y, después, tras dejar la discográfica y fundar Bad Boy Records, trabajó en la dirección opuesta, llevando la sensualidad, el pulso y la alegría de la música soul al hiphop a través de un intenso “sampleo” que subrayaba el lugar del hiphop en el linaje de la música negra.

Su intención era ser una personalidad, no un intérprete, pero eso tuvo que cambiar tras el asesinato de Notorious B.I.G. en 1997. “I’ll Be Missing You”, la canción que lo puso bajo los reflectores, es una entrada permanente en el panteón de la melancolía estadounidense, justo al lado de “He Stopped Loving Her Today” y “All Too Well”. Combs fue el propietario que se convirtió en la estrella, haciendo inseparables los emprendimientos del arte y el capitalismo.

Después, logró el éxito en el mundo de la moda y la industria de los licores. Fue portada de Forbes. Sus años dorados fueron realmente dorados. “No les voy a mentir. Había saboreado la riqueza e iba a hacer todo lo posible para protegerla”, dijo Combs. Recuerdo aquellos días en que las cucarachas se me echaban encima y pensé: “Tengo que concentrarme en este dinero ahora mismo, porque nadie más tiene la oportunidad que yo tengo”.

Hace pocos años, sin embargo, su vida cuidadosamente pulida comenzó a descarrilarse. A finales de 2018, Kim Porter, la madre de tres de los hijos de Combs, murió de neumonía. Ella y Combs ya no tenían una relación, pero habían seguido siendo amigos cercanos. En mayo de 2020, el mentor de Combs, Andre Harrell —quien le había dado su pasantía en Uptown y luego lo excluyó, para después encontrarse con él y trabajar para Combs durante muchos años— murió de insuficiencia cardiaca. Entre esas pérdidas, Combs cumplió 50 años. La serie de acontecimientos lo dejó vagando, algo inusual para él, por un desierto espiritual.

“Ya me había enfrentado antes a la depresión, ¿sabes? A través de muchas cosas diferentes, pruebas y tragedias”, reveló. “Pero esta vez fue diferente. De hecho, me encerré en mi habitación. Durante un año y medio. En mi cuarto de baño. No hablaba con mis hijos, no hablaba con nadie”.

Poco a poco, Combs se embarcó en la tarea de reinventarse. Empezó a hacerse llamar Love (y cambió legalmente su segundo nombre por Love). Tomó terapia: “Quizá eso me salvó el cerebro. Porque cuando tienes cerebro de genio, también es cerebro de loco”.

Y siguió intentando comprender la vida más allá del plano terrenal convencional. “Soy un viejo jipi”, comentó Combs, que ha asistido a múltiples festivales de Burning Man. “Me quedaba un poco de ego. Y cuando tomé alucinógenos, mi ego murió de manera oficial”.

El veneno psicodélico del sapo le ha cambiado la vida, dijo. “Es un viaje que ni siquiera recuerdas”, explicó sobre el alucinógeno. “La mejor manera de describirlo es imaginar que se abriera un portal completamente distinto, sin que tú lo vieras abrirse”. (Combs instó a la seguridad y a la precaución a cualquiera que esté interesado en buscar ese mismo portal. “Soy jipi de alto nivel”, aseguró. “Hago pruebas, hay una ambulancia frente a mi casa... no me la juego”).

Pero quizá lo más llamativo sea la música. La decisión de volver de forma tan prominente, tras un largo periodo de ausencia, indica un regreso al núcleo de lo que motivó a Combs hace décadas. “La música siempre ha alimentado todos mis sueños. Cuando dejé la música, dejé de soñar”, afirmó.

“No sé si el mundo en el que vivimos es real —continuó—, pero sé que la sensación que me provoca hacer música es lo que me da alegría. Y es lo que he hecho para dar alegría a más gente”.

“The Love Album” se siente moderno y comprometido, una mezcla de sensualidad y lenguaje ingenioso. Para crearlo, Combs contó con numerosas colaboraciones: The Weeknd, Summer Walker, Mary J. Blige, Justin Bieber, Burna Boy. “Llamé a todos y les dije: ‘Necesito que me ayuden a contar mi historia de amor’”, relató Combs. Babyface, el maestro del R&B delicado, colaboró en “Kim Porter”, una tierna meditación de siete minutos inspirada en la ex de Combs.

La decisión de hacer música R&B también es certera. “Hay gente con autoridad que piensa que el R&B y el hiphop son lo mismo”, aseguró Combs. “En serio, están haciendo que el R&B desaparezca. Pero yo voy a seguir haciendo discos de R&B. Van a ver una negritud imperdonable. Una negritud sin complejos”.

Al mismo tiempo, el catálogo musical de Combs está ayudando a sentar las bases de una nueva generación de hiphop. Así como él sampleó clásicos de las décadas de 1970 y 1980 para crear sus éxitos de la década de 1990, los artistas más jóvenes se inspiran en el catálogo de Bad Boy.

Y, en términos más generales, el momento actual del pop —en el que tanto las estrellas consagradas como los aspirantes están excavando en la historia reciente del pop en busca de “samples” descomunales que se entiendan a través de distintas generaciones— no es muy diferente de la época de apogeo de Bad Boy, que tomó el funk, el soul y la música disco de la década de 1970 y construyó todo un mundo nuevo sobre esa base. En la década de 1990, a menudo criticaron a Combs por su literalidad en el sampleo, pero ahora se ha convertido en una especie de norma.

En cualquier caso, esas son batallas de ayer. Últimamente, Combs ha estado adoptando el concepto de “la segunda montaña”, derivado de manera muy libre de la obra que lleva ese título, un libro del columnista de opinión del New York Times, David Brooks, acerca de cómo, en la recta final de la vida, los desafíos asumidos pasan de la ambición egoísta a objetivos más morales y benévolos.

“Como hombre negro, no voy a permitir que me programen para no amarme a mí mismo, y no ir tras lo que merezco como ser humano para mí y para mi gente”, señaló.

“Hay muchas cosas que pudieron haber acabado conmigo, tantas tragedias”, continuó Combs. “Hubiera podido pensar: eso fue legendario, y después irme a vivir a mi yate, al lado de David Geffen”.

Pero la segunda montaña, su escala y su incertidumbre, lo han llenado de energía. “Esa montaña es tres veces más grande”, aseguró. “Tiene volcanes, rocas, avalanchas. Y te preguntas: ¿quiero escalar esa montaña? ¿O prefiero refugiarme y aguantar hasta el final y morir?”.

c.2023 The New York Times Company